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El séptimo mandamiento - Laura - (R)


—¡Vamos!, no hay nadie.

Con un ligero movimiento de muñeca, Lucas abrió la endeble puerta trasera. Martín lo seguía algo retrasado.

—Es una vieja, vive sola. Una papa, ya verás. Y para que estés tranquilo, me dijeron que salió.

—¿Y si adentro hay un perro? ¿O una alarma? ¿Y si llega y nos encuentra?

Martín apenas podía hablar, tenía la boca seca y las manos húmedas. A pesar de que la noche era fresca, un hilo de sudor bajaba por su espalda.

—No hay nada que haga ruido, —le aseguró con un tono que intentaba ser de superioridad— pero si quieres, puedes irte. Igual me las puedo arreglar solo. En realidad, tal vez es mejor que te vayas. No estoy para soportar a ningún mocoso lloriqueante—Y Lucas le dio la espalda.

Martín imaginó los comentarios en el grupo, las burlas serían insoportables.

Lucas ya estaba al pie de las escaleras.

—Yo voy arriba, trata de encontrar algo de valor aquí —indicó dándose aires de superioridad. —Y avisa si alguien se acerca —y con agilidad de gato callejero subió las escaleras.

Martín tenía una sensación de hormigas en el estómago. Las manos le temblaban. ¿Para qué demonios se había metido allí? ¿Quién le había mandado a acercarse a Lucas? Se sabía en qué andaba. Bien que podía haberse apartado. Aunque…los que estaban apartados de Lucas con frecuencia tenían problemas.

La vida era difícil, muy difícil. Cada decisión traía consecuencias, y hasta el momento, todas eran malas.

Resignado, entró en la casa a oscuras.

Una suave claridad entraba por las ventanas. Distinguió los contornos de una mesa grande con sillas de altos respaldos. Contra las paredes, varias mesitas con pequeñas figuras, no parecían gran cosa.

Descartó un florero, era demasiado grande y pesado. Miró a su alrededor. Nada le parecía valioso. ¿Qué hacer?

Tomó algunos objetos al azar. En cuanto pudiera, saldría a toda velocidad y se quedaría junto a la puerta, por si Lucas lo llamaba.

Un chistido lo convirtió en piedra. Nada se movía. Aguardó unos segundos eternos. ¿Sería Lucas? No, no lo había visto bajar. ¿Y si subía con él? Menos, seguro que se enfurecería, y era lo último que deseaba. Ya conocía de sobra como Lucas manejaba las cosas cuando alguien no hacía lo que quería.

La casa estaba en silencio. Se convenció de que solo había sido el chirrido de alguna puerta.

Siguió metiendo estatuillas y pequeños adornos en el saco. No sabía ni le importaba si serían valiosos, algo tenía que tomar.

Otro chistido lo detuvo. Estaba seguro, ¡allí había alguien! Se quedó inmóvil, conteniendo incluso la respiración.

—Aquí, abajo —escuchó un susurro. Miró a su alrededor, no había nadie más que él.

En una mesita había una figura de lo que parecía un hada, estaba sentada sobre una piedra. La miró con atención. La criatura se irguió con suavidad y se elevó hasta quedar a la altura de los ojos del muchacho. Tenía unos refulgentes ojos verdes. Martín no lo podía creer.

—No lo hagas —le dijo.

—¿Qué no haga qué? —alcanzó a preguntar.

—Pues…que no robes, ¿o no viniste a eso?

Martín no se atrevió a negarlo.

—El camino del ladrón no es largo, y siempre termina en la cárcel. ¿O no lo sabes?

—Si, pero…

—Si, pero nada —. La figurita aleteó, sus ojos brillaban, enojados. —¿No te das cuenta de para qué te ha traído Lucas?

—Necesita ayuda….

—¿Ayuda para qué? ¿Para meter en una bolsa un montón de cosas sin valor?

El muchacho dudaba. Martín siempre había hecho solos sus trabajos. O al menos de eso alardeaba.

—¿No te parece extraño?

Martín seguía en silencio.

—¿No será acaso que te trajo aquí para que te atrapen mientras él queda en libertad? ¿No se te ha ocurrido pensar eso?

—Yo…

La explicación del hada sonada bastante lógica.

—¿Acaso no te acuerdas de Paco? ¿Y qué pasó con el Ñato? ¿Eh? Piensa, muchacho, piensa.

El hada era implacable. Mientras hablaba, con energía cada vez mayor, le picaba el pecho con un pequeño dedo sorprendentemente punzante, haciéndolo retroceder hasta la puerta. Martín no recordaba casi a Paco ni al Ñato, hacía tiempo que no los veía. Se decía que estaban en la cárcel, otros decían que habían muerto.

—¿Dónde te crees que se encuentran? ¿Eh? Piensa un poco, muchacho, piensa.

Martín se encontró con la mano en la puerta trasera.

Nunca se supo que sucedió en la vieja casona, pero Lucas ya no fue el mismo. Y Martín rehusó hablar sobre esa noche.

*




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