Desde la cocina llegaba un olor agradable. El reloj marcaba las seis de la tarde. Todavía tenía dos horas para que su invitado se hiciera presente. Se la veía afanada, corriendo alrededor del fogón, degustando los sabores y los olores que expelían de las ollas. Primero se aplicó a organizar los patacones que iba echando en una solución de ajo, sal y agua. Luego se dedicó a limpiar los langostinos, a quitarle el caparazón, la cabeza y la cola, que después echaría en la olla donde se cocinaba el caldo de pescado. Haría un bisque. Esperó a que estuviera listo el caldo y vertió la mezcla de las cortezas de langostino y los aliños que le darían sabor, los maceró, revolviendo bien. Con filetes de mero salpimentados e impregnados de ajo y una ensalada hecha con verduras frescas, preparó el plato fuerte. Llevó al enfriador dos botellas de vino blanco y el tiramisú que serviría como postre.
Puso en la mesa dos puestos de cubiertos, platos y copas, un candelabro con dos velas y un solitario donde metió una rosa roja. Todo quedó listo para dar los últimos toques antes de servir y se fue a organizar. Después de tomar una ducha, se sentó frente al tocador, delineó sus ojos, alargó sus pestañas e hizo los labios con un color champaña. Buscó un vestido negro que le quedaba ceñido al cuerpo y le llegaba hasta las rodillas, desistió de las medías y se calzó unos tacones tipo sandalia pulsera. Se miró de cuerpo entero al espejo, con sus dos manos agarró del ruedo el vestido y lo estiró hacia abajo. Pasó un cepillo sobre el cabello y se quedó mirando, mientras una sonrisa afloró en sus labios.
Una vez organizada, lo primero que hizo fue asomarse al balcón de su apartamento, porque había escuchado un trueno. La noche estaba opaca, las nubes cubrían la luna. Espero que el mal tiempo no arruine esta velada, se dijo. Esperó sentada en uno de los muebles de la sala, evitando que su vestido se arrugara. El reloj marcaba cinco para las ocho. Se sentía nerviosa, estaba expectante. El tiempo transcurría de manera vertiginosa. Pasadas las ocho de la noche sus nervios se templaron. Caía una lluvia menuda, que podría dar al traste con la reunión. Camino un poco entre la cocina y la sala, ya no se hallaba en un sitio, tenía que estar en movimiento. De manera impulsiva miraba a cada rato su reloj de pulsera, el pasar de los segundos le martillaba el estado de ánimo. ¡Ocho y media!
Tocaron el timbre. Se levantó del sofá, aplanchó el vestido con las manos, acicaló el pelo frente a un espejo cerca de la puerta y abrió. Se encontró con un mozuelo que traía en las manos una rosa blanca y un sobre. Los recibió y cerró la puerta de un golpe. Fue directo al balcón y vio cuando él en medio de la lluvia se subía a un taxi. Abrió con desespero el sobre:
Apreciada Mónica.
El encuentro de anoche en el bar fue maravilloso, conversamos animadamente, nos reímos, hubo mucha camaradería. Pero los recuerdos de la universidad deben quedar como eso, solo recuerdos, quedarse colgados de nuestra historia. No es el momento de revivir lo que ya no fue, eso nos haría mucho daño. No subo a tu piso, porque no quiero sucumbir a tu belleza y encantos, prefiero hacerme a un lado y dejar que el tiempo corra y que restañe las heridas que esta decisión pueda causar y más adelante nos podamos encontrar de nuevo como buenos amigos. Te estima Rafael.
Se dejó caer en el sofá, sus manos temblorosas arrugaron el papel del escrito, lloró. ¿Qué se habrá creído? Descalza abrazó sus piernas contra el pecho, con un kleenex secó algunas lágrimas que rodaban por las mejillas. Se levantó y recogió el puesto que sobraba en la mesa. En la cocina terminó de hacer el bisque y se sirvió un plato, fue a sentarse en el comedor. Encendió la vela que había dejado y puso la rosa blanca al lado de la roja en el solitario, sirvió una copa de vino, lo escanció y lo retuvo entre los carrillos, finalmente lo tragó con un ¡aaah! de placer. Con la cuchara se llevó un poco del bisque a la boca, lo sorbió con fruición. Mejor así, se dijo y siguió degustando la comida como lo hacía siempre en su soledad, sin compartir con nadie.
*
Hola Lucho, sencillo pero no tanto tu relato. Es verdad, muy minucioso al principio, pero pienso que con eso estás describiendo a la protagonista, preocupada por complacer el paladar de su excompañero de facultad. Lo que queda demostrado cuando pasada la desilusión de la frustrada espera se sienta a saborear sola el plato preparado.
Bien escrito. Indirectamente hablas claro sobre los dos personajes. Me gustó. Lo encontré original.
Saludos Esther
Hola, Lucho.
Coincido con los compañeros en sus apreciaciones.
Mis saludos
Laura (este mes no participé)
Hola Luis, buenos días.
¡Ay… pobre mujer!, después del trabajo minucioso de hacer la cena y prepararse para la ocasión, la dejan plantada. Menos mal que esto no le quitó el apetito y cenó su “bisque”.
Estoy de acuerdo con el compañero Amadeo, la primera parte más bien parece una receta de cocina, es demasiado minuciosa, bajo mi humilde criterio convendría aligerarla un poco de tanto detalle, aunque comprendo que lo que quieres evidenciar es el trabajo que se tomó la anfitriona. Quizás podrías aprovechar en vez de tanto detalle, para hablar de la soledad que siente, o algo más del encuentro anterior o de lo que, al parecer, pasó en el pasado.
Me gustó especialmente la parte de la…
Lucho:
Me gustó el cuento, principalmente la segunda mitad.
La primera me pareció una receta de cocina por tantos detalles.
En una parte dice espero y muy cercano: esperó.
En Se sentía nerviosa, estaba expectante. El tiempo transcurría de manera vertiginosa. Está explicado y no mostrado lo que siente/sufre el personajes. Es difícil, pero necesario, dejar que el lector interprete el sentir del personaje.
El final, me gustó: la reacción de ella, ante el fracaso del encuentro.
Estoy en el 4 por si quieres leerlo y comentar
Cordiales saludos. Nos leemos en dos meses
Amadeo
¡Ay amigo, de grandes o fallidas cenas, están la tumbas llenas!