Con un auto a velocidad, el conductor cabizbajo ingresa a una curva oscura y al percibirla amigable se confirma arrepentido. Un dolor moral lo invade por completo, frena, tira un puñal, medita entrecortado, suspira alivios y retorna a la casa.
—Te esperaba hijo.
—No quise ofenderte… Jamás te lastimaría.
—Te quiero. Sé de tu enfermedad.
—Ayudame mami...
El abrazo es vibrante, las lágrimas se aclaran y finalmente aparece la sonrisa como anticipo del beso sanador.
Rodolfo se baña, recapacita, descarta pensamientos perversos y durante la cena, duda:
—¿No hay cuchillos?
—No lo necesitarás querido… cociné puré..
*