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Jonás - Verso Suelto - B


Poco o nada sabíamos hasta ahora de la infancia de Sherlock Holmes. En un alarde periodístico, Fermín Lodudo, corresponsal de "La verdad y nada más que la verdad", ha buceado en el tiempo buscando el origen del genial investigador.

¿Acaso Lodudo, se preguntarán, ha husmeado en los trasteros del 221 de Baker Street?, ¿ha rastreado a los descendientes del Dr. Watson en el colegio de médicos de la Gran Bretaña?

No. Fermín, tras encerrarse en el archivo del periódico tres días y tres noches, siguiendo el introspectivo método "holmesiano", ha salido famélico, chotuno y balbuciente, sí, pero con la verdad brillando en su rostro macilento y ebúrneo y un papel en la mano: el reportaje que Saturnino Lodudo, fundador de la dinastía periodística que tanto lustre ha dado a este periódico, firmó allá por el año 1865 y que se publicó en nuestras páginas de sucesos.

Como un trozo de grafito sometido a brutales presiones tectónicas, el reportaje, que entonces pasó sin pena ni gloria, quedando sepultado bajo toneladas de papel, es hoy un diamante en bruto, que, en primicia, ofrecemos a nuestros fieles lectores. Esta es su transcripción literal.


***


El asesino de gallinas.


El pasado quince de marzo fueron asesinadas dos gallinas en la humilde barriada londinense de Southwark. Las gallinas amanecieron medio desplumadas y con heridas inciso-punzantes en cuello y cabeza.. El hecho causó gran turbación, pues entre los vecinos es habitual la crianza de estas aves para su propio sustento ya que, además de conducir los carros por la izquierda, los británicos comen huevos en el "breakfast", "usease" el desayuno.

A pesar de la conmoción provocada por el delito, Scotland Yard, ante la falta de pruebas o testigos, dio carpetazo al asunto.

Pero la cosa no quedó ahí, en los días sucesivos se reprodujeron los hechos en otros gallineros colindantes. Los aguerridos vecinos, en su mayoría estibadores en los muelles del Támesis, decidieron montar guardia, pero los asesinatos continuaron sin que las patrullas, armadas de palos y horcas, percibieran, en la oscura noche, alma mortal que rasgara la espesa niebla londinense, ni ruidos que no fuesen desahogos flatulentos, ronquidos de los exhaustos habitantes o el estremecedor canto de los gallos entre las tres y las cinco de la mañana, que vaya usted a saber en qué pensaba el Todopoderoso cuando puso en los genes de estas criaturas tan intempestiva costumbre.

Han tenido que pasar dos meses, y sucumbir muchas gallinas, antes que un desconocido niño de once años haya desvelado el misterio de tan espantosas muertes. El desgarbado chaval, virtuoso del violín y adicto a las gominolas, es un avaro lector de las páginas de sucesos que engulle con voracidad de piraña, al igual que cualquier cosa que tenga letras.

A Sherlock, que así se llama el mozalbete, el asunto le trajo a la mente la antigua tradición del "Shrove Tuesday", festividad en la que, además del lanzamiento de gallinas se celebran peleas de gallos, deporte en el que Holmes está versado gracias, cómo no, a otro reportaje de "La verdad y nada más que la verdad". Y es que en todas partes cuecen habas; los españoles no somos los únicos que tiramos cabras desde los campanarios y otras lindezas por el estilo. Aunque prohibidas desde 1835, las peleas de gallos se siguen practicando en la Pérfida Albión y la excepcional intuición de nuestro héroe, apoyada en algunas pesquisas que sería prolijo relatar, le han llevado a desenmascarar a los misteriosos asesinos: los gallos. Sí, los gallos, que hartos de sufrir humillantes derrotas en las peleas de la liguilla local, al volver deprimidos al gallinero, arremeten contra las desprevenidas gallinas para desahogarse.

La autopsia practicada a las últimas víctimas, dos preciosos ejemplares Plymouth Rock, por el prestigioso cirujano Henry Watson, asistido por su precoz vástago Jonh H., ha corroborado la hipótesis de Holmes.


Saturnino Lodudo, corresponsal en Londres


***


Hasta aquí, estimados lectores, esta joya, este fósil periodístico, minúsculo pero revelador, de las circunstancias que, hace más de siglo y medio, alumbraron la mente más perspicaz de la historia detectivesca. Once años después de venir al mundo, había nacido el padre de todos los detectives.

Queremos hacer pública nuestra felicitación a Fermín Lodudo, el reportero implacable que, una vez más, ha demostrado su inquebrantable determinación en la búsqueda de la verdad y le deseamos una pronta recuperación de las secuelas sufridas tras su prolongado y lacerante encierro.

*




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