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Ocitore

El escribidor- Ocitore- (R)



Bajo los portales de la plaza de Santo Domingo había un local muy concurrido. La atracción principal era la música que producía una máquina de escribir. La gente hacía filas enormes para poder obtener los servicios de Pachequito. No había fenómeno meteorológico que le impidiera a la gente esperar pacientemente su turno. “¿Ya se la ha dado, querida Chonita? —le preguntaba la señora de la fonda a su amiga que le mandaba cartas a su hijo al otro lado del río. La amiga asentía con la cabeza, sonreía y se marchaba a paso rápido impulsada por la felicidad. Como ella, cientos de personas se levantaban a las cinco de la mañana para coger el autobús y llegar hasta ese sitio. La espera no era muy larga para los primeros, pues el escribiente era madrugador. Los que percibían el fuerte olor a café, tabaco y vaselina, sabían que se acercaba ya el hombrecito de las cartas. Era bajo, delgado y su cara se definía solo por sus grandes anteojos, sus rasgos se diseminaban según el observador. A muchos les parecía que tenía un bigote menudito, con una boca carnosa y nariz afilada; a otros, por el contrario, su cara les producía una sensación de miopía en la que se borraba todo rostro.

Pachequito era de esas personas comunes a las que les fue otorgada una cualidad. No tenía estudios ni había trabajado en ningún sitio para ganar experiencia. Sus padres lo habían mantenido hasta los veinte años y luego, al ver que ya se podía mantener solo, le dejaron crecer las alas y echó a volar. No llegó muy lejos, pues asentó su nido a unos doscientos metros de la casa paterna.

Él era poco inquieto, muy cerrado y su única afición había sido meditar. En su análisis del mundo descubrió que la vida era complicada para unos y simple para otros. No dependía de la filosofía que tuvieran las personas, sino simplemente de las palabras. Esos sonidos que entraban por las orejas se iban a diferentes partes de la cabeza y actuaban en grupo o aisladas y luego producían cosas raras como euforia, nostalgia, amor u odio. Chequito había descubierto un día que las palabras nocivas se podían sacar de la mente con una pequeña trampa. Era necesario pensar en ellas, decírselas a él, luego escribirlas en una hoja de papel y luego quemarlas, por el contrario, las palabras benéficas se apuntaban en un folio y se ponían en un lugar visible. Era sencillo, pero había que seguir algunos pasos con exactitud para que llegara la solución. En primer lugar, tenían que ser dictadas en secreto, luego envueltas en un sobre que se sellaba a conciencia para que la palabra no se escapara en el trayecto y, por último, se quemaban las malas en un cenicero y si eran benignas se recibían con un gran saludo y sonrisas.

Escribía hasta el anochecer. La gente le pagaba con lo que podía. Llevaban gallos de pelea, dinero de cobre, costales de maíz, sombreros de paja, huevos u hortalizas. Él aceptaba de todo y luego se lo repartía a sus familiares y amigos. Había ocasiones en que por risibles coincidencias les llegaban las cosas a las personas que habían pagado con ellas. La gente lo tomaba como algo natural, era la confirmación de que el acuerdo había funcionado bien. Las tardes más duras eran en vísperas de fiesta porque la gente acudía en grupos o parejas y casi nadie sola. La máquina de escribir se ponía al rojo vivo al darle tantos golpes al teclado, luego, la palanca de retorno que parecía un bastón, sonaba tan a menudo que salía una canción de notas sordas. Era como una balada de amor en la que se hablaba de cariño, rencor, amor y traiciones. Se componía con las palabras que le susurraban al oído, le solían cantar las más bellas como pasión, delirio, ternura y otras.

Trabajó toda su vida y ningún adelanto técnico pudo hacerle perder clientes, pues más que escribir las palabras, las materializaba o las esfumaba y eso la gente no lo podía encontrar en ningún sitio. Lo visitaron actores de cine, bellas mujeres engalanadas, secretarios de estado y un día que se tuvo que acordonar la plaza, llegó a verlo el presidente. Se bajó de su coche y caminó con seguridad hasta el portal de Pachequito. Le estrechó la mano, le dedicó un gran discurso y luego se sentó en el banquillo, se inclinó, le dijo su palabra. El país mejoró.

*





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8 Comments


Me gusto tu relato. Me parecio interesante, por lo confuso, eso de las palabras. Me hizo pensar en eso que se califica como "palabras nocivas", en lo nocivo que seria sacarlas, en los terminos que para entendenrse necesitan de su contrario como: "izquierdo-derecho", ¿qué pasaria con "desgracia-gracia"? ¿En realidad Pachequito ayuda a un dictador a crear una distopia? Saludos


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Pepe Espi Alcaraz
Pepe Espi Alcaraz
Sep 28, 2022

Hola, Ocitore.

Creo que este es el mejor relato de la presente edición, o por lo menos el que más he disfrutado. Se siente la magia del protagonista desde el inicio, la misma que has imprimido a tus letras para saltar del texto y formar parte del lector. Fenomenal trabajo al que poco puedo añadir. Quizá darle una mayor importancia a la llegada el presidente presentándolo en un nuevo párrafo. Incluso al principio, ya que ese es el cenit del relato. Aunque eso solo es una observación, la historia es tremenda. Felicidades.

Un abrazo!

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Carlos J. Noreña
Carlos J. Noreña
Sep 20, 2022

¡Qué encantadora pintura de un personaje, Ocitore! Y qué tan entretenido todo el relato, con una magia que nos hace seguir sin parar, hasta que ese inesperado final nos hace regocijar con el protagonista.

No estoy de acuerdo con la apreciación de Laura Yannelli: no veo una introducción, veo todo un desarrollo desde el comienzo.

No tengo observaciones de forma.

Esta vez no tuve tiempo de particitar en la tarea, pero sí lo sacaré para leer vuestros cuentos.

Saludos.

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Carlos Alma
Carlos Alma
Sep 20, 2022

Enhorabuena Ocitore.

Tu relato está mu bien escrito y tiene buen ritmo de lectura aunque, es verdad, que hacia el final se acelera y termina rápidamente. Quizás si no hubiera límite de palabras hubieras podido aderezar ese final, que es bueno, con todas esas descripciones tan evocativas que ha conseguido arrastrarme a esa plaza de Santo Domingo.

Saludos desde el 9.

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Jesus Felix Gomez
Jesus Felix Gomez
Sep 19, 2022

Hola, paisano. Muy buen relato, como ya es costumbre en ti. Además de lo que ya te indicaron, y con lo que estoy de acuerdo, noté la repetición, varias veces, de la palabra “luego”, algunas incluso muy cercanas. Quizás valdría la pena buscar algún sinónimo. Nada importante que le quite mérito a tu excelente relato. Enhorabuena, un abrazo y cuídate mucho.

(A BERUMEN, 5).

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