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El Hotel Arcano - Amaranto - (R)


Cada año, un grupo de amigos se reunía en un hotel enclavado en una zona montañosa junto a una renombrada estación de esquí dotada de inmejorables pistas con remontes de última generación. Esta vez, los tres amigos se encontraron con un inesperado revés del destino, que acabó obligándoles a cambiar de alojamiento. Una avalancha de turistas fue la culpable de tomar al asalto dicho espacio, por lo que faltaban plazas para acomodarles. Dicha eventualidad les condujo hasta otro establecimiento próximo. Las duras condiciones ambientales que rodearon la jornada de búsqueda fue el principal motivo de hospedarse en un sórdido hotel, cuya fachada presentaba un estado deplorable de conservación, con numerosas grietas y manchas de verdín. La entrada exhibía un cartel que debió ser luminoso en el pasado y donde aún podía leerse Hotel Arcano. Era evidente que no era de la categoría idónea para quedarse tantos días, pero la rápida incursión del atardecer en la espesura del horizonte terminó convenciéndoles, ya que era el único lugar con suficientes habitaciones libres que pudieran dar acomodo al grupo durante toda la semana. La primera noche no pudieron dormir tranquilos. Unos incesantes ruidos de pisadas, de estallidos de corchos de botellas de champán propulsados igual que balas contra las paredes, de notas e instrumentos musicales recorriendo de madrugada los pasillos, fueron lo bastante molestos como para impedirles conciliar el sueño. Al día siguiente acudieron al mostrador de recepción con la intención de hablar con el responsable, al que le expusieron sus quejas. —Le conminamos a que nos de una explicación o le pediremos el libro de reclamaciones. —¿Cómo justifica semejante escándalo a esas altas horas de la madrugada, cuándo se supone que los clientes debemos descansar? —Discúlpenme señores, pero están en un error, el hotel permaneció silencioso toda la noche. —Les intentó tranquilizar el jefe de aspecto huraño, tez pálida y voz enigmática. Transcurrieron varias horas y algo extraño en el entorno les puso en alerta, sospechando que no todo transcurría con normalidad tal y como les atestiguó el encargado de manos huesudas; el resto de empleados no los perdían de vista murmurando extraños sonidos que más parecían conjuros. Sus pérfidas miradas les taladraban el alma, aunque decidieron ignorarlos y seguir con sus prácticas deportivas. La segunda noche se repitió idéntica algarabía, incorporándose otros sonidos de carácter alarmante como fuertes portazos y algún disparo. Entonces, escucharon un fuerte grito de mujer que en un primer momento los dejó paralizados. Después, Samu decidió salir para pedir explicaciones al recepcionista. En el camino se fijó en un pasillo lateral que daba a una escalera. Desde allí, escuchó con claridad el jolgorio, en consecuencia fue subiendo los peldaños con cautela. Sus ojos desorbitados miraban en todas direcciones. Un golpe seco en la espalda le lanzó escaleras abajo hasta caer desnucado. A la mañana siguiente los dos amigos de Samuel se presentaron en recepción exigiendo hablar de nuevo con el jefe. Este les volvió a asegurar que no tenía constancia de ningún incidente a lo largo de la jornada nocturna y que lo más probable era que su amigo se hubiera ausentado del hotel. Aquella excusa no les convenció por lo que optaron por investigar por su cuenta durante la próxima noche. —Manu, llévate la ACM con silenciador. No hagas tonterías y cúbreme la espalda. —De acuerdo, Quique, iré detrás de ti. Toma esta linterna por si acaso, yo llevo otra en el bolsillo. —Ponte calzado deportivo y no te olvides de la sudadera con capucha. —¡Date prisa! Ya han dejado las luces de emergencia. ¿Has escuchado esos gritos? Tenemos que ser cautos y muy silenciosos. ¡Recuérdalo! Pisando de puntillas se dirigieron al pasillo lateral del ala del edificio, justo en el mismo lugar donde la noche anterior, el amigo desaparecido había recibido aquel contundente puñetazo en la espalda. —¡Cuidado, Manu! —balbuceó titubeante Quique—. En un intento de avisarle de la presencia de una sombra cerca del descansillo de la escalera. Al girarse, Manu se dio cuenta de que estaba solo. Todo parecía haberse quedado en silencio. Únicamente se fijó en unas pisadas que conducían hasta la cocina. Dichas huellas presentaban restos de una rojiza masa de hojaldre. —¡No conseguirás nada disparándome! Te estábamos esperando. Tus amigos estaban deliciosos y tú serás el postre —afirmó en una voz gangosa una espeluznante presencia con el rostro desfigurado y los globos oculares colgándole sobre las mejillas... Manu trató de huir corriendo, pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas herméticamente, mientras una fila de "clientes" se abalanzaba para devorarlo.

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