La última vez que se vieron, ella venía cayéndose; drogada, pensó Layo, porque Luisa sonreía, como si no llevara días sin llegar a dormir, ni mensajear para avisarle a su puta madre que seguía viva, la muy culera; y como pudo se tragó toda la bilis, nomás pensando en todo lo que le diría a la chamaca cabrona esa cuando regresara, pensaba Layo mientras caminaba sumido en esa mudez rabiosa que a ella le asustaba más que los gritos, y por eso había empezado a explicarle todo, cuando, de pronto, se dio cuenta de que estaba hablando sola.
*