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31 de Marzo 1977, en algún lugar de la costa del pacífico - Carlos Alma- (R)


A mi amada.


El suceso que aquí relato ocurrió durante las horas de una noche oscura, sin luna, sin límite entre la tierra firme y el océano. Me produce malestar físico el intentar describir lo que vi, lo que sentí... Solo tu imagen me permite seguir escribiendo.


Después del largo camino hasta la punta más remota de la isla, fui al hermoso templo, desperté a los dioses con tres palmadas y encendí incienso pensando en ti. Había completado la mitad de la peregrinación ofreciendo a cada paso mi sudor, mis llagas y mi esfuerzo para que recuperes tu vida, nuestra vida juntos.


Al final de la jornada el faro era el refugio perfecto para recobrar las fuerzas que dan el sueño continuo y relajado. La pequeña y modesta habitación en la base de su torre sería mi albergue por esa noche y me sentí agradecido.


Ahora me encuentro hecho polvo, perdido, en una habitación extraña. Un alma generosa me ha socorrido al ver el miedo en mis facciones desquiciadas cuando el sol apenas se alzaba. Me gustaría estar agradecido de nuevo pero solo siento terror, porque lo que vi aquella noche, iluminado por el faro, a veces si, a veces no, es algo que mi mente, todavía ahora, no consigue entender.


La noche era ya cerrada cuando salí a disfrutar del mágico espectáculo: el haz de luz se alargaba intermitente como un cono infinito sobre las oscuras aguas del pacífico. Encendí un cigarro, inhalé y expulsé el humo hipnotizado por las luces y sombras que se extendían ante a mí. En la distancia una forma oscura sobresalía sobre la masa de agua, “una roca, un islote” decidí. Observé esta franja de océano intermitente y la comparé con mi fe; a veces me iluminaba, otras veces solo había oscuridad. Después de varias ráfagas de luz la silueta desapareció. “Un pescador temerario acercándose demasiado a la costa rocosa”, pensé mientras apagaba el cigarro contra el muro curvo de ladrillos. Después, somnoliento, abrí la puerta del faro y me dispuse a descansar.


Es al recordar este momento que mi pulso tiembla, mi corazón se acelera y las imágenes se agolpan con violencia en el espacio negro ante mis ojos cerrados. Dentro de este caos es difícil encontrar las palabras que mejor describan lo que escuché; un sonido inmenso, de una gravedad en este mundo desconocida, de timbre atávico, líquido y gutural, gárgaras descomunales en el fondo de una garganta cavernosa. Todo mi cuerpo se tensó y con dificultad me giré para presenciar, a intervalos iluminado, un espectáculo siniestro que me dejó el cuerpo sin sangre y los pulmones sin aliento.


Estaba ya claro que la negruzca silueta que emergía no era una roca o una barca, ya que crecía y se elevaba por encima del océano, rompiendo a través de olas y remolinos enloquecidos. El sonido ensordecía mis oídos y el enfoque de mis ojos se volvía cada vez más impreciso, pero te juro mi amada, que este ser de pesadilla desplegaba lo que, a veces si y a veces no, parecían múltiples pares de brazos o tentáculos que se agitaban en la noche hacia la costa.


Aún ahora, estando a salvo (¿lo estoy?), siento ganas de correr despavorido. Aterrorizado por la visión cuando se iluminaba y aún más cuando quedaba oscurecido, cogí mi macuto todavía intacto y corrí en la oscuridad, gritando, tropezando,cayéndome, una, dos, ¿quién sabe cuantas veces?


No recuerdo nada más. Me desperté sudando y sobresaltado, asustando a la anciana que se sentaba a mi lado. Yo estaba tumbado en una cama y ella con sus manos temblorosas y una sonrisa amable me ofrecía un cuenco de té. A duras penas intenté explicar lo que aquella noche (¿cuánto tiempo llevaba allí) presencié junto al faro. La anciana llevó su índice a los labios arrugados y con el gesto del silencio puso fin a mi discurso atropellado. Reposé mi cabeza y el sopor me trajo tranquilidad y la convicción de que si algo así realmente había ocurrido, es que hay mucho en esta vida que desconocemos y no entendemos; fuerzas oscuras, malignas, que se nutren del dolor y el sufrimiento... pero si esta oscuridad existe también debe existir una luz todopoderosa que ayude y haga felices a todos aquellos iluminados por su haz.


Cuando volví a despertar la anciana ya no estaba. Me levanté de la cama sudada, cogí mi macuto todavía intacto, y corrí, y cuando las fuerzas me fallaron, conjuré tu imagen y caminé, y caminé...

***




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