Justo en la esquina izquierda del cuadro, camuflado e inmóvil, parece muerto. Ningún ruido lo inmuta, como si estuviera sordo. La penumbra cobija su escondite en el lúgubre porche mientras una nimia calma engrandece calma en el espíritu.
Solo un fogonazo de doscientos vatios lo asusta. Escapa despavorido, saltando por encima de la única flor del jarrón cuadrado como lagartija sin rabo.
Anochece.
En el ambiente se escucha un llanto a la hora del conticinio. El cuadro llora, se siente abandonado.
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