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Foto del escritorAdmon KMarce

LA CASA DE TÓCAME ROQUE - Labajos - (R)


Según el refranero en la “Casa de Tócame Roque” reinan confusión, desorden, alborotos y riñas. La primera existió de verdad: una corrala de la madrileña calle Barquillo demolida en 1850, que podemos ver en el Prado inmortalizada por “Hispaleto”. Fue famosa gracias al sainete de don Ramón de la Cruz “La Petra la Juana o el buen casero”. Fernández de los Ríos afirma que este nombre se debe a las continuas disputas entre dos hermanas por los propietarios Juan y Roque. El follón dio lugar al primer desalojo-exprés de la historia, intervención de guindillas incluidos.


Siempre viví en casas ruidosas. Pasé mi infancia en Madrid, los balcones de casa daban a la calle Juan de Austria, ofrecían escalas y ejercicios operísticos acompañados de piano: alguien daba clases de canto. Mis tres hermanos y yo imitábamos tales voces a coro, mientras patinábamos por los pasillos ajenos a las riñas de nuestra madre que, resignada, afirmaba vivir en “La casa de tócame Roque”. Si escuchábamos en el suelo rítmicos golpes, influenciados por Ibañez Menta, los atribuíamos a duendes caseros con los que intentábamos comunicarnos, mediante toques de nudillos en suelo, puertas, armarios… El tiempo nos desengañó: procedían de los escobazos que la vecina daba al techo.


Pero la auténtica actividad vecinal llegaba por los patios: radionovelas de Sautier Casaseca, o “Matilde, Perico y Periquín” (gentileza de ColaCao), aderezados por vahos de berza y sopicaldos. Las magníficas coplas “… No te quiero, no me quieras, me voy de tu vera, ‘olvíame’ ya…”, interpretadas por la estridente voz de Nani desde el primero B.


Para opositar busqué tranquilidad en Ayala 124. Un destartalado chollo del barrio Salamanca, a precio ridículo.


Dados mis antecedentes, no puedo ser quisquilloso con los ruidos, pero mis vecinos eran insoportables. Vivían de noche mientras de día reinaba el silencio. Achaqué la lavadora a algún plan de ahorro energético, pero batir huevos o hacer bricolaje era intolerable. Llamé a su puerta, no respondieron a los timbrazos, mientras una corriente de aire cerró repentinamente la mía, dejándome fuera en bata y zapatillas. Tuve que trasladarme de esa guisa a casa del señor Bermejo, administrador de la finca. Observado de arriba a abajo, superé el ridículo y aproveché para informar sobre los vecinos.


—Me extraña.


—Por…


—El edificio está vacío. Tenga las llaves —y cerró la puerta en mis narices.


Al regreso mientras abría el portal, una mujer de edad avanzada al verme cambió rápidamente de acera, mientras se santiguaba gritando:


—¡El cura!, ¡el cura!



—¡Señora!

Terminé acostumbrándome a las rarezas de esa casa, corrientes de aire aque abrían y cerraban puertas y ventanas, temblores cuando el metro pasaba hacían caer objetos. La instalación eléctrica no era buena, las luces parpadeaban.


Finalmente aprobé la oposición, y obtuve plaza en Valencia. Al devolver las llaves, el señor Bermejo se mostró amable al contrario que la vez anterior.


—Usted también se va, ¡no ha podido aguantarlo! —a lo que respondí con una mirada interrogante.


—En tiempos de la casa de citas, un sacerdote murió repentinamente. Desde entonces pasan cosas.


Casi no pude despedirme antes de explotar en risas. ¡Lo que dice la gente!


Sin domicilio en Valencia, un compañero me prestó una casa heredada que nunca llegó a utilizar.



—Estará hecha polvo, pero si te apaña…


Perdido en el barrio del Carmen, un abuelete que fumaba un caliqueño me sacó del laberinto:


—¿Esparto, 7?  “Clar, vostè va a la casa de tócame Roque”.



