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Ganas de vivir - Menta- (R)


«Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos". El principito.


Creo que tenía diecisiete años cuando leí por primera vez esta sentencia. Me quedé pensativo. Entendía lo que quería decir el autor, pero lo que afirmaba no se cumplía siempre. Dentro de mí algo me decía que muchas veces lo que deseamos no está lejos, y para conseguirlo pronto, lo más rápido es la línea recta. Me vino a la cabeza un recuerdo de mi niñez, y sorprendido, permití a mi memoria evocar con todos los detalles aquel suceso antiguo que comparto con vosotros:


“Yo tenía unos seis años y viajaba con mis padres y mi hermana pequeña en el coche de la familia. Volvíamos a Madrid desde Cádiz. Era agosto y las dos de la tarde. Encima de nosotros, justo encima, estaba el sol. Dentro del auto hacía muchísimo calor, aun llevando las ventanillas abiertas. Poco después de pasar el Puerto de Despeñaperros, vimos asombrados que por los laterales del capó salía un humo gris maloliente. Mi padre aparcó en el arcén y exclamó lo mismo que todos los padres en estas circunstancias:


—La hemos cagado. Voy a esperar para abrir el capó para ver qué pasa.


—¿Por qué no llamas al SOS? ¡Mira, ahí adelante hay un poste SOS!


Papá salió del coche y le vimos hablar por el teléfono SOS. Y yo, esperando a pleno sol a nuestros salvadores, me quedé dormido.


Me desperté sudando, tenía varios mechones de pelo pegados a la cara. Con el coche parado, parecía que estábamos dentro de un horno. Mamá se dio la vuelta y empezó a abanicarnos. Oí a mi padre comentar que todavía seguía saliendo humo, y después se quejaba de tener calor y sed. Más tarde le preguntó si teníamos agua. Ella con pena le respondió que creía que se había terminado en la comida. Pero de repente se le ocurrió una posible solución:


—¡Ah! Espera, dentro de la nevera tengo unas botellas con agua congelada.


—¿Qué? —preguntó extrañado mi padre.


—Como no tenía bloques de hielo suficientes, se me ocurrió este invento para traer la comida fresca. Voy a mirar.


Deseé con todas mis fuerzas un trago de agua fresca. Pero casi toda seguía congelada. Colocó las botellas en el techo del coche para que se deshelaran.


No venían a salvarnos y necesitábamos conseguir agua como fuera. Mi madre otra vez salió del coche, miró el horizonte para ver si veía algún restaurante. Enseguida se acercó a la ventanilla para comunicarnos, esperanzada, que se veía un gran edificio que podría ser un hotel de carretera. Decidida, exclamó:


—Chicos, me voy hasta allí.


Abrió sigilosamente el coche para coger dinero, pero se despertó mi hermana y quiso acompañar a mi madre. Yo también fui con ellas. Bajamos hasta un camino que transcurría paralelo a la autopista. En lo alto de una cuesta veíamos con dificultad la casa debido a que el aire se calentaba en el suelo y ascendía en ondas difuminando las imágenes. Enseguida Paula, que tenía entonces tres años, empezó a decir que estaba cansada. Mi madre la distrajo para que siguiera caminando, pero cuando faltaba más de la mitad del camino, se negó a seguir andando.


—Mamá, ¿por qué no voy yo solo a comprar el agua y tú vuelves al coche con Paula?


Recuerdo perfectamente que mi madre dudaba si dejar que yo fuera solo a por el agua mientras ella volvía al coche con mi hermana en brazos. Pero como necesitábamos beber porque estábamos a punto de deshidratarnos, me dio el dinero para comprar las botellas.


Mi madre me contó que le había dado a Paula la escasa agua que se había deshelado, y cuando iba a volver al camino para ir a buscarme se sintió mareada y se le nubló la vista. Entonces recogió del fondo de la nevera toda el agua sucia de migas y comida que había, la bebió y salió a por mí. Al poco tiempo distinguió una pequeña figura que se acercaba con una bolsa en la mano.


Bebimos el agua y mientras abrazaba a mi madre le dije:


—Mamá, ¿verdad que estamos viviendo una aventura? Soy un héroe. Os he salvado a todos. Yo no me quería morir, veía la casa grande a lo lejos y me decía, sigue, sigue en línea recta que te falta muy poco para llegar.


En ese momento oímos muy cerca el sonido inconfundible de las motos de la Guardia Civil de Tráfico.

*




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