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El extraviado -Ocitore- (R)

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Salió rápido del vagón. La persona a quien le había robado el bolso seguía dormida. Eran la una de la mañana y nadie lo había visto. Los trenes iban casi vacíos. Era la hora en la que los ladrones salían a buscar despistados que después de una buena juerga se dormían en los asientos. En cada coche había cámaras, por eso Zaan, como le decían sus compinches por su corpulento físico y su supuesto origen mongol, usaba capucha y un pañuelo que le cubría la boca. Llevaba unos meses robándole a los borrachos los fines de semana. Cuando los policías lo interceptaban para interrogarlo, disimuladamente desaparecía los bolsos, mochilas, billeteras, pasaportes o el dinero que había sacado con esmero y cuidado de los bolsillos de sus víctimas. Tenía agilidad con las manos y eso lo situaba en una posición cómoda en el mundo de los atracadores de poca monta. Podía sacar billetes, incluso monedas, de los bolsillos traseros de los pantalones se encontrara en la posición que se encontrara el incauto de turno. Salió de la estación y caminó hacía su casa. Vivía con unas mujeres pedigüeñas que le habían brindado asilo a cambio de sus motines. Él se los había ofrecido porque tenía bastante necesidad. Su difícil situación lo obligaba a falsificar sus documentos y alejarse de los sitios concurridos. La policía no lo había podido detener porque era muy astuto y desaparecía con naturalidad. Llegó a su casa y encontró a una de las viejas despierta. La saludó, ella le indicó que se fuera a su habitación. “¿Qué has pillado hoy? —le preguntó farfullando la anciana sin mirarlo—. Tremenda mochila que traes allí”. Él no contestó y cerró su puerta. No quiso ver lo que contenía la bolsa. Se echó de un trago un cuarto de botella de vodka y se quedó dormido. Al despertarse vio la mochila. La miró y al tratar de abrirla se dio cuenta de que tenía un pequeño candado. Sacó su navaja y la insertó en los dientes de la cremallera, ésta se fue abriendo en forma de canal. Dejó ver su interior. El macuto era de un tipo que había salido de algún bar de mala muerte. No llevaba cosas de valor. Espulgó todo. No encontró ni dinero, ni algún objeto de valor que le ayudara con el sustento. Pensó qué hacer con el contenido. Unos guantes, una bufanda, una billetera con una foto, unas tarjetas de descuento para varias tiendas de alimentación y nada más. Le dejó todo a las viejas que lo miraron con desprecio y le dijeron que no vivía en un hotel. Tenía que ir a buscar algo que si mereciera la pena. Conocía un bar de lujo y de vez en cuando algún riquillo despistado se perdía o dejaba tirado algo por descuido. El problema era la vigilancia. Los guardias lo tenían fichado y le habían prohibido acercarse. Tuvo que esperar en la esquina. El frío le calaba los huesos. La temperatura había bajado a menos diez grados y con la espera se había quedado tieso. De pronto vio salir a un hombre con un abrigo caro. Lo separaba de su objetivo una distancia de unos veinte metros. El tipo tardaría unos treinta segundos en llegar al hotel. Podría darle alcance pronto, le vaciaría los bolsillos en fracción de segundos y después se esfumaría antes de que los guardias lo vieran. Todo le salió perfecto, pero resbaló al pisar una capa de hielo cubierta de nieve y salió volando. No le ayudaron sus reflejos y se dio un topetazo muy fuerte. Quiso levantarse, pero no lo logró. Permaneció tirado hasta que lo recogió la ambulancia. Ya en el hospital lo despertó un pinchazo. Abrió los ojos y vio a una enfermera mirándolo con reproche. “¿Para qué se movió? —le dijo—pude haberle dejado media aguja adentro. Mire cómo la dejó. Parece un aguijón”. Bueno, parece que ya está mejor. Tuvo una contusión. Durmió dos días”. Por la tarde llegaron unos payasos para animar a los enfermos. Era la iniciativa del director del hospital que estaba convencido de que eso ayudaba a la recuperación de los pacientes. Uno de ellos pareció reconocerlo: “Oye, Mandrake, ¿cómo has parado aquí? Llevamos buscándote mas de medio año y mira dónde te venimos a encontrar. ¿Te acuerdas de Micky? Desde que te golpeó el elefante te andamos buscando. Imaginamos que habías perdido la memoria. ¿Ves? En esta foto estamos los tres Micky, tú y yo”. Vio que él era el mago.

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