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Gartija - Amadeo- (R)


Ella quería escapar de su escondite casi cuadrado, de los jardines y paredes la casa y si pudiera… del barrio. Despreciaba el sobrenombre con el que la ofendían sus compañeras que se decían amigas. Tras recibir varias burlas seguidas lloriqueaba por bronca e indefensión. Entonces escapaba en busca de su única forma de calmarse: llegar a un rincón del jardín de doña Cata y contemplar sus flores preferidas, sean tulipanes rojos, crisantemos o margaritas, pero si esta fuera una flor colorada, mejor.

De madrugada Gartija tomó aire y envalentonada decidió huir. Sería ese día o nunca. Esperó que amaneciera, que bajara la humedad y antes de que hiciera el calor de las siestas, pues no quería que ninguna lagartija fueran amigas burlonas o de las buenas, se interpusiera en su camino. Corrió y corrió. Agitada llegó a otro jardín muy bien cuidado, con menos flores pero varias de color rojo sangre intenso. Feliz, se escondió entre pequeños matorrales.

Al atardecer salió del escondite en busca de alimentos, de mosquitos, arañas, hormigas negras, no las coloradas y si pudiera, lucharía con un caracol para darse un festín por ya ser una lagartija libre. Sabía que debería encontrar o hacer un recoveco donde esconderse de sus depredadores y también poder recibir cuando quisiera, los rayos de sol tan benefactores por el aporte de un dulce calorcito y entonces gozar de la vida.

No bien comenzó a explorar su nuevo destino, escuchó gritos incomprensibles para ella, gritos que vociferaba un niño:

—¡Un geko! ¡Un geko! ¡Vení Pili! ¡Ésta tiene cola! ¡Vení Pili! —y en puntas de pie se acercaba a la lagartija.

—¡Acá Pili! —repitió– ¡Esta tiene cola! Dale, cortásela y veremos si le crece otra dentro de un rato. Dale Pili, no le tengas miedo. ¡Atacá!.

Pili, un perro lanudo negro, con cara de bonachón se acercó al niño y moviendo la cola lo miró cómo preguntándole que es un geko.

—¡Tonto! Un geko es una lagartija… —respondió y con el índice derecho le señaló el tronco de un viejo rosal.

Pero Gartija ya no estaba allí: le tenía pánico a los perros, a los gatos y a los niños. En silencio había huido hasta toparse con una pared y trepó por ella. Estaba por decidir hacia dónde ir, para estar a salvo de sus enemigos, cuando escuchó:

—¡Allá arriba! ¡Se escapa! … ¡Qué lástima!… Yo no creo que si le cortan la cola, le crece de nuevo. A mí o a vos, si nos cortan una pierna nunca tendremos otra igual…

Pili ladró con fuerza, cómo aceptando los dichos del niño. Esos aullidos, desestabilizaron a Gartija, y cayó en el terreno contiguo de donde recién había escapado muy asustada, pero aun siendo un reptil de sangre fría, creyó tener fiebre por lo acalorada y temblorosa que se percibía.

Ya en tierra entre céspedes bien cortos, correteaba nerviosa y desorientada esquivando pedregullos. Solo quería alejarse de los peligros. Bebió agua de un pequeño charco y continuó con carreras rápidas, paradas constantes y bruscas. Solo pretendía paz, lejos de sus enemigos clásicos: gallinas y pajarracos como los halcones. También de las lagartijas que la atormentaban con aquel sobrenombre tan feo. Solo eso.

Cruzó un alambrado: el césped estaba desparejo y amarillento. Ella avanzó igual hasta pasar de nuevo por debajo de otro alambrado. Levantó la vista y… vio a sus preferidos tulipanes rojos… Descubrió estar de nuevo en el jardín de doña Cata.

Gartija, a pun to de retroceder, se vio rodeada por otras lagartijas bien conocidas por ella. Las miró con furia, pero de pronto notó que ninguna hablaba y sí, que la miraban con cariño y aceptación. Una de ellas se irguió y le habló:

—Te extrañamos mucho. Ante tu ausencia nos dimos cuenta de nuestra maldad y decidimos no ofenderte más. ¡Quédate con nosotras!... Por favor. Prometemos no llamarte más Gartija, te diremos…No, mejor… elíjelo tú... ¡Bautízate! Y entre todas seremos un equipo solidario y a la defensiva… Compartiremos los buenos machos que se nos acerquen. Intentaremos ser felices. Lo merecemos.

—Prefiero llamarme Pili… ¡Y no me pregunten porqué!

—Nadie preguntará —aseguró la líder que había pedido perdón—. Ahora vayamos en busca de caracoles. Merecemos un banquete.

El grupo de lagartijas de distintas edades, se distribuyó por el jardín de doña Cata y aledaños.

Al rato alguien gritó: ¡Un caracol!

***




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