—¡Vamos!, no hay nadie.
Con un ligero movimiento de muñeca, Lucas abrió la endeble puerta trasera. MartÃn lo seguÃa algo retrasado.
—Es una vieja, vive sola. Una papa, ya verás. Y para que estés tranquilo, me dijeron que salió.
—¿Y si adentro hay un perro? ¿O una alarma? ¿Y si llega y nos encuentra?
MartÃn apenas podÃa hablar, tenÃa la boca seca y las manos húmedas. A pesar de que la noche era fresca, un hilo de sudor bajaba por su espalda.
—No hay nada que haga ruido, —le aseguró con un tono que intentaba ser de superioridad— pero si quieres, puedes irte. Igual me las puedo arreglar solo. En realidad, tal vez es mejor que te vayas. No estoy para soportar a ningún mocoso lloriqueante—Y Lucas le dio la espalda.
MartÃn imaginó los comentarios en el grupo, las burlas serÃan insoportables.
Lucas ya estaba al pie de las escaleras.
—Yo voy arriba, trata de encontrar algo de valor aquà —indicó dándose aires de superioridad. —Y avisa si alguien se acerca —y con agilidad de gato callejero subió las escaleras.
MartÃn tenÃa una sensación de hormigas en el estómago. Las manos le temblaban. ¿Para qué demonios se habÃa metido allÃ? ¿Quién le habÃa mandado a acercarse a Lucas? Se sabÃa en qué andaba. Bien que podÃa haberse apartado. Aunque…los que estaban apartados de Lucas con frecuencia tenÃan problemas.
La vida era difÃcil, muy difÃcil. Cada decisión traÃa consecuencias, y hasta el momento, todas eran malas.
Resignado, entró en la casa a oscuras.
Una suave claridad entraba por las ventanas. Distinguió los contornos de una mesa grande con sillas de altos respaldos. Contra las paredes, varias mesitas con pequeñas figuras, no parecÃan gran cosa.
Descartó un florero, era demasiado grande y pesado. Miró a su alrededor. Nada le parecÃa valioso. ¿Qué hacer?
Tomó algunos objetos al azar. En cuanto pudiera, saldrÃa a toda velocidad y se quedarÃa junto a la puerta, por si Lucas lo llamaba.
Un chistido lo convirtió en piedra. Nada se movÃa. Aguardó unos segundos eternos. ¿SerÃa Lucas? No, no lo habÃa visto bajar. ¿Y si subÃa con él? Menos, seguro que se enfurecerÃa, y era lo último que deseaba. Ya conocÃa de sobra como Lucas manejaba las cosas cuando alguien no hacÃa lo que querÃa.
La casa estaba en silencio. Se convenció de que solo habÃa sido el chirrido de alguna puerta.
Siguió metiendo estatuillas y pequeños adornos en el saco. No sabÃa ni le importaba si serÃan valiosos, algo tenÃa que tomar.
Otro chistido lo detuvo. Estaba seguro, ¡allà habÃa alguien! Se quedó inmóvil, conteniendo incluso la respiración.
—AquÃ, abajo —escuchó un susurro. Miró a su alrededor, no habÃa nadie más que él.
En una mesita habÃa una figura de lo que parecÃa un hada, estaba sentada sobre una piedra. La miró con atención. La criatura se irguió con suavidad y se elevó hasta quedar a la altura de los ojos del muchacho. TenÃa unos refulgentes ojos verdes. MartÃn no lo podÃa creer.
—No lo hagas —le dijo.
—¿Qué no haga qué? —alcanzó a preguntar.
—Pues…que no robes, ¿o no viniste a eso?
MartÃn no se atrevió a negarlo.
—El camino del ladrón no es largo, y siempre termina en la cárcel. ¿O no lo sabes?
—Si, pero…
—Si, pero nada —. La figurita aleteó, sus ojos brillaban, enojados. —¿No te das cuenta de para qué te ha traÃdo Lucas?
—Necesita ayuda….
—¿Ayuda para qué? ¿Para meter en una bolsa un montón de cosas sin valor?
El muchacho dudaba. MartÃn siempre habÃa hecho solos sus trabajos. O al menos de eso alardeaba.
—¿No te parece extraño?
MartÃn seguÃa en silencio.
—¿No será acaso que te trajo aquà para que te atrapen mientras él queda en libertad? ¿No se te ha ocurrido pensar eso?
—Yo…
La explicación del hada sonada bastante lógica.
—¿Acaso no te acuerdas de Paco? ¿Y qué pasó con el Ñato? ¿Eh? Piensa, muchacho, piensa.
El hada era implacable. Mientras hablaba, con energÃa cada vez mayor, le picaba el pecho con un pequeño dedo sorprendentemente punzante, haciéndolo retroceder hasta la puerta. MartÃn no recordaba casi a Paco ni al Ñato, hacÃa tiempo que no los veÃa. Se decÃa que estaban en la cárcel, otros decÃan que habÃan muerto.
—¿Dónde te crees que se encuentran? ¿Eh? Piensa un poco, muchacho, piensa.
MartÃn se encontró con la mano en la puerta trasera.
Nunca se supo que sucedió en la vieja casona, pero Lucas ya no fue el mismo. Y MartÃn rehusó hablar sobre esa noche.
*