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EN RECUERDO A LOS FRAGUAS - Labajos - (R)

El pueblo llegó a superar el millar de vecinos. Ahora son quince. Primero desapareció la escuela, don Andrés, el maestro fue prematuramente jubilado, después comenzó el goteo de despedidas hasta que se convirtió en desbandada. Quedaron los que por dependencia del terruño, o no tener otro lugar, decidieron acabar allí sus días. Terminadas las escapadas comenzaron las despedidas en el viejo camposanto. Cerró el ayuntamiento, la tienda de alimentación y la vieja taberna de la plaza dejó sus puertas abiertas por falta de heredero que las cerrase, los parroquianos siguieron utilizándola como lugar de reunión. Por eso, cuando llegaron, les pareció un espejismo. El ruidoso quinteto de chicos y chicas descendió de una furgoneta, dijo ser avanzadilla de un grupo de otros. Preguntaron por el Recuncho do Muiño, una pequeña agrupación de casas derruidas en torno al viejo molino que dejaba ver su maquinaria entre los escombros. ―Estáis locos chavales―contestaron cuando manifestaron su decisión de repoblar dicho lugar―Eso está todo perdido. ―¡Lo reconstruiremos!―respondieron a los incrédulos ancianos―Pero ahora, necesitamos una buena cerveza. ¿Dónde…?― Don Andrés entró en su casa y sacó unas latas. ―Es todo lo que hay. No tenemos bar. ―Eso también lo solucionaremos.―Dijo, una joven de pelo amarillo. Los días siguientes fueron de actividad frenética, ocupados en la limpieza del molino y sus alrededores, desliando la vegetación salvaje hasta dejar al descubierto el suelo empedrado. Las viviendas estaban en peor estado de lo que habían imaginado. Decidieron reconstruir dos y el molino, por su simbolismo. Entonces empezó la lluvia. Unas veces brutal, parecía que iba a atravesar los plásticos colocados como techos provisionales. Otras mansa, como esparcida por un inmenso pulverizador, empapando a los incautos. Fuera, la lluvia era armoniosa, relajante, con ritmos acompasados como si la naturaleza quisiese componer una sinfonía. Pero dentro era cruel, enervante, con dispares e impertinentes sonidos, dependiendo del recipiente colocado para recoger el agua. Llegaron algunas deserciones: Una cosa es teorizar sobre un colectivo rural autogestionado y otra enfrentarse a esa realidad que terminaría por volverlos locos. Los supervivientes volvieron la mirada al pueblo, y empezó el trabajo de verdad. Los lugareños participaban incrédulos, pero divertidos, en el “banco de Tiempo” organizado por los muchachos: Por una sopa caliente o guisos de cuchara, disfrutaban de la proyección de una película en la pared de la vieja taberna, convertida ahora en “Cafeta Cultural”, donde nadie cobra los cafés ni las cervezas, depositando el consumidor unas monedas en un bote. La señora Remedios, que llevaba más de dos años sin salir de casa, pudo participar al ser bajada en su silla de ruedas desde su habitación, a la que ya no volvió; era lógico permutar su vivienda por la de Niceto quien, teniendo bien las piernas, necesitaba que alguien le recordase las cosas… Se limpió, barrió, lavó, aprendieron a hacer roscos de san Breixo, se hacían recados con la furgoneta, jugaron al Skcattergories donde antes se jugaba al parchís. Marce se atrevió con los bolillos gracias a la paciencia de la señora Remedios, y Don Andrés inauguró una biblioteca pública con sus libros a la que los muchachos añadieron otros de Tolkien, Bakunin, Kropotkin…Pero el que más éxito tuvo entre los recién llegados fue “Mazurca para dos muertos” de Cela, por su explicación de las consecuencias de no saber tocar la gaita cuando llueve en Galicia. Por fin salió el sol. Sin desatender las actividades del “banco del Tiempo”, pudieron continuar la reconstrucción, incluso colocar una placa solar y una bomba de agua para el huerto. La inauguración del molino estrechó relaciones entre los miembros del proyecto. Un par de perros y tres gatos se incorporaron a la “tribu”. Y de repente llegó el cataclismo en forma de agente judicial acompañado por una pareja de la Guardia Civil. Comienzan diligencias judiciales, multas, sentencias, recursos. Un procedimiento tan exasperante como aquella “lluvia interior” de los primeros días, una maraña de legajos similar a la maraña de zarzas con la que empezó el trabajo. Fueron condenados a un año y nueve meses de prisión, a 16.380 euros de multa, y al mazazo moral de costear la demolición de los edificios recuperados. La lluvia entona su mazurca, Marce y Carlos la escuchan, mañana serán desalojados. Se impone la voz de Marisa: ―Chicos, no se tocar la gaita... Cuando descomponen su íntimo triángulo, ya están fuera las autoridades, pero también don Andrés. Niceto aguanta el paraguas sobre la señora Remedios que incorporara su silla tras la pancarta.

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