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El Equivoco - Lucho

EL EQUIVOCO

El sepelio estuvo muy concurrido. Eulalia asistió esposada y con dos policías, uno a cada lado. El cuchicheo durante el funeral se percibía como un goteo en el piso: ¡Como la trataba de mal! ¡Ese hombre no fue un caballero! ¡Era muy grosero y se la tenía montada! ¡Además, celoso y borracho! ¡Eso no justifica lo que ella hizo! Los comentarios iban y venían, pero las lágrimas y el llanto, le impidieron enterarse de lo que allí se decía.

Se casó muy joven con Román, un buen mozo que la galanteó durante varios años y que al final ella aceptó, porque la estaba dejando el tren, como decían las mujeres del pueblo cuando una mujer no conseguía marido antes de los veinte años. Tenía envidia de sus compañeras de colegio, porque casi todas lo habían abandonado para casarse.

Román salía todos los domingos con su recua de mulas cargadas de los frutos de su finca, para venderlos en el pueblo. Propietario de una gran hacienda a dos kilómetros del poblado. Desde muy joven le tocó hacerse cargo de la tierra, debido a que sus padres murieron víctimas de la violencia. Él tuvo que asumir la obligación de sacar adelante a sus hermanos y sostener la finca. Con el tiempo cada uno tomó su camino y se quedó solo. Era un hombre rico pero sin cultura. Nunca asistió a un colegio y apenas sabía leer, sumar y restar. Le gustaba Eulalia. Ella de tan solo quince años y el de treinta y cinco. Durante mucho tiempo hizo poco caso a las lisonjas de Román, porque no le gustaba.

Después de cinco años de flirteo se casaron. No se la veía feliz y en la fiesta; lo vio pasado de tragos como en toda celebración a la que asistía. Los amigos se lo llevaron a dar una vuelta y así evitar cualquier acto bochornoso. Ese mal sabor, marcó la vida de la muchacha, que desde ese día lloró sin parar hasta el sepelio de su marido y de su hijo.

Ella provenía de una familia acomodada y nunca realizó labores domésticas, tan solo dedicada a las del colegio y a departir con sus amigas. Su vida sufrió un cambio radical. Si bien tenía quien le colaborara en las labores de la casa, ella ayudaba en la cocina a despachar la peonada, que salía desde muy temprano a recolectar el café, ordeñar las vacas, bañar y ensillar los caballos y salar el ganado. Le tocó moler maíz, ablandar la masa con sus manos y armar arepas. Extenuada, sin descanso alguno, aun debía embetunar las botas de su esposo, remendar los pantalones y las medias. Se fue acostumbrando a esa actividad infatigable. Sin embargo, sentía que Román no buscó esposa sino una sirvienta.

Lo que más la resentía era el trato de su marido: Despectivo, poco cariñoso y todos los domingos volvía del pueblo, cargado de aguardiente en el cuerpo y se dedicaba a insultarla, violento en algunas ocasiones. El rencor crecía día a día, sin encontrar una oportunidad para abandonar aquella vida que la había vuelto insignificante. Maquinó muchas tretas para romper el matrimonio, en medio del desespero: Volarse de la hacienda con su hijo, pero ¿a dónde ir?, había perdido el contacto con el mundo exterior. Podía volver a la casa de sus padres, sin embargo el temor a los chismes que se levantarían en el pueblo por su regreso y a la ira de su papá se lo impidieron. Le temía también al púlpito de la iglesia.

Un día en que la dejó hecha una piltrafa y llena de moretones, después de arrastrarla por el patio en medio de los trabajadores, ella tomó una decisión: Lo mataría. No lo pensó más, ni tampoco midió las consecuencias. La ira, el rencor oculto en su corazón pudieron más que la reflexión. En el momento en que preparó el desayuno, esa mañana, echó veneno en las dos arepas que armó para él. Fue cuidadosa en ponerlas en el plato en que le llevaría el alimento y se sentó a observarlo. Cerca de Román estaba el niño y como siempre compartieron un bocado. Eulalia trató de evitarlo, pero el hombre de un manotazo la mandó al suelo y por un momento perdió el sentido. En ambos se notó el desespero, se cogían la garganta, mientras el veneno iba haciendo su trabajo. Cuando ella pudo reaccionar ya era tarde. Lloró amargamente y se entregó a las autoridades.

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