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EXCURSIONISMO FELIZ (B) - El chaval

EXCURSIONISMO FELIZ


Después de tanto tiempo pasado, tengo en mis manos una fotografía que representa una mochila, cuerdas de escalar unas gafas de sol protectoras para la nieve y un par de botas montañeras. No hay nada más, ni paisaje ni persona alguna.


Fue en un pequeño descanso, cuando mi amigo Albert, compañero de muchos años en el peligroso deporte de la escalada, quiso fotografiar unos utensilios tan normales y necesarios. Fue la última también, porque el destino ya tenía previsto que en este tipo de salidas tan arriesgadas casi siempre pasa factura.


Estuve dos temporadas que no me encontraba con ánimos para seguir este deporte y relajé mis pensamientos por otro medio de contemplar las montañas y los caminos, de sentir bajo mis pies más cercana la naturaleza y oler sus bosques, el canto alegre de los pájaros y el contacto humano de más gente, en contra de la soledad y el peligro aunque el reto sea más espectacular.


En mis tiempos libres, hice caminatas de tres o cuatro horas de duración sin intención de ir a ninguna parte. Salía de casa armado con una pequeña mochila el móvil y los auriculares como entretenimiento, hasta encontrar en la periferia de la ciudad el comienzo de la sierra montañosa y contemplar con nostalgia, las nevadas cumbres con el recuerdo perenne a mi compañero, que descansan sus cenizas en la ladera de una de ella como así siempre lo había deseado.


En uno de los desplazamientos por la montaña, me crucé con un grupo de diez o doce personas, que una tras otra pasaban por un estrecho sendero y riendo de buen humor. Me uní a ellos, porque también seguían otros en la misma dirección y me daba igual al no tener destino concreto.


Al cabo de media hora llegamos a un claro del bosque, donde estaban preparadas unas largas mesas con bandejas de frutos secos, botellas de agua, refrescos, plátanos y pastas. Todo ello a disposición de los que iban llegando y casi sin perder tiempo reanudaban la marcha.


—¿Que no le viene de gusto algo de lo expuesto? —Me dijo una joven que estaba detrás de una mesa.

—No soy del grupo, …estoy haciendo este camino, pero voy solo.

—No se preocupe, ya puede coger lo que crea necesario…es uno de los tres puestos de avituallamiento que encontrará por el camino, hasta llegar a destino en el velódromo de Horta… bueno, si es que usted quiere llegar hasta allí.

—¿Que sois, un club de amigos?

—La muchacha se ríe, y me dice que sí, pero con mil doscientas personas, que nos hemos juntado hoy para hacer esta excursión.


Me interesé por sus explicaciones y muy amable me dice si quiero ir con ellos en la próxima salida que será al día siguiente. Me uní a ellos hasta el final y me pude enterar que estas salidas las subvenciona el Ayuntamiento de la ciudad, con personas responsables de los clubs de excursionismo que se cuidan del aprovisionamiento y marcan el recorrido. En este caso es internacional, donde clubs de otros países, comunican a sus socios si quieren disfrutar de los paisajes y la gente de otros lugares.


Uno de estos grupos—quizás el más exótico para nosotros—era el japonés, compuesto por tres mujeres y cuatro hombres. En los hombres poco a destacar en su vestimenta, pero en las señoras, como si fueran a una fiesta o a un picnic en un verdoso prado. Falda blanca acampanada hasta la rodilla, y blusa blanca rematada con pañuelo rojo al cuello y sombrero color paja de ala corta. Guantes blancos y unas botas sencillas. Los hombres, pantalón y camisa negra y destacando cada uno de ellos con la máquina de fotos. Todos muy atentos y cordiales con las señoras y riendo entre ellos cuando encontraban alguna dificultad.


Las salidas internacionales se hacen una vez al año, de sesenta quilómetros en dos días, por lo que puede participar cualquier persona con un mínimo de entrenamiento. Durante el resto del año se hacen las excursiones locales; no existen premios, solo en la internacional se dan unas medallas de participación, con la inscripción de la ciudad y la fecha.

Me gustó el sistema desde un principio, era y es, muy entretenido, conocías a gente y los recuerdos son más llevaderos. –¿Se acuerdan de la joven que me atendió en la mesa de avituallamiento--? Se llama Montse, y es la alegría y el amor de mi vida.


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