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Aisha Qandisha - Isabel Caballero - (R)



Llueve. El aire ulula entre los hilos de seda de la veleta colgada del ventanal. Los trozos de cristales pulidos en forma de lunas y estrellas, chocan con liviandad y tintinean.

Cuando Maimunt remueve el cuscús, las palmas de sus manos enrojecen tanto que asemejan el oscuro tono bermejo del dorso. Vierte la sémola caliente en una gran fuente de barro. El vaho que desprende difumina su boca de contar hasta diez en Hassanía. Y yo con ella —: Guahed, aznain, azlaza, arbaa…

De cuclillas, que Maimunt no conoce otra manera de menear la sémola.

…Hamsa, seta, sabaa.

Se endereza al escuchar el sonido de la lluvia. Se yergue con premura olvidando que ya no es joven, al precipitado gesto se suma un lamento sordo.

Cae agua densa del cielo. Ciento de diminutas ranas tapizan de verde el suelo del patio.

—Es la diabla Aisha Qandisha que viene con la lluvia —anuncia en voz baja Maimunt.

Cada vez que aparece, anuncia una desgracia, provoca enfermedades y hasta la muerte. Pensé que a mi madre puede que se la llevara ella. Murió una madrugada de lluvia. Me sujeto a su falda, Aisha no se atreverá con Maimunt.

—En mi pueblo una vez llovió peces y una mujer se volvió loca y ahogó a su hijo recién nacido. Al poco vino la guerra y me vendieron. La Aisha Qandisha es poderosa, ninia —dice ninia porque no sabe pronunciar la eñe.

Mi padre entra en la cocina. Al escuchar las fabulaciones de Maimunt, le regaña por asustarme y dice que no es cierto, que los demonios no existen.

—Pues las monjas del colegio dicen que sí, demonios y ángeles… y que hay un cielo, un infierno y hasta un limbo.

—No te asustes, hija, solo es un fenómeno meteorológico que en ocasiones ocurre —afirma con su voz serena.

Saca de su funda la cámara; gira la manivela, rebobina en sentido contrario el carrete ya acabado e introduce uno nuevo para eternizar la inusitada lluvia de ranas. Por algo es reportero. No tiene valor para revelar las últimas fotos de cuando mi madre aún estaba con nosotros.

Al chocar contra el suelo, las ranas saltan y se precipitan desconcertadas y torpes. Algunas vienen envueltas en trozos de hielo, lupas que agrandan un ojo, la mancha parda del lomo, la membrana transparente que separa los dedos finos y alargados de una de las ancas traseras. Otras se quedan quietas, paradas o muertas, no sé, que no me atrevo a tocar sus cuerpecillos verdes.

Por fin estreno las botas de agua, rezo para que no me queden pequeñas. Antes de salir, terminamos de contar el cuscús: —Azmania, tesaa y achra.

Fuera, las improntas de sus cuerpos alfombran la peatonal Avenida del Ejército.

Mis amigas gritan cuando los salvajes de la pandilla de niños le lanzan los bichos a la cabeza. Omar no se resuelve a tratarme como a las demás chiquillas, debe ser porque ya apunto pechos. Maimunt dice que me estoy haciendo una mujer, y debe ser verdad porque, desde hace algún tiempo, Omar me mira de otra manera.

—¿Ves mi ninia?, esta noche has crecido mucho, por lo menos dos rayas.

Mira la cinta métrica como si dos centímetros fuera una frontera. Me baja el vuelto de la ropa, pues este verano, todo me ha quedado pequeño.

—Tu padre debería comprarte ropa nueva.

—Papá no se entera de estas cosas.

Maimunt me cuida como si fuera la niña de sus ojos. También me enseña cómo protegerme con los primeros períodos, no solo con compresas, sino con amuletos. Tiene mucho miedo de que Aisha sienta celos porque, dice, que me estoy poniendo bonita.

Le doy un empujón a Omar, y él, con una sonrisa de alivio, me tira tal puñado de ranas que me muero del asco.

Pronto nos acostumbramos y hasta le damos un beso a un renacuajo.

—Primero tú—le digo a mi amiga.

—No, tú primero.

Beso al bicho por si acaso se convierte en un príncipe, pero salta de mi mano y se confunde entre las demás ranas. En los cuentos las cosas ocurren de otra manera.

Maimunt asoma a la calle y me grita con las manos ahuecada sobre su boca: —¡Ehh ninia! ¡Ven a comer!

Pisa con furia a las ranas con la misma energía que aplasta a las cucarachas; sus endebles cartílagos crujen como cáscaras huecas.

Me descalzo. La Aisha Qandisha anda suelta, y Maimunt no me deja entrar en casa con las botas de pisar demonios verdes.



Nota del Editor:

Aisha Qandisha, a veces llamada simplemente Ayesha, es la diosa de los vampiros de la región de Cártago.

Aisha, junto con Lilith, la madre de los vampiros, es una de los súcubos más aterradores y antiguos de la mitología. Su nombre significa: La que adora ser mojada.

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