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—Caminando en línea recta, no puede llegar uno muy lejos. Eso es lo que me dijo el anciano.
—Sí, pero dijiste que estaba cerca, llevamos mucho rato andando y no le hemos encontrado.
—Es que no hacemos caso. Me aseguró que le encontraríamos fácil, solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y ver las señales.
Era verano y Tomás y su amiga Marta pasaban el día juntos; los dos eran amantes de las aventuras; se habían internado en el bosque en busca de la cabaña donde el señor de barba blanca le había dicho a Tomás que vivía. Le había contado historias maravillosas de otros mundos y quería que Marta también las oyera. Estaban a punto de abandonar la búsqueda, cuando vieron a un zorro que les miraba. Les infundió confianza y decidieron seguirle. Al poco se toparon con la chabola. Encontraron al anciano en una mecedora con el zorro a sus pies y un libro en su regazo. Les invitó a sentarse a su lado.
—Este zorro me salvó la vida. Ahora somos amigos, y por nada del mundo nos separaríamos.
—¿Y para qué te sirve este zorro, si no sabe hacer nada?
—Me da compañía, amistad, cariño y consejo. A cada uno podemos pedir lo que cada uno puede dar.
—¿Por qué vives aquí y no vas casi nunca a la ciudad?
—Es una larga historia.
—Cuéntanosla. En casa no nos esperan hasta que empiece a oscurecer.
—Todo empezó con unos dibujos. Desde muy pequeño yo quería ser pintor. Había leído “El Libro de la Selva” y me quedé enamorado de los animales que viven en el bosque en libertad, por eso mi primer dibujo fue una enorme boa comiéndose a una fiera, pero no les gustó nada a los mayores. El segundo dibujo tampoco les gustó aunque todavía lo guardo.
—¿Nos los puedes enseñar, porfa, porfa? —dijeron al unísono los niños.
—Tened paciencia. Primero os contaré lo que hice antes de llegar aquí. Como me aconsejaron abandonar la pintura, empecé a estudiar lo mismo que todos los niños. Me costaba mucho tener que estar siempre dándoles explicaciones de lo que decía. Luego aprendí a pilotar aviones y volé por todo el mundo. He tenido contacto con personas muy diferentes, pero cuando les preguntaba por mi dibujo, todos me decían lo mismo: «es un sombrero». Así que, como no me entendían, poco a poco deje de tratar con mucha gente. Por eso no espero nada de la sociedad.
—¿Y ahora nos enseñarás el dibujo del sombrero?
—No es un sombrero. Es lo que siempre me dicen los mayores. No miran bien —dijo mientras enseñaba a los niños su dibujo—. Miradlo pensando. Como me dijo un día mi amigo zorro, lo esencial es invisible a los ojos.
Marta y Tomás se quedaron contemplando el dibujo maravillados.
—¡Yo veo un elefante! —gritó Tomás lleno de júbilo.
—Y yo una enorme boa que se lo come —replicó Marta igual de contenta.
—Efectivamente. No creáis que todo es como a primera vista parece. Mirad con los ojos, pero pensad que solo usando el corazón se puede comprender.
Pasaron el tiempo entusiasmados escuchando las historias que el anciano les contaba sin preocuparse por la hora.
—¿Cómo sabes tantas cosas si vives siempre escondido en el bosque y no vas a la ciudad? —interrogó Marta.
—¿No te aburres aquí siempre solo? —continuó preguntando Tomás.
—¿Cómo me voy a aburrir con mis amigos del bosque? Además tengo mi más preciado tesoro siempre a mi disposición.
—¿Un tesoro? ¿Has encontrado algún tesoro escondido de los piratas?
—¿Una mina llena de oro?
—Nada de eso. Mucho más valioso. Os lo voy a enseñar. Seguidme.
El sabio de barba blanca les abrió la puerta de su cabaña y les invitó a entrar.
—Os presento a mis mejores amigos. Me cuentan las historias más maravillosas y nunca me defraudan.
Se encontraron con estanterías llenas de tantos libros como jamás habían visto o imaginado, ni siquiera todos los de la escuela juntos. Parecía que, al entrar, los libros tomaban vida, se abrían y comenzaban a recitar bellas poesías, a cantar hermosas canciones, a exhalar los aromas más embriagadores y a narrar historias fabulosas mientras revoloteaban bailando a su alrededor. Tomás y Marta se quedaron maravillados, tanto que no deseaban volver a casa.
—¿Qué harás cuando te mueras?
—Algunas historias terminan para que otras mejores puedan empezar. Cuando me muera quiero ser una estrella para que mi luz siga brillando, os ilumine y no os perdáis cuando decidáis venir aquí.
*
Isan:
Es una buena reelaboración del famoso cuento. Muy bien llevada, con detalles que mantienen el interés.
Bonito, que esta vez no haya un niño solitario, sino una parejita.
Es cautivante el giro que le das al final para resaltar el precioso valor de la lectura.
No tengo observaciones de lenguaje.
Cordial saludo.
Hola Isan, muy lindo relato. Me gustó la dinamica de interacción entre el anciano y los niños. Entré a leerlo porque el título me parecio bastante curioso, y me encontré un ameno relato.
Saludos
Wanda (19)
Hola Isan,
Con tu cuento dibujas una escena muy entrañable, y digo dibujas con toda la intención porque a medida que leía aparecía en mi cabeza la cabaña, el anciano, el zorro...
Es un relato muy plástico, y los niños, "clavados".
También me ha gustado mucho el título.
Te felicito.
Verso suelto (13)
Un bello relato. Me gusto. Como nota cultural que nadie pidió: el libro en el que se inspira Disney para hacer la película, El Libro de la Selva, se llama: El Libro de las Tierras Vírgenes, es del británico Rudyard Kipling.
Saludos Isan soy tu vecino del 5 y leyendo tu cuento el titulo me ha despistado pensando que clasificabas el orden de un dibujo para guardarlo. Leyendo observo que en tu cuento mezclas fantasía con ecología y recuerdos. El encuetro con la biblioteca refleja el impacto de la cultura en las personas en este caso niños.Me ha gustado tu cuento y confío en seguir leyéndonos.