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Amores que matan - Vespasiano - (R)


Amores que matan


Cada sábado las amigas de Verónica se reúnen en su domicilio para practicar, el hobby que más les apasiona; elaborar deliciosas recetas de repostería.

Esta tarde las compañeras han echado en falta la presencia de Juanita, asidua integrante del grupo de participantes.

Es la trasmisora de las recetas que David, su marido, como experto pastelero ha recopilado a lo largo de su vida profesional.

Para Verónica, sin embargo, su ausencia significa mucho más; es no poder estar cerca de la mujer que ama secretamente.

Durante la elaboración del pastel no han faltado los cotilleos habituales que han distraído la atención requerida por parte de las mujeres.

Así pudieron escucharse durante toda la reunión diferentes comentarios alusivos, casi todos, a la personalidad del marido de Juanita, aprovechando que ella no estaba presente:

Algunas se referían a él como una persona altiva y prepotente; “Es un gilipollas engreído de su figura.”

“No vive nada más que para vanagloriarse de su fama como maestro pastelero.”

“Pero debemos aceptar que ella quiera a su marido aunque sea un gilipollas.” Intercedió la que parecía más prudente de todas ellas.

Mientras otras veladamente insinuaban que le propinaba malos tratos a su mujer:

“Yo la he visto alguna vez con los brazos tapados por una rebeca, como si quisiera ocultar algunos moratones, a pesar del calor sofocante que hace este verano.”

“Llevaba gafas de sol, pero mismo así, no podía ocultar algunos arañazos.” Decía para meter más cizaña una de las improvisadas confiteras.

“Ayer casualmente, la encontré en el ambulatorio muy deprimida y aunque le pregunté el motivo, ni siquiera me saludó.” Apuntaba otra muy enfadada.

“A lo mejor no ha venido porque ha discutido con su marido, y en esas cosas yo no me meto”. Insistía la cizañera.

¡Seguro que mañana hacen las paces y vuelve a sonreír!” Decía esperanzada la que parecía tener mejor carácter.

“Estas noticias me causan una tristeza que no puedo soportar —pensaba Valeria— ¡Y ella sin saber que yo le habría curado sus heridas con el roce de mis labios!

Sea por el motivo que fuere, aquel bizcocho improvisado resultó un fiasco. Alguna despistada se había confundido con el peso de la harina, y otra mujer con uno de los ingredientes. El resultado final fue que la masa salió muy dura y el tiempo de cocción, por error de una de aquellas aprendizas, fue excesivo.

Valeria no veía la hora de que acabara la reunión para poder visitar a su amiga Juanita. Necesitaba decirle de una vez por toda que debería confiar en ella y que estaba dispuesta a ayudarla.

Le diría: “Yo no soy sicóloga, pero estoy enamorada de ti.” Repetía una y otra vez en su cabeza mientras el taxi la acercaba a su domicilio.

Pero además de consolarla, quería llevarle la receta de un guiso que una vecina le había dado, y que sabe que a ella le gusta, a ver si logra sacarla del pozo en que se encuentra.

El recibimiento a su amiga, quizá por lo inesperado, resultó frio y distante. Su semblante casi oculto por la penumbra de la habitación reflejaba una tristeza imponente.

Permitió la entrada de Valeria y acto seguido rompió en un llanto convulsivo que no la dejaba articular palabra.

—Pero cariño, que te ocurre. ¿Por qué ese llanto tan amargo? ¡Cuéntame!

—¡Tengo un dolor que me muerde! —Murmuraba entre sollozos— Como añoro acariciar su cabeza y sentir en mis manos la suavidad de su pelo.

—Pero, ¿te has peleado con él?

Con la mirada ausente, contestó:

—Hace días que busco en la oscuridad de la noche los luceros de sus ojos azules.

—¿Es que te ha abandonado?

—Se ha ido de mi vera...y mi vida daría porque volviera —repetía una y otra vez derrumbada en el sofá.

Ante esa declaración Valeria no pudo contener el llanto.

—¡Cuántas veces le he perdonado y he vuelto a amarlo!...Aun a costa de haberme atacado cobardemente.

—Deberías haberlo denunciado y venirte a vivir conmigo. Yo daría lo que no tengo por hacerte feliz.

—No podría haberlo hecho. En la soledad de mis noches en vela, repito su nombre como una loca porque tengo miedo de perderlo para siempre... ¡Pero ahora maldigo su toda su raza! —Arremetió de nuevo Juanita, completamente demudada.

—¿Es que ese canalla no es español? ¡Qué animal! —Explotó Valeria llena de rabia.

—¡Pues sí! Brock siempre ha sido así.

—¿Brock?

—¡Si! Es un gato montés Felis Lybica Jordansis —y rompió a llorar amargamente.

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