Hoy será un gran día, lo sé porque así lo decreté desde que abrí los ojos por la mañana.
Iniciaré por ordenar mi armario, pues hace mucho tiempo que no lo hago y temo que se haya convertido en una guarida de alimañas.
Alcanzo la caja que se encuentra más arriba; parece pesada, por lo que la tomo con mucho cuidado.
Al jalarla hacia mí, noto que algo se desliza y cae al suelo; parece ser una fotografía. Dejo la caja sobre el suelo y levanto la foto.
Es muy extraña. A pesar de estar muy bien conservada, se ve que es muy antigua, pues su color es ocre sepia y muestra una joven y bella mujer ataviada de época, con un vestido color beige lleno de elegantes olanes y rematado con finos encajes.
Su vestuario deja entrever una estilizada figura, y en su rostro asoma una fina sonrisa. Su cabello es dorado y está coronado por una diadema formada por pequeñas flores de migajón con follaje de seda. Tiene dos hermosos caireles rematados, cada uno, con un moño de gasa dorada.
A pesar de tratarse de una fotografía antigua, sus ojos denotan una luminiscencia muy difícil de captar por una cámara fotográfica; parecen tener vida.
Se ve muy feliz, como si se tratara de una novia camino al altar.
La miro fijamente a los ojos y entonces parece ampliar su sonrisa.
Lo más extraño es que en su mano izquierda lleva un ramo
de peonías blancas, mientras que con la derecha pareciera ir tomada del brazo de alguien. Sin embargo, junto a ella no se encuentra nadie.
Observando con más detenimiento, se aprecia una silueta muy tenue, como si alguien hubiera recortado con unas tijeras y con mucho cuidado, al hombre que se encontraba a su lado.
En el reverso de la foto se vislumbra algo escrito. La letra es muy pequeña, estilizada y garigoleada, de una caligrafía exquisita, aunque se encuentra muy deteriorada por el paso del tiempo; a duras penas es legible.
Me dirijo al viejo escritorio de cortina de mi abuelo y tomo la lupa que él utilizaba para analizar sus estampillas postales, pues era un aficionado filatelista.
Con ayuda de la lupa alcanzo a descifrar el mensaje:
“Por lo que pudo haber sido y no fue… Siempre te recordaré.”
Abajo una firma ilegible da fin al texto seguida de una fecha: 1898.
Entonces recuerdo la historia de amor que solía contarme mi abuela, cuando su primer novio resultó ser un casquivano, y la dejó plantada frente al altar. Solo desapareció y nunca se volvió a saber de él.
Su corazón se rompió y perdió por completo la fe en el amor, hasta que una década después conoció a mi abuelo.
Lo suyo fue amor a primera vista, y cuando lo miró a los ojos vio el mismo brillo que solo había percibido en su primer amor.
Pareciera como si se hubieran reencontrado muchos años después, y en condiciones muy diferentes.
Mi abuela, temerosa de que la historia se repitiera, aceptó que vivieran juntos, pero sin casamiento de por medio.
Fue hasta que nació mi mamá que decidieron unir sus vidas, legalizando su situación y formando una familia.
Ahora entiendo por qué mi mamá nunca nos contaba nada de su familia, pues resultaba muy difícil de explicar un comportamiento tan poco usual, sobre todo por la época que se vivía en aquel entonces.
No puedo evitar que una lágrima escurra por mi mejilla imaginando por todo lo que tuvieron que pasar mi abuela y mi mamá.
Con el dorso de mi mano derecha, seco la lágrima y desisto en mi afán de continuar ordenando mi armario.
Al fin de cuentas tenía yo razón; sin lugar a dudas este sería un gran día. En otra ocasión continuaré con mi afán de limpieza.
—FIN—
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