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A lavandeira - Alberto Carballo - (R)


Fragmento del diario de Xavier Bermejo (07/03/1950-25/08/1985)


13/08/1985


08:30: He tenido que aceptar uno de esos trabajos que nadie en la agencia quiere. Por lo visto ahora nos dedicamos a cubrir historias que las viejas gallegas les cuentan a los niños para que obedezcan y se estén quietecitos. De cualquier manera, es mejor esto que la prensa rosa. Debo bajarme en la siguiente estación.


15:00: Tras una caminata de dos horas, he llegado. Esta es la aldea más remota que he visto nunca. Se nota que los lugareños no están acostumbrados a las visitas.


21:30: Después de una larga conversación plagada de preguntas sin respuesta y continuas insistencias han accedido a que vaya con ellos al río. Por lo visto, todas las noches, un grupo de tres hombres realiza esta suerte de peregrinación hasta el lugar en el que se dice que, cada cierto tiempo, aparece una anciana lavandera. Según sus creencias, es pregón de muerte, así que debe haber algún humano para recibirla y ayudarle a retorcer las telas y que, de esa forma, todo siga su curso.


Me han advertido de varias cosas si aparece: que haga lo mismo que ellos en todo momento, que no la mire a los ojos y que obedezca sus peticiones. Según como hablan de ello, estos pobres hombres parecen creer de verdad haberla visto.


23:55: Han venido a buscarme: hora del paseo nocturno. Mañana espero estar de vuelta en mi piso antes de cenar.


15/08/1985


14:30: Acabo de despertarme. Dicen que he estado inconsciente un día y medio. Lo último que recuerdo es la noche del río, pero de forma borrosa... debo apuntarlo antes de que desaparezca.


Después de que me vinieran a buscar empezamos el descenso hacia el río, alumbrando el camino con faroles. Cuando llegamos a una gran roca plana que se adentraba en el agua, los aldeanos apagaron las luces. Al poco tiempo nuestros ojos se acostumbraron a la luz de la luna.


Durante una media hora, simplemente permanecieron allí, de pie, con la cabeza gacha y la mirada fija en el suelo. Me di cuenta de que iban demasiado abrigados para una noche de verano, pero no le di mayor importancia. Al principio les imité, pero al rato intenté matar el tiempo preguntándoles algo para obtener material para mi reportaje. Cada vez que abría la boca me mandaban callar rápidamente.


No sé cuanto tiempo pasó, pero estaba empezando a quedarme dormido de pie, arrullado por el canto de las cigarras cuando, de súbito, el silencio me despertó. No me había dado cuenta de todos los sonidos que el bosque emitía hasta que cesaron por completo. Era un silencio absoluto, algo que no había experimentado nunca. Fue entonces cuando los tres hombres comenzaron a hiperventilar al mismo tiempo. No comprendía nada. Simplemente empezaron a respirar frenéticamente con la mirada baja, como una coreografía. Bajé la mirada.


Y entonces entendí el porqué. En un segundo, el calor abandonó mi cuerpo. Mi aliento se convirtió en vaho. Mis pulmones reaccionaron de súbito intentando llevar oxígeno a las partes de las que se había retirado la sangre y, de forma mucho más abrupta que mis compañeros, los cuales ya se habían preparado, me vi hiperventilando involuntariamente. Nunca había sentido un frío así. Parecía venir de dentro, como si tuviera el pecho más frio que los dedos, cuando siempre lo había experimentado al revés.


Sin embargo, lo peor era el silencio. Durante unos segundos eternos aquella nada aplastó mis tímpanos hasta que, por fin, se oyó algo. Era el sonido del agua, mezclado con un canto muy quedo.


No puedo describir lo que me produjo aquella canción... si bien era armónica y entonada a la perfección, su efecto era el contrario al que debería producir cualquier tipo de música. Recordé la grabadora que siempre llevaba conmigo y la encendí.


En el momento en que sonó el “clic” de la máquina, cesó la canción y volvió el silencio. Al poco oí sus pasos, que se acercaban a mí, y el frío se hizo aún más intenso. Tiritando por el frío y el terror, noté cómo se detenía en frente de mí.


Entonces me hablo y la miré a los ojos.


No recuerdo nada más. Tampoco recuerdo lo que me dijo, pero debería estar grabado.


No me atrevo a escucharlo.


18/08/1985


Solo puedo recordar sus ojos. Todo lo demás se desvanece poco a poco. Las noches son un suplicio.


Creo que debo escuchar la cinta. Quizá ahí encuentre respuestas...


25/08/1985


He escuchado la cinta.




Nota del Editor:

Las lavandeiras (en español: lavanderas) son espíritus de la mitología gallega y del folclore español, con origen en la mitología celta, que también aparecen en Asturias , Cantabria, Bretaña e Irlanda. Según las diferentes leyendas o mitos son ancianas arrugadas que frecuentan los ríos, lavaderos y fuentes, donde trabajan con gesto hipnótico e incansable, invitando a los que pasan cerca a ayudarlas (y si le piden que les ayude a retorcer la ropa, deberá tener cuidado de no hacerlo en el mismo sentido que ellas). A veces se las representa durmiendo en las ramas de las encinas o en las grutas de los bosques, y en muchas tradiciones aparecen en noches de luna llena a orillas de los ríos, donde lavan las sábanas manchadas con sangre que nunca desaparece. Víctimas de una maldición o superstición parecen referirse a mujeres que murieron en el parto o que dejaron morir a sus hijos sin bautizarlos (en la versión católica ortodoxa tradicional). Piden ayuda a los vivos para retorcer y escurrir sus sábanas, y si por miedo o insolidaridad se niegan, el gesto puede causarles la muerte.

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