Ayer llegó a su fin una radiante historia de amor que, indirectamente, me tocó vivir y conocerla de cerca. La relación había comenzado pocos meses antes de que me incorporara al mismo hogar.
Cuando por capricho de un nene antojadizo y padres benevolentes, me adoptaron y llegué al jardín de una casa, nos saludamos los tres perros y de inmediato consideré que eran pareja o pronto lo serían. Sus miradas, ronroneos y movimientos rítmicos de sus rabos me lo indicaban sin dudar.
La historia trata de Mara, una perrita joven y agraciada de raza Border Collie, y de Hyogo, su pareja, un Bichon Frisie, de similar edad y tamaño. Yo en cambio soy (ya anciana de diez y siete años) una perra de la calle que según me enteré luego, soy de raza Terbal (Terreno baldío) y que el niño Neyen, me bautizó Aban Donada, lo que agradecí aun sin saber el significado, pero es un nombre al fin.
El amor certero entre Mara y Hyogo floreció días después de mi llegada. Los tres lo festejamos, repartiéndonos los huesos escondidos. Llevábamos una vida armoniosa, ellos dos con sus arrumacos y yo tratando de no molestarlos. Los veía felices, con proyectos de ser padres. Yo los aconsejaba con teorías ajenas. La lucha fue infructuosa. Pasaron meses, yo me escondía del tirano que no cesaba con sus intentos de maltratarme. Durante las noches, gozábamos de tranquilidades absolutas. El tiempo era nuestro.
Así convivimos decenas de meses. En los cumpleaños de Neyen, ya jovencito, aparecíamos los tres perros en las fotos de los festejos. Un día pude distinguir desde donde yo estaba escondido, que Neyen tomó una tijera y cortó en cuatro pedazos una carta de su noviecita. A la firma de despedida de la chica, la recortó y se la comió. Lo vi lloriquear. Después de eso, conmigo se comportaba como un hombre y yo volví a una vida perruna tranquila hasta que…
Hasta que… la señora de la casa, tras una discusión en tonos agresivos y gritos altisonantes del matrimonio, ella amenazó y al día siguiente, con dos valijas enormes y Mara arrastrada con un collar asfixiante, subieron a su coche y desaparecieron.
La tristeza de Hyogo aumentaba día a día. Por tanta soledad, él adelgazaba con notoriedad y permanecía recostado por horas. De sus ojos, apenas abiertos brotaban tristezas y angustias. El desamparo no se reducía. Yo trataba de consolarlo asegurándole que pronto volverían, pero pasaron meses con aquella ausencia tan doliente.
Una noche clara pero lluviosa vi, por el ventanal del living al padre y a Neyen abrazados, llorando. Me preocupé y comencé a ladrar con fuerza: quería preguntarles que había sucedido. Parecían no escucharme. Reaparecieron en la galería y entonces sí, pude saber la causa de tanto llanto amargo: la esposa y madre, había fallecido en un accidente en una autopista. Muerte instantánea, les oí decir. Viajarían al día siguiente al velorio y entierro. Me invadió una pena mayúscula al verlos sufrir tanto.
Se lo comenté a Hyogo, quien también los acompañó en el sentimiento y se paró, levantó la cabeza y con una mirada esperanzadora, me preguntó:
—¿Mara está viva?
—No lo sé. Creo que sí lo está pues no la nombraron —respondí con ladridos breves.
—Si vive ¿Quién la cuidará? ¿Irá a la calle? Eso sería terrible.
—Sí, no se lo deseo ni al hombre ni al perro. Pero...
—¡¿Pero qué?! —ladró exigente.
—Que… … Tal vez la traigan de nuevo a esta casa.
—¡Que el Dios de los perros te escuche! ¡Gracias Aban! Me das ánimo para vivir.
La espera era inaguantable para Hyogo. Tratábamos de permanecer tranquilos… imposible. Nos distraíamos recorriendo el jardín cerca de nuestras cuchas. Días después, escuchamos el coche y la apertura del garaje. Un ladrido, el de Mara, nos paralizó los corazones.
Ella se mostró con la prestancia acostumbrada. El movimiento de su cola nos decía todo. El reencuentro fue majestuoso y eterno. Yo los observaba y así confirmé la existencia de un amor real. Ella, yo y Hyogo, todos nos mostrábamos ancianos pero además, en ese momento más vivos que nunca.
Los dueños de casa: emocionados y ya más serenos nos premiaron con buenos trozos de carne fresca… «Basta de pellets salados y artificiales», pensamos los tres al unísono.
Aquí termina esta historia del profundo amor de dos perros.
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Hola Amadeo, excelente tu giro en el reto de este mes al hablarnos del amor entre los animalitos, en este caso los perros. Me gustó la historia y su final, lo único es que me encontré con un par de cosas que me resultaron confusas. (antes debo decir que me gusto el nombre de la perrita "Aban Donada"🤣)
Cuando hablas del ronroneo pensé que eran gatos, pero después nos dices que todos son perros.
Las partes "Pasaron meses, yo me escondía del tirano que no cesaba con sus intentos de maltratarme." Y "Después de eso, conmigo se comportaba como un hombre" siento que les falta algo de contexto.
Saludos,
Wanda (11)
Hola Amadeo
Muchas gracias por pasarte por mi relato, aunque veo que no te ha gustado nada. Te diré que ha sido un experimento que presenté parecido en otro lugar, en tipo casi poético y que gustó mucho. Había que hacer muchas, muchas repeticiones. Siento que no haya sido de tu agrado.
Referente al tuyo, los compañeros ya te han comentado mucho. Yo puedo añadir un pequeño fallo, para mi gusto. La frase " Ella, yo y Hyogo," me ha chirriado un poco.
Tambien quiero comentarte que tu interés de que nos fijemos en ortografía, sintaxis, etc. me parece muy bien aunque yo muchas veces no le doy tanta importancia, ya que cualquier editor te lo va a desmontar y…
saludos AmadeosoyPROYMAN1 tu vecino del 2 y he leído tu gran relato, me ha parecido muy bueno y distinto,seguramente existe amor entre animales y entre perros porque no?. Si es que el amor existe.
Confío en seguir leyéndonos