Informe N.º 4545
Fecha: 22 de septiembre de 1995
Era el primer día de clase y todos los alumnos matriculados en primero de Filología Clásica estaban de pie en el vestíbulo. Por un error inexplicable, el aula donde se suponía que debían recibir las clases estaba vacía, sin muebles. Mientras esperaban una solución, poco a poco se fueron creando grupitos de estudiantes que comentaban y discutían las posibles alternativas para resolver este problema.
Miré alrededor, y como no conocía a nadie, me apoyé en una pared y comencé a observar a mis nuevos compañeros.
Me llamó la atención una camisa de cuadros grises, blancos y celestes. Me pareció muy confortable y sentí deseos de tocarla. Una ola de sensualidad me invadió y de repente imaginé en las palmas de las manos la suavidad de su textura. El dueño tenía unos veintidós años; era alto, rubio, de ojos azules. Parecía tímido e insignificante. Simulaba estar ausente de las conversaciones del grupo. Pero no lo estaba.
Llegó una chica nueva y pasó cerca de él. Era muy atractiva y él se quedó mirándola con todo el descaro del mundo. Avisó a sus amigos con un codazo y el grupo entero se volvió a mirarla.
Al rato, se acercó un profesor y nos avisó que Pérez Benalmádena, jefe del Departamento, nos esperaba en la sala de juntas. La solución propuesta y aceptada por todos nosotros fue la de empezar las clases esa misma tarde en otra aula.
Cuando salí de la reunión vi que mis compañeros miraban hacia la puerta, pero no era a mí. Volví la cabeza y detrás estaba la chica maravillosa de antes.
Fuimos a la cafetería. Todos los de la clase nos sentamos juntos en una mesa larga. En la cabecera se colocó la chica maravillosa, a su derecha me senté yo y frente a mí se sentó el de la camisa. Él sugirió que nos presentáramos mientras la miraba fijamente. Ella, con la mirada fija en sus manos que reposaban en el mantel, abrumada por su mirada, dijo que se llamaba Tania. Él, sin dejar de mirarla, comentó que los amigos le llamaban Toni. Yo no dije nada, ¿para qué? Era invisible. De repente se volvió hacia mí y mirándome durante unos segundos, me preguntó con mucha agresividad:
—¿Qué pasa, que tú no tienes nombre?
Le mantuve la mirada para demostrarle que yo era más valiente que las demás.
—¿Cómo te llamas? —preguntó despectivo.
—María Granados. ¿Y tu nombre completo?
Altanero como un barbián, pronunció despacio:
— Antonio Ballesteros.
—Tania, ¿te apetece que vayamos a dar un paseo? —comentó.
Tania se levantó del asiento como hipnotizada. Yo no me podía creer lo que le estaba pasando. Los dos salieron del comedor. No debía perderlos de vista. Me fui tras ellos. En la entrada de los servicios de señoras, él la empujó y entraron juntos. Escuché con la oreja pegada en la puerta. Oí el ruido del pestillo de una de las cabinas al cerrarse. Después empezaron unos jadeos. De repente sonó un móvil con sonido metálico de un vagido.
—Perdona. Me llama mi mujer.
Salió de la cabina y contestó la llamada; habló en susurros y no pude entender nada de lo que decía. Pero aproveché este momento para llamar a los de seguridad.
Fue fácil detener al más peligroso orate del hospital psiquiátrico colindante a la universidad, que se había fugado aquella misma mañana.
En este caso le pusimos la camisa de fuerza y no las esposas. Debo confesar que me gustó acariciar la textura de la tela de cuadros. Registré su mochila, y entre varios cuadernos mal escritos, encontré un cuchillo que identifiqué como perteneciente a la cafetería de la facultad. Lo había robado de la mesa. Su intención era clara: pensaba matar a Tania. Pobre chica, de buena se libró.
Salvé la vida de Tania porque Antonio Ballesteros era paciente de mi hospital. Por mi edad cercana a la suya, fui seleccionada para seguirlo y atraparlo. Estábamos sobre aviso. Le habían oído fanfarronear con sus planes de fuga y explicar que se iba a pasar por un estudiante.
Firmado: Dra. María Granados López
Departamento de Psiquiatría
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Muchas gracias Cristina por tu visita y comentarios. Un saludo, Menta
¡Hola Menta!
Tu relato mantiene el suspenso, el final es sorpresivo, empieza como una aventura entre estudiantes y termina con un loco asesino. Entretiene.
Coincido con las observaciones en cuanto a que si es un informe técnico debe ser menos literario. En este caso la narradora se expresa como si fuese parte de la trama, como una estudiante más. Quedaría mejor si no se plantea como un informe, aunque me gusta mucho lo del informe.
Un gusto leerte. Hasta la próxima
Crisha
Buenos días Pepe Espi Alcaraz y Carlos J. Noreña: Muchas gracias por vuestros consejos y palabras de apoyo. Me han levantado el ánimo. Hasta pronto, un abrazo, Menta
Menta y Paloma a la vez:
Me gustó este cuasipolicíaco relato, bien escrito y que nos sabe reservar una sorpresa para el final, si bien se queda algo flojo en disimular el rol secreto de la relatora. Muy recursiva para utilizar con toda naturalidad las horrorosas palabras obligatorias.
No te convenzas de que te salió un relato lleno de incoherencias y trampas al lector; te han hecho unos comentarios desde la óptica de ellos y, aun si los aceptáramos a ralatabla, no señalan un escrito de esas condiciones, sino más bien algo que es mejorable. Pero te repito que me gustó y solo le veo una flojedad nada grave.
No tengo observaciones de lenguaje para hacerte.
Saludos.
Que giro más bueno, y eso que el principio tan intrigante me enganchó mucho. Muy bien mostrados los sentimientos, el tacto sobre todo, algo difícil, porque se puede caer en descripciones forzadas, pero aquí todo calza con naturalidad.
Me gustó mucho, menta.
Un abrazo.