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La Bodega - Esther - (R)

LA BODEGA Salieron de una ruta muy transitada para tomar un camino secundario, que los llevaría a la casa de Roberto Sabatino, poseedor de bodega y viñedo al sur del país. Pedro y Adela, iban en el Volk escarabajo, que marchaba bien, a velocidad moderada. El motivo de este viaje era conseguir ocupación laboral para ambos, presentando la tarjeta de recomendación de Cacho Ramírez, quien a su vez decía ser muy amigo del dueño. Les aseguraba que para ellos era una gran oportunidad de trabajo. Las indicaciones para llegar a destino, no eran muy precisas: “en el km 245 tomar camino vecinal Pasando un puente chico, doblar a la derecha, una curva a la izquierda y seguir recto hasta el viñedo”. A ambos lados se veían grandes plantaciones de trigo, avena y sorgo; casas de campo y árboles. Un lindo paisaje, para quienes salieran de la ciudad a cambiar de aire y de horizonte. Había transcurrido una hora de marcha desde que dejaron la ruta. Adela comenzó a inquietarse porque a medida que avanzaban, el camino se tornaba más estrcho y pedregoso. El paisaje fue cambiando, las praderas verdes quedaron atrás. De pronto algo inesperado les cerró el paso: ¡una portera con candado! ―¡Esto no me lo esperaba! —dijo Pedro! Adela, con ambas manos en la cabeza, no salía del asombro, quería decir algo, pero eran solo gestos negativos. l El hombre detuvo el coche. Se puso a buscar un lugar para pasar pensando encontrar alguna solución. Tropezó con una piedra y de ahí saltó una llave, con la que logró abrir la portera. —¿Qué es esto? ¿Un camino vecinal cerrado, que se abre con una llave guardada debajo de una piedra? ¡Nunca vi cosa igual!¡ Regresemos a casa, por favor! Pedro, empecinado, no le oía. Subió y puso en marcha el motor, pasó y cerró la portera. —Tranquila mujer, todo tendrá un explicación. —¡Qué explicación va a tener esa falta de respeto. —Tal vez esto no existía cuando Cacho trabajaba aquí. — Es muy extraño todo esto —dijo Adela―. Por eso te repito: ¡Vámonos para casa, no sabemos con qué podriamos encontrarnos más adelante! ―Bueno, ahí resolveremos, no te preocupes. Siguieron viaje, él con la esperanza de revelar el misterio; ella por compañerismo y no seguir una discusión inútil, no insistió. A medida que avanzaban, el camino ya sin huellas de vehículos, ponía a la mujer cada vez más nerviosa; pero como había aceptado seguir, no habló más. A la distancia, entre árboles muy altos asomaba parte de una edificación. Al costado del camino, una vieja capilla semiderruida, galpones abiertos con todo tipo de herramientas y máquinas. No se veía persona alguna. Daba la sensación de abandono total. De pronto apareció ante sus ojos, el viñedo; pequeño, incipiente, muy verde. Más adelante, el antiguo edificio de piedra y tejas, con puertas y ventanas cerradas, árboles y plantas al frente. Llamaron. Atendió un hombre joven que dijo ser el encargado porque los dueños estaban viajando por Europa. ―¿Cuándo regresarán? ―preguntó Pedro. ―No sabría decirle. ―Bueno, perdone la molestia, siendo así nos vamos por donde vinimos. ―¿Por dónde llegaron? ―Por el camino del bosque ―contesta señalando hacia el lugar. ―Está prohibido pasar por ahí. ¿Cómo entraron, si la portera está cerrada con candado? Entonces, Pedro, contó lo sucedido. El hombre lo escuchó y sin dar explicación, como ignorando lo narrado, se limitó a decir: ―Yo tengo orden de no dejar entrar ni salir por el bosque. Ustedes tienen que regresar por aquí, ―dijo señalando el lugar, y no dando motivo para más conversación, cerró la puerta. ―¡Qué te decía yo, que esto no terminaría bien! ―dijo Adela, con los ojos llenos de lágrimas. ― Mala suerte..., no era lo que esperábamos..., pero no nos pasó nada. ―¿Te fijaste qué hosco el muchacho? Parecía que tenía miedo que le preguntáramos cosas. Yo quería saber por qué cerraron el camino y por orden de quién. ¡Esto va poniéndose cada vez más extraño! ―Bueno, vámonos para casa a dedicarnos a lo nuestro: vos con tus masas y dulces, yo con el quiosco. No precisamos más, somos felices así. Emprendieron el regreso en silencio, cada cual con sus reflexiones. Luego, Adela quiso llevar una merienda del poblado que habían visto a la vera del camino. Compraron pasteles y un delicioso jugo de uvas, del que quedaban las últimas botellas. ―¿Visitando la bodega abandonada? —dijo el almacenero. ―Sí―dijo Adela— Queríamos conocer, pero...no pudimos, hay algo raro ahí. —¡El misterio... es que nadie sabe dónde están los dueños...!

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