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Diario revelador - Gustav (R)

Diario revelador. Martes día 14 de octubre. (10:55h). El inspector Andy leía el diario del policía asesinado, que estaba en la mesita de la habitación donde pernoctó antes del asesinato. “Domingo día 12 de octubre de 2017 22:30h. La experiencia de la pasada noche me ha hecho quedarme otro día más en esta pensión. Cuando vi aquella persona deambular por las inmediaciones con aquella cosa tomada en su mano; parecida a un hacha terminada en forma de triángulo y arrastrándolo por el suelo del aparcamiento, me causó terror. Gracias a su túnica hasta los pies y su oronda capucha, no pude ver si se trataba de hombre o mujer. Pero aun así, no me dejaba pensar en nada bueno. Ni para mí, ni para los demás huéspedes de la posada. Creo que estoy cerca”. Cerró el diario y miró a su interlocutor. —¡Pero no podemos hacer caso de un libro en el que ha escrito alguien! —dijo el casero irritado. —Esto no es un libro cualquiera, —contestó el inspector—. Es un diario y la gente aquí escribe sus cosas íntimas o pensamiento, en este caso, puede que a su asesino. Horas después de escribir estas líneas, este hombre fue asesinado. —Pudo ser un accidente. —¿Le parece un accidente que aparezca un cuerpo a un kilómetro de aquí con el abdomen lleno de hachazos? —Bueno vamos por partes, ¿Cuándo abandonó la pensión? —preguntó el inspector. —Ayer lunes a primera hora. —Pero si escribió el domingo por la noche que se quedaría otro día más, además, en la tienda de la gasolinera me han contado que compró carretes de fotos por la tarde. —No sé —dijo el casero subiendo los hombros. —¿Me puede dejar el libro de registros de entradas y salidas? —Eso ya no se hace, por aquí no pasa mucha gente. Lo memorizo. Andy miró por la ventana para hacerse una idea de la situación. Una explanada de tierra fina, que daba a un restrojo amarillo reflejado por los rayos del sol. Manchado por la sombra de las nubes errantes que amenazaban cambio de tiempo. Imaginó el caminar que su compañero describió en su diario, del supuesto monje asesino. —Bajaré al aparcamiento para ver si hay marcas en la tierra antes de que empiece a llover —dijo el inspector Andy. —Dese prisa, aquí el tiempo es muy cambiante —contestó el casero mientras recogía de debajo de la cama un trozo de tela manchado de sangre. A media mañana, después de inspeccionar el aparcamiento, Andy pasó a tomar un café al bar de la pensión. Antiguo pero acogedor para clientes de paso. —Buenas tardes. —Buenas tardes señor, ¿qué le pongo? —contesto la camarera. —Un café con leche. Quería hacerle una pregunta: ¿Conocía al hombre que han asesinado? —Andy le enseñó una fotografía. —Si, le conocí. —Al ver la fotografía su cara se transformó en tristeza. —¿De qué le conocía? —preguntó mientras cogía la cuchara de la taza de café. —No sé a qué se dedicaba pero vino por aquí. —¿Cuándo vino por última vez? —Ayer por la tarde, después se fue a la pensión, dijo que tenía que trabajar con su ordenador. —¿Está segura? —Si claro, como a las 19 ó 19:30h. —Vale muchas gracias. —Recordó que el casero le dijo que salió de la pensión a ayer a primera hora, le mintió. En el exterior el inspector, iba con la cabeza agachada, como si pudiese evitar que la lluvia mojara su pelo, entro a la pensión. No había nadie. En la recepción se encontró un pequeño mostrador de tablas de aglomerado con una estantería detrás. Se acercó a la pared y cogió un archivador que ponía en rotulador “Entradas-Salidas”. Ojeó unas pocas hojas y llego al sábado día 11. Entre otros inquilinos, había una entrada de Fernando, pero no había registro de salida hasta el día en curso, pero si del resto de clientes que se alojaron allí ese mes. Vio un ordenador portátil encendido en el mostrador, no tuvo que buscar mucho. En el escritorio del ordenador, una carpeta llamada “Mi edad Media” contenía fotografías de su compañero asesinado y otros crímenes sangrientos de las inmediaciones. Se oyeron unos pasos y apareció el casero. Al ver al inspector, el casero agacho la cabeza y entre lloros dijo: —Confieso que maté a las dos gemelas y a la pareja de novios. —Y también al policía Fernando Marto. Pobre hombre, ha tenido que morir para descubrir al asesino. Jan juntó las manos para facilitar su arresto. Fin.

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