—¿Quién es? —El fontanero. Tengo un aviso. —¡Ah, sí! —respondió Marisa abriendo la puerta—. Perdona, tengo la costumbre de preguntar antes de abrir. Vivo sola y un poco de precaución siempre viene bien. Fernando la siguió por el pasillo sin responder. Se fijó en la cojera mal disimulada de la clienta. Un accidente de coche se llevó una pierna y le dejó otras secuelas. Con la indemnización y la venta de su antiguo piso en segunda planta sin ascensor, se compró este noveno que de vez en cuando requería arreglos. —Los desagües de la fregadera y lavadora se han vuelto locos —comentó Marisa a modo de información. Veinte minutos bastaron para arreglar la avería. —¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí? —preguntó mientras preparaba la factura. —A ver, tutéame, tengo treinta y cinco años. Me llamo Marisa. Me vine después de Navidad. Estoy encantada con las vistas y la luz que entra. En un momento inesperado se volvieron, uno con la factura y la otra con el dinero, sus torsos chocaron, ella trastabilló y él la sujetó por la cintura. Aprovechando la inercia del movimiento, Fernando la recostó suavemente contra la pared. El deseo se desató de inmediato. Se besaron con frenesí y manosearon sus cuerpos sin ninguna concesión al pudor. Lo que faltaba de amor, sobraba de pasión. Sin moverse de una baldosa, ella cogió el miembro viril enhiesto y lo acercó a la vagina para que la penetrara con el ímpetu de quien hace tiempo no sentía estas sensaciones. Los orgasmos llegaron al unísono. Al separarse, Fernando vio cómo Marisa trataba de sujetar su pierna ortopédica. Se volvió como no dándose por enterado y recogió todo apremiando la marcha. —Ha sido estupendo. Vuelve cuando quieras. Los encuentros se repitieron regularmente. Fernando llegaba cada martes por la tarde con un ramo de claveles. No necesitaban preámbulos. Se metían en la cama y follaban como si no hubiera un mañana. Marisa se había acostumbrado a quitarse la prótesis en su presencia. A Fernando le volvía loco cuando se subía encima y ella le golpeaba rítmicamente la nalga con el muñón. Las despedidas pronto se hicieron rituales. Un abrazo, un beso, un vuelve y un volveré. Fernando cogía un clavel de la mesita del hall, acariciaba con él la cara de Marisa y desaparecía sigilosamente por las escaleras «para no alertar a los vecinos», le decía con un guiño. . . . Maite llevaba un tiempo agradecida de la vida, de su matrimonio y de sus chiquillas, Marta y Mónica. No podía pedir más. Había pasado sus momentos malos: como cuando tuvo que dejar el trabajo por las niñas o cuando su marido pasó una temporada regular con ella. Ahora todo le sonreía. Trabajaba a tiempo parcial desde casa con traducciones. Las hijas habían crecido lo suficiente como para dejarlas con los abuelos. El año pasado se regalaron un viaje a París en primavera. Una semana inolvidable donde reencontraron el cariño de los primeros años. Su Churri, como le llamaba, se deshacía en carantoñas y detalles. «Antes no era así, pero ni tan mal». . . . —Fernando, llevamos casi un año viéndonos y aún no hemos paseado juntos, ni ido de compras, o al cine… Hoy podíamos ir a la manifestación del ocho de marzo, puede ser nuestra presentación en sociedad —propuso Marisa entre ilusionada y expectante. —No me van las masas, me agobio. Mejor esperaremos a un día especial, más íntimo. —Hoy es un día especial. Estoy embarazada —dijo con una mirada radiante. Fernando se quedó mirándola sin articular palabra. La levantó en brazos y la llevó a la cama mientras la besaba con un ardor desconocido. —Esto hay que celebrarlo, cariño —susurró mientras le despojaba la ropa. De improviso le sujetó fuerte un brazo y le tapó la boca con la otra mano mientras forzaba el coito. Ella se resistía agitándose cuanto podía. Su muñón golpeaba desesperadamente la nalga de Fernando, lo que a este le excitaba más. Aquellos momentos duraron poco. Una pelea tan desigual tenía un final escrito de antemano. Limpió lo que le parecía que podría incriminarle, revolvió armarios y cajones para aparentar un robo, se dio un paseo para tranquilizarse y salió como lo hiciera cualquier martes. . . . —¡Cariño, qué raro tan pronto en casa! —Hoy es una fecha especial. Nos vamos mis chicas preferidas y yo a la manifestación del día de la mujer. Después iremos por ahí a cenar unas pizzas —dijo mientras depositaba un clavel en el jarrón del salón.
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Hola, Alberto.
Pues si has disfrutado con el relato, me doy por satisfecho. Te agrazco que pasaras a comentar.
Un saludo
Hola, Isan:
He disfrutado enormemente con tu capacidad narrativa, nada que objetar.
Me fascinan los detalles que no son esenciales para la historia pero que aportan personalidad y unicidad a tu relato, como son el hecho de que a la protagonista le falte una pierna o la breve reconstrucción de su pasado.
El realismo sin tapujos es algo que personalmente agradezco en un relato y en este caso creo que está dosificado en su justa medida.
¡Un gran saludo!
Hola, Pepe.
Efectivamente el fontanero y, como no, el butanero de toda la vida, hay que atarlos corto. Estas felicitaciones son un premio que agradrezco.
Nos leemos el próximo reto.
Saludos.
Hola, Mario.
Me alegro que hayas disfrutado y sacado cosas positivas. Luego me paso por tu relato.
Un saludo
Los fontaneros y sus trapicheos, hay que tener siempre uno de confianza porque sí no lo mejor que puede pasarte es una factura abultada.
Qué relato más bien escrito y narrado. Los diálogos y la narración fluyen en perfecto equilibrio, tanto que la irrupción de la historia secundaria aparece como algo que parece que tiene que pasar.
Hay muchas frases para enmarcar, como eso de a falta de amor sobra pasión
la escena de sexo con el muñon de fondo genial. Me sorprendió, y fue el cocodrilo que apunta Isabel, la parte de la despdedida, me parecia demasiado consensuado y normal como para que lo resaltaras, pero al final se aclaro todo.
Mis felicitaciones, Issán, un relato estupendo.