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Don Genovevo Soto -José Torma- (R)


Por la calle Santa María, se encuentra el parque Ventura, vieja reliquia de la revolución. Una gran fuente adorna el centro y árboles centenarios cubren con sus sombras las longevas bancas de fierro fundido. El color verde característico compite con el óxido que el tiempo y la negligencia municipal han agregado a tan pintoresca imagen. Don Genovevo Soto Santos, camina con paso lento, apoyado en su bastón. Su levita café, ceñida a su esbelta cintura le da un toque gallardo, majestuoso. Lleva altiva la mirada y disfruta de la suave brisa en aquella tarde otoñal. Su sombrero de copa, ladeado sobre su ceja izquierda, “pa’que no se vea la rajada”. Lleva un pequeño portafolio cargado en su hombro. Hoy es un buen día, su mente esta lucida. Con gran parsimonia toma asiento y de su portafolio saca un elegante álbum de fotos. Cariñoso lo abre, la primera foto le divierte, es un chiquillo, obviamente extasiado, montado en el lomo de un elefante de circo. Su mano, adornada por grandes lunares de edad y cruentas arrugas pasan sus dedos sobre la imagen laminada. Una a una pasa las hojas, se detiene solo un momento en cada una de ellas. Una mujer de tez clara y cabellera negra predomina en las fotos. Llega al final del álbum y encuentra una foto de una pareja sonriente, es el día de su boda. Ella luce radiante, es la mujer de cabello negro. El joven a su lado le causa inquietud. Levanta su mirada y se fija en una pareja que camina de la mano, siente un aguijón de dolor en el corazón. Cierra los ojos y concentra la memoria. El chico es guapo y camina con una soltura y desfachatez, que solo la gente joven es capaz de lograr sin parecer actuados. Mira sus manos y suspira, sabe que es viejo, ¿qué tanto? Le pregunta al viento, pero solo el trinar de un jilguero le responde. Por instinto lleva su mano a la bolsa y saca unos granos de arroz. Los esparce sobre el pasto y de ningún lado, una parvada de palomas se posa sobre de ellos. Sonríe. La pareja se ha sentado a un lado de él en la banca. Se ajusta los lentes, levanta la mano a su cabeza en señal de saludo. Ella le regresa una sonrisa que muestra su blanca dentadura, el hombre, un poco más serio, asiente con la cabeza. —¿Sabes, muchacho? Me recuerdas tanto a alguien, pero por más que me esfuerzo no logro recordar quien. Es mi mente que me falla. Tengo este álbum, pero desconozco a las personas que están en estas imágenes—. El joven toma con delicadeza el libro de sus manos, pasa un par de hojas y llega a la imagen del matrimonio. —Si no supiera que la foto es vieja, pensaría que eres tú, muchacho... —Es el día de su boda, me ha platicado la historia... —¿Acaso hemos platicado anteriormente? El joven guarda silencio. —Se casaron un 2 de febrero, día de la Candelaria. En honor a su... novia ese día, pero esposa después de la ceremonia. La bella dama era Juana Candelaria Arabesque Santillán. —Pero muchacho, ¿cómo sabes tanto? Sin contestar, siguió pasando las páginas. Imágenes de fiestas, días de campo. El viejo sonríe y hace preguntas que el muchacho contesta. —Entonces, esos tres diablillos son mis hijos, ¿verdad? La mujer se levanta con los ojos llenos de lágrimas, le parte el corazón ver la escena. —¿Que fue de mi esposa? Con los ojos anegados de lágrimas, el muchacho le contó la historia. —El día de su aniversario, iban de carretera al rancho de Don Eulalio. Un venado salió de entre los arbustos y usted no pudo hacer nada. El auto rodó un par de veces. El auxilio tardó en llegar. Era muy tarde para ella, pero de entre los fierros lograron rescatarlo a usted, el volante le hirió la cara...—Don Genovevo se llevó la mano a la cicatriz, acariciándola como a una vieja amante—. Los médicos salvaron su vida, su cuerpo maltrecho se recuperó, pero su mente ya no fue la misma... —Muchacho, te pareces mucho al joven de las fotografías... es raro, tengo la sensación de algo pero no puedo aclararlo.—Desesperado se quita el sombrero y empieza a llorar. El joven se acerca y le pasa el brazo por la espalda, lo atrae a su hombro. Es la parte más difícil de la visita. Siente como se recupera un poco... —Tú eres mi hijo, ¿verdad?

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