Engaño - IreneR - (R)

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Debí haber supuesto que aquella amable invitación escondía una trampa, sin embargo, cuando la hechicera superior me convidó a ayudarlas para romper el sortilegio, jamás pensé que sus palabras tuviesen otras intenciones. Estaba ansiosa por demostrar que mi linaje y estatus dentro de la orden eran merecidos, que no era una farsa, sino una verdadera princesa y una digna heredera. Ella lo sabía, y se aprovechó de mi inocencia.

El reino en el que vivíamos llevaba sumido en un poderoso maleficio desde hacía seis lunas llenas; dos estaciones enteras en las que la lluvia se negaba a caer. Sin agua, los campos hacía tiempo que habían comenzado a secarse, y las reservas subterráneas estaban al mínimo. Nadie conocía la identidad de quien lo invocó, pero todos sabíamos que si no conseguíamos acabar con el hechizo, ningún habitante sobreviviría al tórrido verano que ya había comenzado.

El día elegido no fue al azar, escogimos aquel en el que nuestra magia era más poderosa, cuando el sol y las dos lunas confluyeron en el firmamento creando un triángulo perfecto. Con la sangre de una cabra recién sacrificada copiamos en la tierra la forma de los astros alineados, y en el centro de aquel símbolo equilátero situamos el caldero.

La hechicera superior me entregó la cuchara de plata con la que el brebaje debía cocerse.

—Te lo has ganado —dijo con una sonrisa.

Interpreté aquel gesto como una muestra de confianza, no tenía ni idea de que aquello me estaba llevando a la muerte.

Tres vueltas a la izquierda, cuatro a la derecha, unas hojas de girasoles, sangre de rana, ojos de serpiente y una plasta que no supe identificar.

Cuando el líquido humeante se tornó amarillo la hechicera superior me ordenó detenerme.

—Ya está lista. —Llenó un cuenco con el contenido del caldero y me lo entregó.

—Pero yo…

—Estás preparada, estoy segura de ello. —Me miró a los ojos y me instó a beber el contenido.

En cuanto la pócima bajó por mi garganta saboreé la muerte en forma de belladona.

¡Qué ilusa había sido!

—Los hechizos de clima nunca se rompen con pociones. Deberías haber estudiado más. —Su mirada se tornó vil, y una sonrisa siniestra apareció en su rostro.

Me dio la espalda y comenzó a cantar una suave tonada. Unos instantes más tarde el viento se levantó, las nubes llegaron y yo me mecí, arropada por sus palabras. Los ojos me pesaban y caí al suelo entre fuertes convulsiones. Nada más sentir la tierra en la cara un enorme aguacero cayó sobre nosotras.

—¿De verdad pensabas que iba a dejar que me arrebatases el trono? —me dijo al oído en un susurro—. Solo eres una niña estúpida que no tiene ni idea de nada. Te mataré, igual que hice con tu madre. Cuando lo haga vuestra estirpe se extinguirá, y entonces llegará nuestro momento.

Sus palabras me enfurecieron. Quise gritarle, insultarle y maldecirle, pero mis ojos se negaban a abrirse. Ni un solo músculo de mi cuerpo se movió, y exhalé mi último aliento con sus carcajadas de dicha retumbando en mi cabeza.