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A Floro, funambulista furibundo, le fallaba el frenillo y farfullaba frases frenéticas y farragosas. Fecundo fabulador y fácil en el flirteo y la falacia, fabricaba folletines en fascículos que facilitaba a las féminas con el fraudulento fin de refocilarse frecuentemente en el fornicio.
El fallo de la fabla, fomentaba su faz farándulera y flamenca y Floro, forofo de fogatas y fugas festivas se fugó a Falenfia con la Renfe finalizando febrero.
Fue allí en la frontera de la falenciosa do vio a la fallera cual flor fervorosa. Fablando flojito, por lo del frenillo, díjose Floro, “moza tan fermosa he de facer mía”.
Furtivamente, cual fuego fatuo, se infiltró en la falla mayor transfigurado en fauno fecundo con flauta. Allí, fijamente fijo, con la fiera fe del fedayin, fantaseaba furibundos frotamientos con la fallera Flora, fornida y flamenca fémina, forrada de fillones, famosa por su savoir faire y sus follones folletinescos. O sea una fresca.
Flora y él fabricarían festivamente a Felicianito, a Faustinita, a Froilancito a Florita a Florito, a Francisquito y así hasta finquitar todas las efes del afefefario.
Frente a la fachada del fayuntamiento, faciendo la via del calatraveño, Floro fiel a su fiero frenesí, facíase ficticias figuraciones, con Flora festejando frente a él sus francas fantasías faranduleras.
El finaaal del feranooooo llegó…
Floro feneció de forma funesta y fatal aunque feliz. Flaco flaquísimo, fino como un filamento, la fiesta de San José, enfebrecido por el déficit de fabada, frijoles, filetes, flamenquines o siquiera un fideo, el finado Floro se esfumó cual fumata fugaz al firmamente entre fuegos, fosforescencias y fogonazos. Enfrente, la infausta Flora, flanqueada de fámulas y festoneada de filigranas y frufrús, cantaba “fumando espero al hombre que yo quiero...”.
Y folorín folorado...
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