Marcelino era tÃmido. Le gustaban las mujeres, pero les tenÃa pánico. Para la fiesta de ese fin de semana, todos sus amigos tenÃan ya compañera; le preguntaban por la suya y él decÃa que estaba esperando que le aceptara. Claro, tenÃa que esperar que le diera el sà aquella niña a quien aún no habÃa llamado.
Por fin, la vÃspera de la fiesta, se decidió, se llenó de valor, llamó a Azucena y el dichoso valor lo abandonó al escucharla en el auricular; le formuló la invitación con voz trémula y la chica, temblando de emoción, no sabÃa qué contestarle; le pidió volver a llamarla un poco más tarde. Ella era tÃmida y nunca habÃa permitido que un hombre se le acercara.
De nuevo la llamó, ansiando recibir una respuesta negativa para librarse de una vez por todas y lo que obtuvo fue una dulce aceptación. Unas horas antes de la cita, la chica se puso un vestido de fiesta prestado de su hermana, al que solo tuvieron que recogerle un poco el ruedo, con unas bastas improvisadas; se puso un collar de su mami, un poco de polvo en la cara, unos toques de perfume tras las orejas y se sentó a esperarlo; su hermana le decÃa que era la primera vez que un hombre hacÃa esperar a una dama. Marcelino se presentó con un traje de su hermano y unos zapatos que tenÃa guardados hacÃa tiempo y ya le quedaban un poco estrechos.
Iniciado el baile, pasaron varias piezas y ellos seguÃan sentados. Por fin, él se dijo no puedo pasar por un acomplejado y la sacó a la pista. Ella se dijo no puedo dar la imagen de una inocentona y comenzó a apretarlo un poco, tratando de imitar a otras parejas. El muchacho, animado con ello y creyéndose muy temerario, se lanzó a arrancarle un beso, pero se ganó una cachetada; se sentó avergonzado en una silla solitaria en el rincón más oscuro y ella se fue llorosa hacia la mesa de unas amigas.
Al terminarse una ronda, la pareja de Javier y Pilar se abrió momentáneamente, para ella irse al baño; él se dirigió a la mesa de las chicas y sus ojos lo llevaron hacia Azucena, se le acercó y le puso conversación. Pilar, al regresar, encontró en su camino la silla solitaria con su ocupante solitario y se detuvo a indagarle por su aislamiento. Él le mintió que estaba aburrido en la fiesta por no tener pareja y ella lo animó a bailar la siguiente pieza.
El resto de la noche bailaron juntos Javier con Azucena y Marcelino con Pilar; los dos tÃmidos se curaron de su timidez y empezaron nuevas historias de amor con los recién aparecidos.
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