El Búho le llamaban porque cuando la noche caía él se levantaba. En silencio y a oscuras a penas se lavaba la cara. Vestido en su uniforme recorría, ayudado de su bastón, la sinuosa carretera que va en dirección al dique. Allí pasaba noche tras noche vigilando la central moribunda de una sola turbina, recorriendo la longitud de la presa de cabo a rabo, de arriba a abajo, cada hora. Dormir de día y trabajar de noche le habían convertido en un hombre solitario y taciturno.
No siempre fue así; cuando aceptó el trabajo en la hidroeléctrica era un joven alegre y optimista que buscaba la oportunidad de crear una vida nueva con su novia. Después de la boda, se trasladaron al poblado de la empresa, recién construido para trabajadores y sus familias. Siguiendo la jerarquía establecida, su casa, como simple vigilante, se encontraba alejada del centro y cerca del embalse. En esa casa nació su primer y único hijo, Valentín. En esa casa murió su mujer tras el parto.
Muy a su pesar, la vida siguió y la rutina mostró al Búho la vida diaria que su mujer había tenido: a solas limpiaba la casa, ponía lavadoras y atendía al correo mientras criaba a un niño que crecía callado y distante de él. Las mujeres del pueblo amamantaron y criaron a su hijo, el cual se convirtió en un adolescente , buen estudiante, al que nunca le faltaron amigos para merodear por el poblado, ahora semi abandonado. «Tú me la quitaste» pensaba Búho, y la distancia con su hijo generó recelo, y el recelo se convirtió en odio.
Un día Valentín encontró un baúl en el desván. Estaba oculto bajo el piano de teclado roto, evidencia olvidada de vidas anteriores de la casa. Con una balleta húmeda lo limpió con cuidado para no esparcir la gruesa capa de polvo que había acumulado.
Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras sacaba las prendas y objetos que se encontraban en su interior; un vestido de seda verde, una toquilla, un par de guantes con puntilla. Aunque no los había visto antes sabía a quién pertenecían; pertenecían a su madre. Acercó el vestido a su mejilla, tenía un tacto suave y frío, se lo acerco a la nariz. Bajo el olor a rancio y humedad estaba ella, era solo un leve rastro, pero era el olor de su madre. Sintió la necesidad de empaparse, de impregnarse de su olor. Se quitó la ropa, miró a su alrededor y retiró a sábana que cubría el espejo . Cuando la nube de polvo se hubo disipado observó su cuerpo desnudo, delgado, apenas musculado. Por momentos sus ojos se nublaron y Valentín, asustado, se separó del espejo para comprobar que el reflejo del espejo ya no correspondía con su figura sino la de un hombre y una mujer, sentados en lo que parecía un vehículo comunitario, en la carrocería, con letras en blanco se leía C.C.T. “Control de Cauces y Turbinas”.
«Ella, ligeramente mareada por el largo viaje, evitaba mirar por la ventanilla y agarraba la mano del joven mientras sonreía con la vista clavada en la nuca del pasajero de enfrente para no agravar su malestar. Pero ni los largos viajes ni los mareos podrían arruinar la felicidad que la joven pareja sentía.
—¿Tú crees que encajaremos? —preguntó todavía sin desviar la mirada—, ¿Hernando, tú..?»
Hernando... apenas se acordaba del verdadero nombre de El Búho. Aquellla pareja eran ellos: reconoció a su joven padre y ,finalmente, conoció a su madre, Luna.
Desde entonces, cada noche Valentín subía al desván, descubría el espejo, abría el baúl y se transformaba. ¡Que bello se encontraba! ¡Disfrutaba tanto viendo a su madre en el espejo, tan joven, tan guapa que le entraban ganas de cantar!
«La furgoneta siguió avanzando hacia las afueras del poblado. Todavía se veían las casas blancas a lo lejos cuando el conductor les indicó que esa era su parada. Aquello era su nuevo hogar: un caserón al pie de la presa que antaño había sido un balneario, ya que las propiedades medicinales de las aguas embalsadas habían sido apreciadas antes de que la compañía adquiriera las tierras y las contaminara. Cuando Luna se encontró a los pies de la presa se sintió tan pequeña... Entonces supo que ese gigante de hormigón y agua estancada sería una tremenda presencia en sus vidas».
*
Hola. Buen relato. Confieso que tuve que leerlo dos veces, para apreciar ese cambio de narrador, que alguien señala en los comentarios. Me gustan las rimas del primer parrafo. Saludos.
Saludos Carlos Alma soy PROYMAN1 tu vecino del 3 y te doy las gracias por haber leído mi relato para los próximos tendré en cuenta las observaciones especificadas.
He leído el tuyo y me gustado por la sensibilidad expresada aunque creo que el primer párrafo es algo largo y se podían incluir algunos punto y aparte.
Según mi opinión escribes Balleta y creo que se escribe Bayeta y también escribes a parte y creo que se escribe aparte.
Confío en seguir leyéndonos.
Carlos:
Muy buena historia, aunque algo confusa/difícil de compactar. Tal vez “demasiadas” descripciones de los paisajes y movimientos y menos de los personajes.
¿Cuáles serían los significados de las oraciones encomilladas?
De acuerdo con los comentarios de los compañeros
Nos leemos en la próxima
Cordiales saludos
Amadeo
Gracias a todos por vuestro en leer y comentar.
Tomo nota de vuestros comentarios, son muy útiles. Las repeticiones en el relato(por lo menos las que escribí a propósito) me gustan (el reflejo del espejo la que más) porque pienso que le dan un toque poético que, como dice Pepe, quizás no he sabido mantener.
Un saludo.
Hola, Carlos
Has escrito un relato de realismo mágico puro. Muy tierno, con un ritmo fluido y muy trabajado y una estructura que tiende a terminar por el principio visto desde otro ángulo. Ese cambio de narrador es fantástico, te mente en la historia y en la mente de los personajes para vivir en sus propias carnes lo sucedido, algo que, como lectores, ya sabemos.
En cuanto a los apuntes, veo que te han dicho ya casi todo lo que pude ver. Solo apuntarte ese inicio que se me hace un poco poético, pero que rompe con el ritme global del relato. Eso sería en las tres primera frases, donde alteras la formación de sujeto verbo y predicado en una…