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Artemisia Absinthium - Ratopin Johnson


Corría el año 1915, estimados señores, cuando el gobierno decidió prohibir la producción de absenta, a la que se atribuía el poder de generar alucinaciones, desvanecimientos y trastornos auditivos. Incluso se aseguraba que causaba demencia. Asociaban algunos casos de locura a su ingesta, como aquel hombre que había acabado con su familia de repente. Medida impopular en tiempo de guerra. En cúanto a mí, ¿qué iba a pasar ?. Había dejado de fumar opio, pero sin mi ajenjo, ¿cómo iba a juntar siquiera tres versos? ¿cómo iba a ponerme delante del lienzo? ¿cómo iba a a poder trabajar la piedra?


Todo había empezado por culpa de Benoit. Había sido él, mi compañero en el banco, quién me había llevado por primera vez a los cafés de Montmartre. Tenía un empleo prometedor, pero anodino, y mi vena artística, que sentía latir desde siempre en alguna parte de mí, había sido ignorada, para consuelo de mi padre, y me había centrado en el mundo de las finanzas. Benoit no tenía ningún talento artístico, era más un espectador más o menos entendido, pero poseía un don de gentes muy afinado, y había decidido dirigir su vida principalmente a divertirse. Se convirtió en mi colega de correrías y me presentó a las personas que abrirían mi mente como nunca anteriormente.


Pero lo que verdaderamente elevó mis sentidos, se lo aseguro, fue “el hada verde”. Se conocía así a la absenta, por su color y por las propiedades antes mencionadas, y a la que muchos escritores y pintores reconocían como su principal ayuda en la búsqueda de inspiración. Doy fe, bastaban unos sorbos para que las musas acudieran.


En Montmartre, Toulouse Lautrec había introducido a su amigo Vincent Van Gogh en 1887 en el mundo de la absenta, a la que se hizo adicto. El pintor holandés, ya en Arles, se decía que bajo sus efectos, aunque quién podía asegurarlo, se había cortado un trozo de la oreja después de una acalorada discusión con Gauguin, y se lo había entregado a una prostituta. Acabaría quitándose la vida un año después de aquel primer encuentro con el amado licor. Toulouse , en París, había pintado un retrato de Vincent en tiza sobre cartón, de perfil y acompañado de lo que parece una copa de absenta.


También, en un café del barrio, se podía encontrar a principios de siglo al poeta maldito Paul Verlaine, siempre con la típica copa de cristal llena del verde elixir en la mano, como atestiguan diferentes fotografías. Baudelaire, Degas, Manet, Picasso, y otros, eran consumidores habituales de absenta, así como al otro lado del canal, mi admirado Oscar Wilde, que tuvo el indudable buen gusto de acabar sus días en nuestro pais.


Asistí en numerosas ocasiones al modo tradicional de preparación , casi un rito religioso —de hecho, los componentes principales de la bebida vienen de la planta del ajenjo o Artemisia Absinthium, de las flores del hinojo y el anís, y esta triple composición era llamada «la Santísima Trinidad»— . La copa con absenta, la típica cuchara perfordada sostenida en el borde, sobre la que descansaba un terrón de azúcar, el vertido lento del agua fría, el color lechoso que iba adquieriendo la mezcla. Todavía a veces parece que siento ese sabor anisado sobre mis labios.


Gracias al hada, yo, artista polifacético, el nuevo Leonardo me llamaban, sentía en mí la energía reunida de todos esos genios mencionados que todos ustedes conocen, y pintaba, escribía, esculpía sin descanso, sin apenas probar bocado en días, pero siempre con la ayuda de mi compañera inseparable.


Así fue durante años, caballeros, y cuando se me privó de ella, fui incapaz de crear nada. Temí que emergiera en mí de nuevo el alma del aburrido banquero que había sido. En cambio, me volví irascible, violento, hice daño, a mí y a otros.


Héme aquí delante de ustedes, pues, señores doctores de la junta. He pasado unos meses en esta institución. Sé que piensan, y hoy lo leo en sus semblantes, que debería dejar de hablar de estas cosas. Dicen que no me hacen ningún bien. Que nunca me recuperaré. Lo entiendo. Sin embargo, comprenderán que un artista es siempre un artista. Cómo apartar de mi memoria los momentos en los que me sentí realmente vivo. En fin, puedo decir que aquí soy a mi modo feliz, con mis pequeñas rutinas, y quién sabe, quizá pudiera dar forma a unas memorias. En sus manos está mi futuro, y confiaré en su buena voluntad y criterio.

*




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