Cada día, a las seis en punto, un hombre se para en frente de casa de Ramiro Ramírez. Es alto, sobre cuarenta años y va siempre muy elegante. Tiene la mirada amistosa, y no se va hasta que Ramiro sale de casa y se saludan. Puede que que trabaje por la zona o que por alguna razón, su día a día le obligue a quedar atorado justo hasta que Ramiro sale y le espanta. Aun así, lo peor no es la situación en sí, sino hacia dónde se dirige.
Y es que, llueva o haga sol, cada día, Ramiro siente la imperiosa necesidad asomarse por la puerta, salir a la terraza y saludar al extraño inquilino. Es como si su mundo se detuviera y con ese acto volviera a reactivarse y quedar en paz. De hecho, se ha convertido en una obsesión que no le permite hacer otra cosa; no sale de casa, casi ni se relaciona, necesita tener esa hora libre, salir y deshacer ese surrealista entuerto. Y todo por una situación que podría arreglarse con una conversación.
Así que llega el día en que, harto, sale al encuentro y le dice que ya está bien la broma, que deje de hacer eso que hace, además, ¿por qué lo hace? El otro se sorprende, porque él no hace nada raro. Vive cerca, suele terminar a estas horas de trabajar y, esto lo dice bien extrañado, lleva años preguntándose por qué todos los días él, Ramiro, justo a las seis, sale de su casa, le saluda y se adentra corriendo.
Ramiro trata de asimilar esas palabras. Se da la vuelta con la intención de volver a su casa, pero en vez de eso se detiene, cierra los ojos con fuerza y sacude la cabeza espasmódicamente. Este mequetrefe está tratando de hacerle perder la cabeza o de que piense que no está bien de ella. Pero no. Hoy va a ser inflexible. Un hueso difícil de roer. Es él el que está haciendo cosas extrañas y no tiene por qué aguantarle. Abre los ojos y se da la vuelta de un salto con la intención de encararse con él, pero para su sorpresa se da cuenta de que ya no está en la calle, sino dentro de su casa. Más en concreto en su cocina, de pie y cara al redondo y grande reloj de pared. De pronto, llaman al timbre. Son las seis y un minuto.
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Pepe:
Cuando leemos un cuento, solo queremos solazarnos y tenemos que permitirle al autor que retuerza el argumento todo lo que él quiera. Sin embargo, tenemos derecho a interpretar el desarrollo e interpretar también la intención del autor.
En tu relato, yo interpreto que Ramiro ha inventado al otro señor en su mente y tiene la alucinación de verlo cuando sale a buscarlo a las seis. Teme hablarle porque es nadie más que él mismo y elude la autoconfrontación. En el momento en que se decide a confrontarlo, se le disuelve y Ramiro se ve en su posición real, frente al reloj. El timbrazo lo entiendo como un llamado de la realidad.
No tengo observaciones de forma, salvo que una…
Hola Pepe
Me gusta leer los comentarios de los compañeros después de hacer el mio, para no contaminarme y dar mi propia opinión. Cada vez que leo lo de los compañeros, aprendo más y comparto las observaciones que te han hecho.
Saludos Lucho
Hola Pepe
Muy creativa tu historia, ese personaje de la calle que termina dentro de la casa, hace del escrito algo inesperado y eso hace que el final sea contundente. Está bien escrito, es coherente, tiene un poco de intriga y eso le da fuerza. Le queda al lector la interpretación sobre ese personaje que yace en la calle y luego en la cocina, ¿es una fantasía creada por el Ramiro? Ese juego hace interesante el cuento. Te sugiero describir un poco el personaje y su parecido con el de la calle, nada nos dice sobre estos. Algunos asuntos menores:
Puede que que trabaje por la zona o que por alguna razón, su día a día le obligue a quedar…