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"Espectáculo" -Vespasiano- (R)


Aquella mañana soleada era propicia para que muchos trabajadores del Gran Circo Mundial aprovecharan para salir de sus carromatos. Hacía varias semanas que había estado lloviendo ininterrumpidamente. Ante esa coyuntura, los artistas vieron con buenos ojos volver a sus rutinas diarias de entrenamiento.

—Buenos días, Murphy —saludó el director al veterinario— ¿Has notado al señor Anthony, últimamente, bastante taciturno y mal humorado? —preguntó de repente el director.

—Bueno, no ha sido nunca muy comunicativo y ya está un poco mayor. —respondió quitándole hierro al asunto, el veterinario.

—Me ha pedido airadamente que le dé el pienso a Tómbola que, según él, hace mucho tiempo que no come. —Remarcó visiblemente molesto.

—¡No debes tomarlo a mal! Le habrá confundido con otra persona.

—¡Sí, es posible! Pero cuando le he dicho que yo nunca le he echado de comer a ese paquidermo mastodóntico, ha saltado como si le hubiera picado una avispa que le hubiera dejado incrustado el aguijón en el cuello.

—Eso sí me parece raro. El nunca dejaría que alguien le diera su ración a ese animal. Lleva trabajando con él más de veinte años y forma parte de su vida.

Los empleados se afanaron durante todo el día en achicar el agua estancada alrededor de la carpa para posibilitar la apertura del circo aquella misma noche.

Al atardecer, cientos de personas ávidas de grandes emociones hacían largas colas delante de las taquillas, especialmente niños, que en mayoría, se hacían sentir con alborozada alegría entre tantos transeúntes.

Durante el espectáculo los números se sucedieron uno tras otro a un ritmo ágil al compás de músicas inspiradoras de los movimientos de acróbatas, contorsionistas y gimnastas. Mientras las máscaras, las pelucas y vestimentas de magos y payasos mostraban al público personajes salidos de un cuento fantástico.

Los arriesgados saltos de los trapecistas dejaron sobrecogidos los corazones de los allí presentes. Acabado aquel impactante número, los focos de neón rasgaron de repente la oscuridad de la pista central para iluminar la figura imponente de Tómbola, al borde de la pista, esperando la entrada triunfal de Anthony Lee, su domador.

Pasaron varios minutos que se hicieron interminables para el público expectante y para los músicos que no sabían si parar de soplar sus instrumentos, o seguir repitiendo las mismas notas hasta la eternidad.

De repente Tómbola se irguió sobre sus patas traseras moviendo las enormes orejas. A continuación salió zumbando de la pista alternando sus pisadas con cómicas cabriolas.

El director de escena no daba crédito a lo que estaba sucediendo convencido de que aquel descontrol formaba parte del número que ambos, domador y animal, estrenarían aquella noche mágica. Y es que Anthony tenía extremado celo en realizar los ensayos, con su animal más querido, sin la presencia de extraños, probablemente para evitar que nadie pudiera copiarlo antes del estreno.

La sorpresa no se hizo esperar, Tòmbola irrumpía en la pista nuevamente entre sonoras carcajadas. Esta vez, llevaba enrollado en su trompa el menudo cuerpo de Anthony, dejándolo depositado junto a una escalera, no sin antes haberle arrebatado el látigo y lanzarlo lejos de su alcance. Pero el adiestrador permanecía inmóvil como un “Don Tranquedo” cualquiera. Ante la pasividad de este, el animal se sentó a sus pies moviendo su trompa como pidiéndole permiso para subir aquellos peldaños que cientos de veces había subido y bajado ante su escrutadora mirada.

El público enfervorizado aplaudía largamente la originalidad del número y la docilidad del animal.

Al bajar los peldaños Tómbola se plantó delante de él moviendo la oreja derecha haciéndole señas para que lo siguiera hasta otro punto de la pista. Allí volvería a pedir, nuevamente, la autorización de su amo para realizar el número siguiente.

Al finalizar su actuación, Tómbola le pasaba su trompa por la cara en señal de agradecimiento, por no haber utilizado el látigo; pero este, visiblemente molesto se giraba para evitar el contacto. Ocasión que aprovechó el animal para empujarle suavemente por el trasero hacia la puerta de salida. Los fotógrafos de los diarios locales disparaban una y otra vez sus flashses para inmortalizar en fotos aquella noche memorable.

“Después de este éxito, estoy seguro que tendremos muchas más noches con el lleno asegurado.” —Respiró profundamente aliviado el maestro de ceremonia.

Anthony salió de la carpa con claras muestras de desorientación. Fue solicitada inmediatamente la presencia del doctor. Después de un minucioso examen neurológico, este le diagnosticó amnesia global transitoria.

“Menos mal que Tómbola nos ha salvado, tiene una memoria de elefante.” —Pensó satisfecho el director.

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