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El sorteo - Lucho- (R)


Llovía como un huracán. Fortunato se revolvía en la cama sin parar, iba de un lado a otro y no se daba respiro. Se había ganado la lotería, el teclado buscó en la web la página del sorteo y Fortunato vio el número ganador, ¡sí, me gané el premio mayor! No quiso cantar de nuevo el número ganador, se quedó mirando hacia la pared, dejó de revolcarse, se levantó y agarró el bastón para ir al baño, lo hizo silbando Hurí, nadie le podía quitar la alegría. Decidió cerrar la boca, el mundo no estaba para hace ruido con ese tipo de noticias.

Vivía en un barrio populoso, en una casucha de treinta metros, sus vestimentas raídas eran su característica. Todos los días iba a la tienda a comprar un huevo, un litro de leche, una pastilla de chocolate, un pan, un banano y cien pesos de mantequilla. No tenía nevera, ni una alacena donde almacenar alimentos, tampoco le alcanzaba el bolsillo para hacerlo. Esa mañana mantuvo su rutina.

En el barrio todos comentaban que todo lo que tocaba lo volvía mierda, que era un negado por la suerte. Algunos sabían que venía de familia pudiente, pero que había decidido abandonarla desde muy joven, porque quería vivir su propio destino. Se sumió en la pobreza, de la que nunca se lamentaba, más bien se sentía satisfecho.

Esa semana cada vez que se acostó, tuvo un sueño lleno de sobresaltos, el computador se encendía y le mostraba que se había ganado la lotería, ver el número en la pantalla del ordenador removía sus sueños. Se levantaba eufórico, casi ni cojeaba, en algún momento olvidó el bastón al lado de la cama, como el perro que cojea y después lo hace sin impedimento alguno.

Sus vecinos no notaban en él cambio alguno, siempre había sido alegre, de tal manera que si cantaba o salía silbando era algo normal, rutinario.

La familia se había olvidado de Fortunato, algunos sabían donde vivía, pero no lo visitaban, era lo que él había escogido. No se iban a arriesgar por esos barrios a un secuestro o a ser asaltados. ¡Allá él! Cuando murió, hubo que salir de afán a vender la casa para poder cubrir los gastos del entierro, de eso se encargaron sus hermanos. No se le conoció mujer, ni hijos, de tal manera que lo que sobrara, sería para repartírselo entre sus familiares. A su entierro asistieron unos pocos vecinos, no fue un hombre de amigos, y uno de sus hermanos, que fue quien adquirió la casa. Era un constructor y estaba dentro de sus planes tumbarla y construir un edificio.

La casa permaneció en el abandono varios años, el proyecto del hermano no se realizaba y en él entre tanto, la fueron desvalijando. Desaparecieron las ventanas, las puertas, el inodoro, el fogón de dos puestos. Mientras eso sucedía, muchos comenzaron a hablar de que allí espantaban, porque se veía una luz entre los muros de la pieza y se oía que silbaban la canción que muchas veces le escucharon a Fortunato mientras caminaba por la calle. Los rumores comenzaron a circular: que se trataba de su alma en pena, quien sabe porque pecados. Que había un entierro, ¿pero que podría haber dejado ese pobre hombre?, tal vez unos zapatos viejos o un pantalón remendado. Nadie se atrevía asegurar nada al respecto, poco conocían de Fortunato. Los saqueadores ahora fueron por los muros, pero ninguna noticia salía de entre los escombros que quedaban de la casa.

El hermano poco supo de lo que sucedía con la edificación donde vivía Fortunato, las noticias no alcanzaban a llegar hasta sus oídos. Además, solo le interesaba el terreno.

Las apariciones se seguían dando y los chismes circundaban por todo el barrio. Una mañana, sin anuncio alguno, la familia vecina de la casa colindante con la de Fortunato, desapareció, alzaron sus cosas en las sombras de la noche. Algunos decían que habían comprado una mansión en uno de los barrios elegantes de la ciudad. Otros, que se fueron por miedo de los espantos y ruidos que se escuchaban en la noche en la casa vecina. Se hablaba también, que los habían amenazado. Lo que es claro es que la noche anterior se les vio merodeando entre los muros donde vivía Fortunato. Nunca más se escucharon ruidos o silbidos entre las ruinas de la casa de Fortunato.*





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