Acompañé hasta un viejísimo edificio a aquella máquina de echar humo. Desde el primer momento los vecinos me advirtieron sobre los hechos acaecidos en 1917, el primer poltergeist registrado en España. Me convertí en “el tío que va a vivir en la casa del duende del Esparto”, trajeron recortes de prensa, me contaron de alguien que conoció a la familia Colomero, me invitaban a vino y cervezas para instruirme sobre “bruixes, follets, endimoniats…”


Pero lo que me hizo desistir de vivir allí, fue la seguridad de que moriría de silicosis respirando tanto polvo, o a causa de un derrumbamiento, ya que los ruidos de vigas y suelos anunciaban una catástrofe inminente.


Nunca creí en casas encantadas, pero empiezo a pensar que los trasgos me acompañan. Mi actual vecina no para de quejarse del ruido que hacemos en casa, incluso cuando dormimos, le molesta mi perro aun cuando, en vacaciones, lo dejo en la residencia canina, se queja de la música, la televisión, ¡las fiestas de mis hijos que ya no viven con nosotros!… ¡Es terrible!, un caso de vecina poseída.





Nota del Editor:

Fernández de los Ríos, en su Guía de Madrid, afirma que la casa tomó su nombre de los propietarios Juan y Roque, dos hermanas que discutían diciendo: "Tócame a mi, tócame, Roque". Y dicho nombre es utilizado para referirse a las casas donde reina el caos, las peleas y los alborotos.


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13 Comments


Toñi Ávila
Toñi Ávila
Nov 01, 2020

Hola Jorge, has conseguido ensamblar de manera magistral el paso por todas las "casas de tócame Roque" de la vida del protagonista, conectadas por el caos, los ruidos, las peleas y los alborotos.

Muy bien llevada la ironía, resultando graciosa y divertida su lectura.

El final cuadra a la perfección.

Felicitaciones y hasta el próximo reto.

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MT Andrade
MT Andrade
Oct 29, 2020

Hola Labajos

Muy buen comentario de la casa encantada, merecedor de figurar en la Wikipedia.

Excelente además la inclusión del tema en el relato personal y la ironía desplegada.

Felicitaciones.


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palomac.marqueta
Oct 27, 2020

Buenas noches: Jorge García Labajos: Tu relato me ha parecido muy simpático y divertido.


El protagonista es muy valiente porque ha tenido muchas experiencias inexplicables y él sigue sin tener miedo. Al final se muda de la casa de Valencia porque le parece que se va a hundir y no por los ruidos que oye. Tú protagonista diría como dicen en Galicia: "Yo no creo en las meigas, pero haberlas haylas".


Has dado a todo el escrito unas pinceladas de humor que has conseguido que de escabroso sea cómico.


En lo formal, solo decirte que “Ibáñez”, lleva acento.


Enhorabuena. Un saldo. Menta

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Jorge García Labajos
Jorge García Labajos
Oct 26, 2020

Gracias a todos por vuestros comentarios y aportaciones, de estos es de lo que en realidad se aprende, por lo menos a mí me vienen bien ya que nunca había escrito para que lo leyesen otros y la verdad es que lo disfruto mucho. En este caso, mezclo vivencias de mi infancia con la historia de casa "encantadas" que en su día fueron famosas por hechos insólitos aunque en ocasiones muy explicables como disputas entre vecinos o por participantes en subastas de inmuebles.

https://www.elmundo.es/albumes/2009/10/28/lugares_miedo_madrid/index_4.html

https://www.valenciabonita.es/2016/06/14/casa-duende-de-esparto/

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Carlos J. Noreña
Carlos J. Noreña
Oct 26, 2020

Jorge:

Es muy entretenido el relato, donde asumes una interesante posición, medio en serio, medio en broma, para criticar todas esas consejas populares que atribuyen caracteres sobrenaturales a hechos, aunque extraños, naturales.

Puedo asegurar que, a todos, nos hace recordar inexplicables ruidos, luces y sucesos ocurridos en casas donde vivimos cuando niños o adolescentes, especialmente en las construcciones viejas.

Saludos.

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