El día de mi llegada nevaba con furia, un tiempo raro porque desde hacía más de diez años que no habíamos visto un copo en la ciudad. Tan extraño como haber conseguido un contrato, breve pero con un sueldo decente, nada más terminar mi formación profesional como auxiliar de enfermería.
A la vista del caserón reconvertido en hospital dos años atrás, las dudas sobre mis capacidades y el lugar al que llegaba, tiraban de mí para regresar sobre las huellas que había dejado en la nieve. Pero no había vuelta atrás: la posibilidad de tener, por fin, un sueldo propio me hacía feliz, inmensamente feliz: abría el camino a mi anhelada independencia. “Estas cansado, eso es todo” me dije “porque dos horas de caminata sobre veinte centímetros de nieve, agotan hasta al más preparado”. Reuní las fuerzas que me quedaban, ensayé mi sonrisa más deslumbrante y pedí hablar con el director. El hombre, me recibió inmediatamente.
— Parece usted un barbián —me dijo calándose la gafas sin montura y mirándome fijamente a los ojos
—Perdone señor, no le comprendo
—Que es usted bien parecido y se le ve feliz hijo, simplemente —me contestó— pero pronto se le pasará. Aquí la alegría desaparece pronto, nos rodea la locura.
Después de una pausa, añadió.
—No lo olvide y protéjase.
Y como si sobre mi hubiera caído una maldición, las palabras del director avivaron mis temores. Al salir del despacho sentí que me apuñalaban una docena de miradas esquivas, los ojos de los orates que deambulaban por el pasillo a la espera de la comida de mediodía.
—Va, no te preocupes —me dijo el enfermero que supervisaría mi trabajo— el viejo lo ve así. Lleva aquí más de veinte años, tiene ya muchas conchas, y solo quiere conservar su sillón. Ahora tienes que ponerte a trabajar. Ve a la 121. Eustaquio no se encuentra bien y tienes que prepararle para el almuerzo en la cama. Iremos juntos.
Me negué a recibir la información que el enfermero me ofrecía , quería tener mis propias impresiones. Lo imaginé anciano, o al menos entrado en años. Por eso al ver un joven en la treintena me quedé paralizado.
—Hola —me dijo ignorando a Raúl, como si me conociera de toda la vida—eres el nuevo, claro.
El captó mi extrañeza rápidamente y añadió.
—Yo lo sé todo. Unas voces me avisan de lo que va a ocurrir y hoy me han dicho que vendrías. Por ellas me salvé del incendio de mi casa. Salté por la ventana y desde entonces estoy aquí. Otras veces, me dicen el número de lotería que va a tocar, pero no tengo dinero y no puedo jugar.
Loco pero inofensivo, dije. Raúl me quitó la idea.
—Puede hacerte daño .Está tranquilo gracias a la medicación pero no le pierdas ojo. Le internaron por haber provocado el fuego de su casa para ahuyentar a su madrastra, a la que detestaba porque “había engatusado a su padre”. Ambos murieron y sí él se salvó.
Igual que Eustaquio, todos los demás pacientes cargaban mochilas emocionales que me estremecían y conmovían a partes iguales. Contenía las lágrimas en su presencia y luego, a solas, meditaba horas y horas sobre lo que me habían contado.
Balbina era especial. Llamaba hijos a las cuatro muñecas de trapo, del tamaño de un niño, que había cosido ella misma. Tras el desayuno y después de la siesta las sentaba en círculo para la “asamblea”. Si alguien interrumpía aquellas reuniones desataba su ira. En varias ocasiones Raúl había probado su mano pero a mí me dejaba participar como si fuera uno más.
—No le gusta que nos metamos en sus cosas, pero hay que vigilarla, así que mientras confíe en ti, perfecto.
Ayer antes de entrar en su habitación oí grandes carcajadas.
—Cierra la puerta —me dijo, cortando en seco las risotadas— y siéntate
Obedecí mientras ella se levantaba hacia la mesilla y cogía unas enormes tijeras.
—Se están portando mal, no quieren hablarme. Voy a darles su merecido a ver si oigo por lo menos sus vagidos.
Uno a uno los fue ensartando mientras su furia crecía por el silencio de los muñecos.
—Y ¿tú? —dijo mientras blandía sobre mí el arma.
Salí corriendo.
Dentro de quince días se acaba mi contrato, hoy me han ofrecido renovarlo. El quiero y no quiero han entablado un combate. Debo de estar perdiendo la cabeza.
*
Hola María Jesús, un relato puntual y coincidente con las nevadas del siglo en muchas partes de España.
Has ambientado la historia muy bien, entre el caserón y la nevada consigues un clima propicio e inquietante.
Los puntos flojos que noto es que el protagonista narrador tuvo un punto de soberbia al no querer recibir las indicaciones del enfermero, al fin y al cabo era recién llegado e inexperto, puesto que se trataba de su primer trabajo. Tachar a Eustaquio de loco pero inofensivo, sin mirar su informe y por una primera impresión, no es profesional.
En lo ortográfico y construcción de las frases, perfecto.
Un relato interesante de final abierto.
Isabel. Estoy en el nº 5 si tienes tiempo…
Hola Chus
Muchas gracias por pasarte por mi relato y por las indicaciones que me haces, aunque en este reto no estaba en mi mejor momento y fue un poco precipitado. Respecto al tuyo, gramaticalmente ya te han corregido los compañeros anteriores.
Me ha gustado mucho, aunque hubiera ampliado un poco mas lo del numero de lotería. En un principio parece cómico pero al final resulta verdaderamente trágico, como le indica el director. Felicidades y nos seguiremos leyendo.
Hola María Jesus
Bien contado lo que puede representar el trabajar con personas idas de la cabeza, que se tiene que aguantar siempre que no sean peligrosas como es este caso.
Encuentro en algunas rayas que les falta su ubicación.
—Loco pero inofensivo —dije— Raúl me quitó la idea
—Puede hacerte daño —esta...
Y si el se salvó (falta la coma en y sí, el se salvó)
Nos leemos el próximo. Un cordial saludo (10)
Hola María Jesús.
Coincido con quienes me preceden, el relato es muy bueno, se lee sin pausa, esperando el final.
Estoy de acuerdo también con las distintas opciones que te han dado para el "sí se salvó", cuestión de gustos a la hora de elegir.
Es verdad que es peligroso lo de la tijera a la mujer.
Y el final...no creo que esté perdiendo la cabeza. Más bien, la tiene bien puesta para terminar un contrato bastante peligroso, y plantearse seriamente irse de ese lugar tan peligroso.
Mis saludos
Laura
Maria Jesus,
Yo también pensé que virabas hacia algo tenebroso. Pero ha resultado ser un relato dramático y cómico con grandes dosis de imaginación e ingenio. Y si me lo permites, algo de terror en la escena final.
Lo veo muy bien hilvanado todo. La lectura fluye sin sobre saltos por una trama muy bien tejida. Me gustó mucho.
Un saludo y nos leemos.