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Cuando el sol ya estaba por desaparecer en la línea del horizonte, todo se volvía misteriosamente en un tono ocre. Los grandes sembradíos de café prometían una buena cosecha. Sin embargo, el dolor de la esclavitud se sentía hasta el último rincón de aquella gran habitación habitada por cinco personas, todos miembros de una gran familia, grandes, chicos, el dolor era el mismo .
De repente, Lázara levantó su cara y observando con orgullo sus tres hijos varones de doce, ocho y cuatro años dijo dirigiéndose a su marido mientras éste armaba su último cigarrillo del día.
- ¿Que fecundo es este suelo, negro! -
- ¿Ah caray! - exclamó el hombre - ¿ Es que se abolió la capacidad de asombro en este país?
- No, dijo ella - siguiendo con su tarea de lavar los platos.
La voz grave y lúcida de Homero la sobresaltó y sintió un escalofrío en su espalda al mismo tiempo que un golpe seco en la puerta anunciaba una visita. Lázara ya lo presentía. La puerta de la casa se abrió y allí estaba el "Señorito" - como lo llamaban - Vestido en ropas caras pero fiero en su expresión, cicatrices en su cara demostraban sus antecedentes . Homero se paró entre él y su mujer, pero el hombre en un movimiento rápido lo golpeó en la cara haciendo trastabillar a Homero quien se apoyó en la mesa sintiendo un río de un tibio liquido rojo deslizarse de su nariz.Lázara se abrazó a sus hijos. La última esperanza se había desvanecido cuando sintió la mano fuerte del hombre sobre su brazo. Ante el rechazo de la mujer, la toma de los cabellos y la arrastra hasta un rincón de la habitación separada del resto por unas sucias lonas. Lázara ya no tenía dominio de su cuerpo y lo dejó hacer. Sintió el dolor agudo en sus entrañas y logró a duras penas reprimir el llanto. Tan pronto como pudo, se inclinó viéndolo como terminaba de vestirse dándole la espalda. Lázara vió entre los fardos de pasto el brillo de un cuchillo. Alguien lo había olvidado allí. No dudó, lo tomó y se abalanzó sobre la esalda del hombre. Un grito aterrador hizo temblar la pequeña casa, Homero corrió hacia su mujer, viéndola con el cuchillo en la mano tratando de decir algo, pero su mandíbula estaba desencajada. Sólo lloraba. El hombre tendido sobre el pasto teñido de rojo.
Veintidos años despues, se podía ver una mujer pidiendo limosna en la puerta de la Iglesia.. Me sobresaltó verla, algo me inclinó hacia ella, su cabello blanco y sus ropas negras daban un tinte funesto alrededor de ella. Una catarata de preguntas salieron de mi boca.
- ¿Qué pasó con su marido? - ¿Dónde están sus hijos? - Le pregunté con ansiedad. Mirándome con recelo y curiosidad me dijo:
-Mi marido fue ejecutado y mis hijos vendidos. - Yo fuí expulsada de la campaña. Mientras contaba su historia lágrimas corrían por sus mejillas.
- Busque a mis hijos - me pidió mientras me sostenía las manos. Sentí que mi cuerpo temblaba, volvió a mi memoria aquellas manos tibias de aquella madre de mi niñez hasta que fuí entregado a una familia adinerada para criarme. Solo recuerdo la tibieza de sus manos, no su cara, pero todas las madres negras se parecen - pensé -
Me ocupé de ella, como ministro de salud de la ciudad ordené darle una habitación en un refugio para ancianos. La visito todos los sábados y cuando me ve llegar me confunde con uno de sus hijos. Yo acaricio sus manos y eso me produce un golpe al corazón.
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