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El despertador - Estel Vórima - (R)

Cada mañana repetía aquel ritual. Se levantaba con una tranquilidad asombrosa. Llevaba así durante todo un mes, y pensaba hacer de ello un hábito. Respiró lentamente hasta llenar y vaciar los pulmones durante sesenta segundos. Estiró los brazos, la espalda, las piernas, cada músculo de su cuerpo. Luego lanzó un largo suspiro. Ya eran la ocho. Se sirvió una rica infusión de frutos rojos y se concentró en su gran plan. Sí, todo estaba previsto. Atado y bien atado. Todo sucedería como lo había planeado… «Pipi, pipi, pipi, pipi». El despertador mandó todo al carajo, el sueño de su ordenada e interesante vida. Eran las cinco de la madrugada y se despertó como siempre, con dolor de espalda y el cuello rígido. Todos sus músculos se sentían pesados y agotados. Desayunó con prisas y se quemó con el café bien cargado que se había servido. Rezó para no perder el tren. —Con las manos en la masa, eh, Lucía. Por qué su compañero no se cansaba de esa estúpida broma que llevaba empleado durante los últimos cinco años. Estaba amasando el pan. Tenía la cara pringada de harina. —¿Qué es lo que ha pasado en tu barrio esta mañana? —¿De qué estás hablando? —Lo vi de camino al curro en las noticias de Internet. Ha aparecido una familia asesinada. Un matrimonio de treinta y cinco y treinta y dos años. Una cría de seis meses y la abuela de unos sesenta y tantos, coja de una pierna. —¡Pero si eso es en mi bloque! Viven en el tercero. La chica se llama Andrea, vamos juntas a zumba. —Pues me temo que la pobre no podrá bailar más. La policía piensa que es un ajuste de cuentas. ¿Tú qué piensas? Si los conoces algo podrás decir. —¡Qué leches quieres que te diga, Ramón! El marido, Jorge, era pintor. Hace dos meses me pintó el techo del comedor porque me caló el vecino del segundo. Ella trabajaba en una gestoría cerca del barrio y la abuela estaba prejubilada. Limpiaba en colegios, se cayó por una escaleras y tuvieron que operarla de una pierna. Ella se quedaba con la niña. Se llamaba Artemisa, porque a Andrea le encantaba la mitología y la fantasía. No me imagino que se hayan metido en líos. Además ¿a qué hora ha sido? Cuando he salido de casa todo estaba tranquilo y en el bloque no he visto ni oído nada raro. —Bueno, aquí pone que han dado la alarma a las once. Porque a ella la llamaban del trabajo y no cogía ningún teléfono. Les ha aparecido raro que si la pequeña estaba mala o algo no hubiese avisado. —He salido de casa a las cinco y media. No sé. ¿Dicen como han muerto? —Degollados durante la cena. Estaba la mesa puesta y todo. —Pero ninguno gritó o se resistió. ¡Es que no se oyó nada! Y las paredes parecen de harina. —Mujer, no la pagues conmigo, yo solo sé lo que dice la prensa. Tal vez estuvieran atados o drogados. Pero parece ser que la policía no ha advertido señales de violencia o robo. Las abuela tenía sus anillos de oro y al lado del televisor había cincuenta euros. —Eso solo puede significar que conocían a su asesino o asesinos, que es alguien es quien confiaban. —¿Qué pasa? ¿Te piensas meter a detective o qué? Es la hora del descanso. Vamos a tomar algo, así se te pase el disgusto. —¡Crees que tengo ganas de meter algo en el estómago! —Porque no comas no van a resucitar, siempre se ha dicho que las penas con pan… Lucía le tiró un panecillo a la cabeza. —¡Toma tu pan! ¿No te das cuenta de que puede haber un asesino en mi edificio? —¡Pues ten cuidado, no te vaya a rebanar el pescuezo esta noche! — le gritó dando un bocado al panecillo. Lucía se quedó pensando, mientras amasaba automáticamente. La tarde anterior al asesinato, Andrea y ella volvieron juntas del gimnasio, se la veía tan normal como siempre. Incluso estaba planeando irse de fin de semana en dos meses por el aniversario. A su madre lo importaba quedarse con la niña. No parecía actuar como alguien a quien hubiesen amenazado. Lo del ajuste de cuentas no la cuadraba. La policía podría interrogarla ¿qué les podría decir que fuese útil? ¿Y si el atontado de Ramón tenían razón y el asesino volvía actuar? ¿Y si ella era la siguiente por ser amiga de Andrea? Giró la cabeza buscando el reloj. Ahora más que nunca deseaba que sonase el odiado «pipi, pipi, pipi, pipi. »

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