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Experiencias -Mario Fernández- (R)

—¿Los ves, Sílax? —Pregunto ella. —Sí. Los veo —Contestó él mientras observaba el mundo. —Hasta hace poco, tú pensabas que eras uno de ellos. —Aún me resulta extraño. Ella planeó hasta él. De su núcleo surgió un apéndice etéreo que a él le pareció amenazante. Se asustó e intentó escapar a su contacto, pero su madre vibró para tranquilizarlo. Tras un momento de duda, Sílax se armó de valor y dejó que ella removiese con afecto su materia. Era la primera vez que experimentaba el contacto real de otro ente como él, y le pareció agradable. Había estado toda su vida entre humanos, como todos a su edad, y ahora le tocaba aprender de nuevo las formas de su raza. —Te entiendo, hijo mío. Pronto lo verás todo como una foto impresa en tus enlaces. Recordarás tus experiencias dentro de todos los cuerpos que has habitado, y tu formación estará completa. —¿Cuántas vidas he vivido? —Todas, Sílax. Su materia se tornó casi transparente ante aquella revelación. Su madre se dio cuenta y abandonó el contacto, preocupada. —¿Cómo es posible? Si la vida en el mundo ha continuado tras mi muerte. —Cuando miras ahí abajo —dijo ella, alargándose hacia la Tierra, —aquellos que ves son vidas que ya has vivido, solo que están más adelante en la línea temporal en la que están confinados. Sílax aún no había recuperado su opacidad habitual. Aquellas palabras carecían de sentido para él. Su madre, comprensiva y paciente, vibró de nuevo con afecto y trató de explicarse mejor. —Yo creé este universo con el único propósito de que aprendieses a vivir. Todas las madres lo hacemos, cada una a su manera. Mi creación es ésta, tal y como la has conocido. Los humanos no pueden moverse en el tiempo porque así lo decidí. Pero nosotros sí que podemos. Para añadir peso a sus palabras, su materia se redistribuyó de forma que, por un momento, pareció metálica. Y el planeta cambió bajo sus ojos. De pronto, Sílax observó un mundo antiguo, habitado por nómadas que seguían manadas de yak y de antílopes. Su madre se metalizó de nuevo y él pudo ver a la humanidad dejando atrás la Tierra para explorar el cosmos. Su madre volvió a su opacidad natural y habló de nuevo. —Cuando morías en el cuerpo de una científica del siglo XXI, nacías en el cuerpo de un cazador de elefantes del siglo XIX, y después en el de un soldado del XXV… Para nosotros el tiempo no es más que otro parámetro en el que nos podemos desplazar. —Entonces, cada vez que ayudé a otro ser humano… —Te ayudaste a ti mismo. —Y cada vez que discutí con… —Discutiste contigo. Sílax se quedó pensativo. Había perdido su transparencia y su forma estaba fija, estática. Su madre lo observaba orgullosa mientras él comenzaba a comprender. —Entonces, ¿ya está? ¿No voy a volver? —No. Ya has vivido todas las vidas de la historia. Tu aprendizaje está completo. —Y ahora, ¿qué? —Ahora te toca a ti crear tu propio universo para enseñar a tu hijo. Sílax observó de nuevo el único mundo que él había conocido. —¿Por qué no usamos éste? A mí me ayudó. —Porque éste ya ha cumplido su función. Su destino ahora es desaparecer —su madre se hizo pequeña y Sílax notó su pena. —Y yo con él. Acababa de conocer a su madre y era imposible que hubiese desarrollado afecto hacia ella, si es que aquello existía fuera de la mente humana. Pero, era extraño. Le apenaba que se marchase para siempre. Ella, que había creado todo un universo para él. —Y, ¿cómo aprenderé si te vas? —Tienes en tí todas las experiencias de la humanidad. Aprende de ellas. No tengas miedo, hijo mío. Su madre comenzó a expandirse hacia su creación. Se hizo grande, enorme, hasta que su materia se confundió con la de su universo. Después, Sílax observó cómo todo se apagaba de forma gradual, hasta que solo quedó él, perdido en el vacío. Conoció a su madre de forma fugaz, lo suficiente para saber que ella le había dado todo. Tenía lo necesario para hacer lo que se esperaba de él. Pero ella se había ido y el dolor era un aguijón en un corazón que no existía. Y, de todas sus experiencias, ninguna tenía solución para eso.

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