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Duelo de palabras- Verso suelto- (R)



No sabía por donde tirar; vágido me atraía, según el diccionario de americanismos se usa en México, Honduras y El Salvador mientras que en España nos decantamos por expresiones más castizas: soponcio, jamacuco, telele, patatús...¡vaya usted a saber por qué!, nunca me meto en política. La esdrújula tenía su puntito de contradicción, como las personas interesantes. Era compacta, se anunciaba con un sonido rotundo, una sílaba tónica sacando pecho como diciendo “aquí estoy yo”. Pero escondía un significado aliquebrado, un vahído, un desmayo, un dejarse ir tras los últimos destellos de un larguísimo ocaso.

Nada más escribir vágido, el puñetero corrector tiñó la palabreja de bermellón. Se me puso la cara del mismo color y me encogí todo, defendiéndome instintivamente del coscorrón que el académico de turno estaba a punto de atizarme. Raudo y veloz, enmendé el error: reconozco que soy incapaz de faltar al respeto a la RAE. Al eliminar la oprobiosa tilde que tanto afrentaba al diccionario sentí un relajante placer; vagido era la ortodoxia, representaba la norma, el plegarse a lo que está bien y es políticamente correcto... pero sonaba floja, te producía desazón al pronunciarla, era monótona y desasosegante como su significado: el llanto de un recién nacido.

Estaba entre Pinto y Valdemoro cuando Maduro, el siquiatra de guardia, me sorprendió perdido entre las líneas de mi escrito y me preguntó que qué hacía.

―Cumplo un reto ―dije.

― Ah...¿y qué reto?

―El de enero ― respondí.

―y...¿qué es eso del reto de enero?

―...Eh...bueno...verá doctor, lo de cafeliterautas...el reto... Es que escribo ¿sabe?

―¡Ah!...escribe...y a lo que se ve toma café...y, dígame, ¿qué escribe?

―Pues... palabras. Escribo palabras: barbián, orate, vágido o vagido, según se mire. Tenemos que inventar una historia e ir contando las palabras para no pasarnos de setecientas cincuenta, y además está el... ―vi que me miraba estupefacto y bajé tanto la voz que el remate de mi frase, el “reto opcional”, apenas si lo escuchó el cuello de mi camisa.

―Oiga Fernández ―dijo el loquero acercando mucho la boca a mi oreja y susurrando aún más bajito que yo―¿sabe?, los locos son los otros―. Sin dejarme responder, se enderezó, levantó la voz y añadió―, haga pasar al siguiente.

El siguiente era Quijano, un lunático que se creía Don Quijote. De camino a la consulta, por tomarle un poco el pelo, le pregunté:

―Don Alonso, usted que es hombre letrado, ¿cómo diría, vágido o vagido?

El ingenioso orate, tras mesarse la luenga barba contestó:

―Sábete Sancho que no es una palabra más que otra si no dice más que otra, que la pluma es lengua del alma y cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron tales serán sus escritos.

No había terminado de reponerme de la impresión cuando prosiguió:

―No dice más quien mucho se adorna con retóricas o virgulillas ni tampoco el que, por simple, parece que va desnudo.

Me quedé de piedra con las salidas de aquel chiflado que, al contrario que Maduro, parecía leerme las entendederas.

Volví a mi escrito lleno de tachones. Entré en la web de “cafeliterautas” buscando algo que me iluminara. No hallé nada que me decantara a favor de una de las contendientes en el combate que libraban en mi cacumen vágido y vagido por figurar en el trío de palabras de marras. Tan solo llamó mi atención una apostilla de KMArce en uno de los comentarios cruzados del reto de diciembre, un rifirrafe que estuvo a punto de acabar como el El motín de la Bounty. La copié tal cuál.


...“Nuevos retos, con solo las tres palabras, (jiji) para enero, ya veré para los que siguen, (jajajaja, risa macabra)” (sic)


Con su proverbial mano izquierda, KMarce nos estaba dando lo que en términos taurinos se conoce como “larga cambiada”.

Solo tres palabras ―muy oportuno el jiji―, ¡menudas palabras! Y ese “Los que siguen, (jajajaja, risa macabra)”. ¡Qué lista!, pensé, nos está provocando.

Bajo la apariencia de una broma se escondía un dardo envenenado: ¡Venga valientes! ―nos decía sin decirlo―¡a ver quien es tan barbián de escribir un relato así!

En esas se abrió la puerta de la consulta por la que salió El Quijote y al pasar junto a mí me dijo lleno de sensatez:

―Confía en el tiempo, amigo Sancho, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.

Seguí escribiendo, pensando mientras lo hacía en Maduro y en Quijano, sin dejar de preguntarme si no me estaría volviendo loco.

*




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