Me gusta navegar. Esta vez zarpo solo y sin cañas preparadas para pescar en el “Esperanza del Mar”, un rimbombante título para una pequeña embarcación de 5,99 m. de eslora y 2,14 de manga. En la oficina del muelle deportivo no he dado razón de mi salida, por fortuna el guarda roncaba como un bendito metido en su garita.
No miro hacia atrás, ya contemplaré dentro de un rato el amanecer con mi único ojo de cíclope.
Mientras navego, recuerdo la conversación de la noche anterior con mi mujer. Me enseñó unas sábanas estampadas con dibujos escarlatas y morados.
—Por lo visto están de moda los colores vivos, ¿a qué son bonitas?
—Muy bonitas, cariño —respondí solícito.
A mí no me puede engañar, es descorazonador ver la almohada manchada porque otra vena ha reventado o se ha abierto de nuevo la herida que supura. Ella siempre intenta respirar como si no pasara nada, es una capitana negándose a abandonar su aciago buque.
Enfilo el sur con el ronroneo del fueraborda a mi espalda. Amanece. Llevo unas cervecitas frescas “pal camino”. Debajo del sombrero y de las gafas de sol escondo mi cara; las facciones menguadas de un ser humano.
A 12 millas de la costa sitúo la embarcación sobre las rocas que indica la sonda. Me tiro al mar y agujereo el casco de fibra. Lo hago de manera irregular con una piedra picuda, escondida en mi bolsa, que luego lanzo lejos para que el seguro no sospeche de la artimaña. Un rato antes arrojé por la borda la nevera, no fuera que me sintiera tentado a agarrarme a ella. También el chaleco, las bengalas, la radio portátil y la bocina anti niebla.
La embarcación empieza a escorar, apuro la cerveza y doy golpecitos con las palmas de las manos sobre las amuras de estribor al compás de una vieja canción que tarareo: pan-pan, pan-pan, pan-pan... Nunca tuve sentido del ritmo. Me doy cuenta de que, de manera inconsciente, he palmeado la llamada de tres repeticiones que se utiliza para indicar que hay una emergencia a bordo.
El casco está casi vertical y el mar algo rizado. Ya queda poco para… ¡Jodida suerte la mía! La barca debe haberse atorado a la roca y levantada la parte agujereada, ni se hunde, ni se mueve.
Casi enseguida escucho el sonido sordo de un motor antes de ver asomar por el horizonte un barco que se acerca a toda velocidad. Es la patrullera de Salvamento marítimo, su color naranja refulge y brilla bajo el sol incipiente. Auxilian y remolcan mi maltrecha barca hasta el muelle más cercano. ¡En fin!, otra vez será.
Después de auxiliarme y subirme a bordo de la patrullera, uno de los guardias civiles se dirige a mí con un tono imperativo, mientras otro, más solícito, me cubre con una manta isotérmica. Parezco un rey empapado con una capa plateada sobre mis hombros.
—¡A ver, documentación! —ordena el de mayor rango.
Le indico que están en la mochila roja que han rescatado.
De ella saca, con guantes, todo su contenido enumerando los objetos en voz alta, para que el otro amable compañero apunte en su cuaderno.
—Una cámara antigua y dos carretes de fotos.
—Una cámara y… —repite el apuntador.
—Las fundas de…
—De mis gafas de sol, seguramente se me cayeron al mar —intervengo.
—Una funda vacía de unas gafas de sol que dice el rescatado haber extraviado.
—No se me extraviaron, seguramente se cayeron cuando…
—Apunta una funda y punto.
—Una funda.
—Un reproductor MP3 con auriculares.
—Un MP3 y auriculares.
Estamos a punto de salir para el aeropuerto, iremos al Instituto de Oncología de Navarra, por lo visto un referente en Europa. Como siempre, me dejo convencer, cualquiera le dice que no a mi mujer, tan segura e inamovible cuando emprende una nueva cruzada, parece un ángel de flamígera espada espantando la desesperanza.
Del buzón recojo dos avisos del Juzgado Marítimo y de Capitanía Marítima. Me reclaman gastos por auxilio y remolque, más una cuantiosa multa por navegar en estado de embriaguez y a más millas de las que corresponden; por carecer del título P.N.B. (Patrón de Navegación Básica); y además, por caducidad del certificado de navegabilidad obligatorio para embarcaciones de recreo, de acuerdo todo ello con el Real Decreto 607/99 B.O.E. Nº 103 de 01-07-99
—¿Por qué sonríes? —pregunta mi mujer. Es la única persona en todo mi universo que sabe distinguir, en lo que resta de mi maltrecho rostro, una sonrisa de una mueca.
Lo primero, disculpas por venir a contestaros tan tarde, ya os la pedí en vuestros respectivos sitios.
MARIO, muchas gracias, vengo de leer tu VOYAGER, y aún estoy con el buen sabor de boca o de ojos de un relato tan bien escrito.
Te agradezco también las correcciones y ya estoy quitando la tilde del qué en ¿a qué son bonitas?, así como la precisión de “atorarse CON la roca” tienes toda la razón colega. GRACIAS
Hola de nuevo VESPASIANO, vengo de leer tus sensibles RECUERDOS.
Lo del humor o la ironía, lo llevo por bandera, en los textos dramáticos conviene en alguna ocasión rebajar la tensión, y eso fue lo que intenté hacer pese a lo trágico de la…
Hola Isabel.
Me ha encantado tu relato. Gran delicadeza con que tratas a la mujer con la enfermedad del esposo. Por un momento me había despistado, pero enseguida corregí el rumbo.
Desde lo formal, hay una oración que me despista en una parte: "Como siempre, me dejo convencer, cualquiera le dice que no a mi mujer, tan segura e inamovible... "No entiendo el "cualquiera le dice que no a mi mujer". ¿No sería tal vez "No cualquiera le dice que no a mi mujer"?Tal vez sea alguna diferencia linguística, pero aquí lo diríamos como te lo he indicado, para señalar que a ella es difìcil decirle que no en algo (no puedo hacer la diéresis).
Mis saludos.
Hasta la próxima…
Extraordinario relato el que nos regalas este mes de abril, lleno de suspense y miedo por la decisión temeraria del hombre castigado por esa enfermedad más destructiva, si cabe, que este maldito Covid19.
Muy bien narrado y utilizando términos náuticos y marineros muy adecuados.
Incluso, dentro de la gravedad de la situación anímica del protagonista he vislumbrado algún guiño de humor en la escena del hundimiento.
También, porqué no decirlo, tu historia nos trae un mensaje de esperanza cuando el enfermo en vez de tomar el camino de la huida y de la muerte anticipada, escoge el camino de la curación definitiva.
Felicidades y enhorabuena. Espero que podamos seguir leyéndonos en futuros retos.
Hola, Isabel:
Qué buena historia. Me ha llamado la atención la resignación cuando es rescatado y no consigue su objetivo: "¡En fin!, otra vez será." He podido sumergirme en el relato sin ningún esfuerzo y seguirlo hasta el final. Un gran trabajo.
Cosillas:
- "¿a qué son bonitas?" -> "a que" es una locución interjectiva y no lleva tilde.
- "La barca debe haberse atorado a la roca " -> No estoy del todo seguro de esto, pero creo que el barco puede "atorarse con la roca", pero no "atorarse a la roca".
Te felicito por tu trabajo.
Hasta el mes que viene
Mario(36)
Gracias José María Moreno Pelayo.