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Lucho

El papagayo - Lucho


Comenzaron las vacaciones, en las calles del barrio había gran excitación: gritos, carreras, juegos de pelota envenenada, escondidijo y otros más, se apoderaron de nuestra rutina. Los madrugones colegiales quedaron colgados de la semana anterior, los libros arrumados sobre un escritorio y el uniforme escondido detrás de la puerta de mi pieza.

El primer día fuimos a coger varillas de caña para armar las cometas. Agosto era un mes de buenos vientos. Nos metimos en el caña-dulzal y buscamos cañas gruesas para sacar las varillas más resistentes y afrontar la competencia, que nuestros padres preparaban con un premio en dinero que nos permitiría saciar los antojos. La lucha sería fuerte.

Armamos barriletes, papelotes, papagayos, que eran las cometas más ágiles para escapar a los ataques. Algunos construyeron mesas, de gran tamaño, que, aunque lentas, eran contundentes en sus escaramuzas. En la cola de la mía puse cuchillas de afeitar para cortar las cuerdas de mis contendores, otros también lo hacían. Con regocijo nos preparábamos para la batalla y era un secreto lo que llevaríamos a la competencia. Construí un papagayo con un papel de seda vistoso, para distinguirlo fácilmente y así maniobrar de manera oportuna. Lo decoré con una flor de lis brillante, había leído que era un símbolo de poder.

Cuando no estábamos trabajando en las cometas, jugábamos bolas, al arroyuelo; se trataba de embocar una bola en un hoyo alejando a nuestros competidores golpeando sus canicas. El primer lanzamiento lo hacíamos con una bola en buen estado y luego para los golpes posteriores poníamos las más roñosas. El que embocara de primero se ganaba las bolas que estuvieran dentro del cuadrado que rodeaba el hoyuelo. El primer día perdí una de mis canicas favoritas, fue una desilusión, porque en otras oportunidades me había dado muchos triunfos.

Llegó el domingo, en misa nos miramos con desconfianza, tratando de adivinar que se traía cada uno para esa tarde de sol y de viento. No supe que dijo el padre en la homilía, no salí a comulgar, el odio que sentía contra mis amigos me hacía sentir en pecado, quería derribarlos a todos. Estaba dispuesto a ganar como fuera. Se terminó la misa y salí corriendo para mi casa, nada de develar los secretos. Los demás hicieron lo mismo; caminando por las calles quedaron nuestros padres con una sonrisa en sus labios.

A las dos de la tarde, cogí el papagayo, envolví la cola de trapo en un palo, agarré el mazo de piola y salí convencido del triunfo. Cuando llegué, ya algunos tenían levantadas sus cometas. El viento era fuerte, las pitas se cimbraban y los tirantes se sentían rumbar. Hice una lagartija con los dedos de la mano derecha. Desenvolví la cola de trapo e icé la cometa. Llamó la atención su colorido y lo brillante de las flores de lis. Las que ya surcaban el firmamento, apenas se distinguían unas de otras, creí tener una cierta ventaja. El viento elevó el papagayo pidiendo cada vez más cordel. Mientras ascendía se me vino encima una gran mesa, hale de la pita con fuerza y mi cometa se inclinó esquivando el ataque. La mesa cayó en barrena y dio contra el suelo, la descalificaron. El dueño gimió.

El papagayo se desplazaba con agilidad, pero era visible para mí y para mis enemigos. ¿Era una ventaja? Tuve que realizar varias cabriolas para evitar los ataques furiosos. Pero distinguirla me permitía reaccionar a tiempo y evitar las embestidas. En un momento estuve acorralado por un barrilete y una mesa, recobré cuerda, el papagayo se puso vertical y los dos adversarios chocaron, quedando el barrilete fuera de combate. Se fueron diezmando los competidores, y al final solo quedaron mi papagayo y una mesa. Traté de golpear con la cola el piolín de mi competidor, pero fallé, y el peso de ese armatoste me atacó. Corrí como un competidor de cien metros y lo logré evadir. De nuevo ataqué el hilo de la mesa, era lo único que podía hacer o esquivarlo y que perdiera el control y se fuera al suelo. La mesa salió despedida, se veía cada vez más lejos, sin control y el mazo de cuerda se destempló. La cola del monstruo se enredó en un poste y fui proclamado como ganador.

Los jurados revisaron mi papagayo, yo también lo miré detenidamente, tenía varios cortes en el papel de seda. Miraron la cola y fui descalificado. El premio se lo dieron al dueño de la mesa.

***




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10 Comments


Admon KMarce
Admon KMarce
Jul 12, 2022

Cierre conteo anual. 9 comentaristas +1 corazón por participación.

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Toñi Ávila
Toñi Ávila
Dec 01, 2021

Hola Lucho,

Estupendo relato con el que nos transportas a una intrépida y feliz infancia... y nos trae tantos bellos recuerdos.

Hasta la próxima entrada. Vibe (9)

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palomac.marqueta
Nov 29, 2021

Buenos días Lucho: Me ha gustado mucho tu relato. Me ha recordado el libro de “Cometas en el cielo” de Khaled Hosseini que leí hace tiempo y que me encantó. En Afganistán tu protagonista abría ganado porque estaba permitido poner cuchillas para cortar el cordel de las cometas contrarias.

No sé nada de cometas porque en mi casa nunca fuimos aficionados a ellas, pero me encanta como describes la preparación, el manejo y la competición.

Enhorabuena, un abrazo, Palomac

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Ismael Tomas Perez
Ismael Tomas Perez
Nov 24, 2021

Hola Lucho:

Al principio del relato pones "escondidijo y otros mas". No conocía esa palabra y según la RAE es un lugar para esconderse. Ya que hablas de juegos yo la cambiaría por "escondite", que es como lo llamamos todos de niños. Tampoco conocía la palabra "contendores", que significa competidores. Uff. Me has hecho estudiar un poco. La historia me ha gustado mucho aunque el final es un ejemplo de castigo por tramposo. Felicidades, me gusto mucho. Un saludo (5)

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Hola Lucho: me encantó tu relato con el juego de las cometas, porque al igual que a Amadeo me trae recuerdos de la infancia, ayudando a mi hermano a construir y a remontar. La historia está bien escrita, tiene emoción, está bien pensada.En realidad era un escape difícil, hay que reconocerlo.

Felicitaciones ! Esther

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