—¿Los ves, Sílax? —Pregunto ella. —Sí. Los veo —Contestó él mientras observaba el mundo. —Hasta hace poco, tú pensabas que eras uno de ellos. —Aún me resulta extraño. Ella planeó hasta él. De su núcleo surgió un apéndice etéreo que a él le pareció amenazante. Se asustó e intentó escapar a su contacto, pero su madre vibró para tranquilizarlo. Tras un momento de duda, Sílax se armó de valor y dejó que ella removiese con afecto su materia. Era la primera vez que experimentaba el contacto real de otro ente como él, y le pareció agradable. Había estado toda su vida entre humanos, como todos a su edad, y ahora le tocaba aprender de nuevo las formas de su raza. —Te entiendo, hijo mío. Pronto lo verás todo como una foto impresa en tus enlaces. Recordarás tus experiencias dentro de todos los cuerpos que has habitado, y tu formación estará completa. —¿Cuántas vidas he vivido? —Todas, Sílax. Su materia se tornó casi transparente ante aquella revelación. Su madre se dio cuenta y abandonó el contacto, preocupada. —¿Cómo es posible? Si la vida en el mundo ha continuado tras mi muerte. —Cuando miras ahí abajo —dijo ella, alargándose hacia la Tierra, —aquellos que ves son vidas que ya has vivido, solo que están más adelante en la línea temporal en la que están confinados. Sílax aún no había recuperado su opacidad habitual. Aquellas palabras carecían de sentido para él. Su madre, comprensiva y paciente, vibró de nuevo con afecto y trató de explicarse mejor. —Yo creé este universo con el único propósito de que aprendieses a vivir. Todas las madres lo hacemos, cada una a su manera. Mi creación es ésta, tal y como la has conocido. Los humanos no pueden moverse en el tiempo porque así lo decidí. Pero nosotros sí que podemos. Para añadir peso a sus palabras, su materia se redistribuyó de forma que, por un momento, pareció metálica. Y el planeta cambió bajo sus ojos. De pronto, Sílax observó un mundo antiguo, habitado por nómadas que seguían manadas de yak y de antílopes. Su madre se metalizó de nuevo y él pudo ver a la humanidad dejando atrás la Tierra para explorar el cosmos. Su madre volvió a su opacidad natural y habló de nuevo. —Cuando morías en el cuerpo de una científica del siglo XXI, nacías en el cuerpo de un cazador de elefantes del siglo XIX, y después en el de un soldado del XXV… Para nosotros el tiempo no es más que otro parámetro en el que nos podemos desplazar. —Entonces, cada vez que ayudé a otro ser humano… —Te ayudaste a ti mismo. —Y cada vez que discutí con… —Discutiste contigo. Sílax se quedó pensativo. Había perdido su transparencia y su forma estaba fija, estática. Su madre lo observaba orgullosa mientras él comenzaba a comprender. —Entonces, ¿ya está? ¿No voy a volver? —No. Ya has vivido todas las vidas de la historia. Tu aprendizaje está completo. —Y ahora, ¿qué? —Ahora te toca a ti crear tu propio universo para enseñar a tu hijo. Sílax observó de nuevo el único mundo que él había conocido. —¿Por qué no usamos éste? A mí me ayudó. —Porque éste ya ha cumplido su función. Su destino ahora es desaparecer —su madre se hizo pequeña y Sílax notó su pena. —Y yo con él. Acababa de conocer a su madre y era imposible que hubiese desarrollado afecto hacia ella, si es que aquello existía fuera de la mente humana. Pero, era extraño. Le apenaba que se marchase para siempre. Ella, que había creado todo un universo para él. —Y, ¿cómo aprenderé si te vas? —Tienes en tí todas las experiencias de la humanidad. Aprende de ellas. No tengas miedo, hijo mío. Su madre comenzó a expandirse hacia su creación. Se hizo grande, enorme, hasta que su materia se confundió con la de su universo. Después, Sílax observó cómo todo se apagaba de forma gradual, hasta que solo quedó él, perdido en el vacío. Conoció a su madre de forma fugaz, lo suficiente para saber que ella le había dado todo. Tenía lo necesario para hacer lo que se esperaba de él. Pero ella se había ido y el dolor era un aguijón en un corazón que no existía. Y, de todas sus experiencias, ninguna tenía solución para eso.
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Hola Mario Fernández.
Vaya forma de darle vida a un tema tan complicado y al mismo tiempo de forma tan acertada: la post vida.
El texto que recomiendas como referencia de Andy Weir, es en realidad una visión nueva para mí. La profundidad, del argumento que trata, es inobjetable. Y, además, tú lo explayas con una fineza agradable a la lectura.
Para mí, el primer encuentro con este tema se dio a través de un sueño y ante un personaje de mi niñez: don Chonito. Un vaquero bigotón, que se presentó en uno de mis divagares nocturnos como un alma vieja que residía en un entorno de la post vida. El me invita a la despedida de su última vida…
Precioso relato. Muy original. Te felicito. Nos leemos
Hola, Vespasiano
Muchas gracias por tu visita. Siento que no hayas podido disfrutar del texto. Eso solo demuestra que hay margen de mejora en el relato. Porque yo soy ávido lector de este género y a veces paso por alto detalles que para quien no lee Ciencia Ficción podrían resultar claves.
Gracias por tu visita y tu constructiva opinión.
Hasta el mes que viene
Saludos
Mario
Hola, Alberto
Gracias por tu visita, tus palabras y los links informativos. Concuerdo contigo en que lo más complicado en estos casos es mantener la "credibilidad" ante la maestría de autores como Weir.
El detalle de la madre fusionándose me gustó cuando lo pensé y así lo desarrollé. Al fin y al cabo el universo era su creación y, por ende, parte de ella.
Gracias de nuevo. Pasaré pronto a leerte.
Saludos
Mario
Hola, Isabel
Gracias por tu visita. Desde mi desconocimiento sobre las religiones, creo que el concepto nuevo que aporta Weir es la idea de la reencarnación llevada al límite, donde sólo un ente habita dentro de todas las personas.
Me alegro en especial de que te hayan gustado las descripciones de aquella civilización, ya que esta parte no es del cuento, como habrás podido comprobar al leerlo.
Gracias de nuevo y hasta el mes que viene.
Saludos,
Mario