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EL ENGAÑO - Lucho- (R)

EL ENGAÑO La lluvia caía sobre el tejado como una ristra de corcheas y semicorcheas cadenciosas y tristes. Se volteó en la cama contra la pared, haló la cobija hasta cubrirse la cabeza, suspiró hondo. Sus oídos atentos a la música de la naturaleza y lo demás hecho un silencio. Entró a su casa, cargado de cansancio, cuando despuntaba el amanecer. El cielo aún oscuro, la forma de los árboles se intuía en el horizonte. Caminó un largo trecho desde el bar el Triángulo, el frio penetró sus huesos y le dolían. Buscó calor envuelto en las mantas, escondió las manos entre las piernas. Un dolor en el estómago atrajo su atención y observó la camisa que traía puesta manchada de sangre. En la cantina bebió como queriendo agotar existencias, para ahogar desamores, las malas rachas. Se sentía acongojado, oprimido por la vida, un nudo en su pecho le acogotaba hasta la garganta. En su borrachera, las lágrimas rodaban por las mejillas. Bebió hasta el fondo de la botella y pido otra; invitó a los que se encontraban en el mostrador, codo con codo. ―Las amo, aunque paguen mal, ―brindó, levantando la copa. ―Ahora que lo he perdido todo, la desgraciada me abandona. ―Los demás chocaron sus copas contra la de Rigoberto. Este se tocó el ala del sombrero, lo hecho hacia atrás dejando vislumbrar una cabeza despejada, unos ojos verdes, entristecidos y llorosos, y un rostro cuarteado por las soleadas faenas. ―No vale la pena llorar por ellas, no se lo merecen, ―un mozalbete mandándose el trago a la boca, con mirada de desprecio y cargada de despecho, lo dijo con rabia, asentando la copa sobre el mostrador con violencia. Muchos aplaudieron. Pero el jovenzuelo continuó con su perorata. ―No le ponga música a ese cuento, a sus espaldas sucedieron muchas cosas y usted no se enteró. ―Una mirada como un venablo se clavó en los ojos del parlanchín y un sonido de cristal estalló contra el suelo. Hubo un silencio premonitorio. Rigoberto se volteó e interrogó a quienes bebían a su costado: ―¿Todos ustedes lo sabían o son alardeos de este mocoso? ―los ojos se posaron en el suelo, los labios enmudecidos. Se escuchó el vuelo de una mosca que fue a posarse en el vaso de agua con que el magullado Rigoberto pasaba su aguardiente. Sin mediar palabra el cantinero intentó espantar al insecto, pero una fuerte manotada lo paró en seco. ―¡Deje ahí no más! ―el hombre alcanzó a quitar su mano y el vaso salió volando por los aires hasta estrellarse en una pared. La amarilla cal chorreo como un orín. Nadie miraba al hombre y menos al portador del chisme, pero este volvió a abrir la boca. ―Tanto escándalo por una mujerzuela, ―y se paró de su asiento, como esperando lo que se le vendría encima. Lo miró con desprecio de arriba abajo, lo midió y sintió que su corazón se revolcaba como un perro recién bañado, sacudiendo el agua. Una cuchara que había sobre el mostrador salió disparada contra la humanidad del atrevido, quien logró evadir el golpe. Este lanzó una carcajada de desplate. Las miradas hirientes se cruzaron, pero el hombre mayor de nuevo interrogó: ―Atrévanse a decir la verdad, ¿es cierto lo que este boqui suelto está asegurando? ―sus ojos ensartaban como puñales. Las cabezas seguían gachas y los labios apretados. Alguno susurró: ―No le preste atención, no sabe lo que dice, es solo un niño. ―De inmediato escondió la cabeza entre la ruana. ―¿Niño yo? ¡Cómo se atreve usted, como se atreve! ¡Intente tan solo tocarme un pelo, para que vea lo que es este niño! Se lo que digo y muchos de ustedes están enterados, lo que pasa es que les da miedo. Yo soy un barón y hablo con conocimiento de causa. Además, no le tengo miedo a los cornudos. Botellas y vasos cayeron al suelo. La mesa del mostrador quedó vacía al igual que los asientos. En las manos del agraviado se apuntalo un pico de botella, cortante. Se lanzó sobre el muchacho y recibió un puñetazo. Cayó al suelo, se volteó con saña y sintió que el vidrio se hundía en la carne. La risa del mozuelo se convirtió en mueca. ―¡Se lo digo, porque lo sé! ¡Qué importa ya! ―No se oyó más y el movimiento se apagó. Trastabillando se dirigió a la casa, entró con dificultad y se tiró en la cama. Su llanto fue sosegado por la música en el techo.


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