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La casa del Chapiz en Granada - Amaranto - (R)

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En compañía de varios amigos, Diego Ponce ascendía por la carrera del Darro camino del Albaicín, que tras la sublevación de sus lugareños en 1500 y aplastada la revuelta, tuvieron que perder sus derechos y hacerse cristianos o moriscos conversos.

En su recorrido hasta el Albaicín tomó la dirección hacia la empinada cuesta del Chapiz que franqueaba de Norte a Sur la vieja barriada musulmana de Albayda (“La Blanca”).

Deambulaba cuando notó como el aire helado contribuía a formar penachos de vaho mientras respiraba. Un acompañante le advirtió del peligro al que podía exponerse con semejante paseo; no le sería fácil librarse de la nefasta presencia de tantos moros desleales repartidos por aquel paraje, ansiosos y con las dagas afiladas para cobrar el botín.


—No llegaré tan lejos, Don Julián. Sepa vuesa merced que pararé a la entrada del Chapiz.

—¿Por qué el interés en subir arriba, Don Diego?

—Solo es un galanteo ¡no os preocupéis!

—¿Puedo preguntarle por la afortunada?

—Tres noches han pasado desde que tropecé con ella por esta pendiente. Enviéndola*, me traspasó el corazón el deseo de poseerla, detrás de los muros del carmen*. Rodeada de penumbra su singular belleza me arrobó la razón y confío que al oscurecer pueda entrar en su casa.



La diosa fortuna quiso que descubriera el amor cerca de una esquina donde se erigían los muros de una casa árabe rodeada con jardines, y un terreno plantado de vides. Allí acertó a divisar la hermosura de una mujer musulmana, aunque el inexorable destino reunió en el mismo lugar y a la misma hora a otras dos importantes autoridades, por lo que tres fornidos corazones se vieron heridos de muerte como consecuencia del embrujo de la mora con la férrea esperanza de gozarla; y sin saber el cuándo, ni el dónde, ni el cómo, llegó a ser esclava del judío proxeneta, a quien le preguntaron el precio de sus servicios.


—Apresúrese. La belleza de un paraíso perdido le espera.

—¡Por fin la veo! ¡Váyase tranquilo!

—Goce vuecencia de los placeres del sexo y regrese sano y salvo.

—¡Así lo haré! ¡Id con Dios, Don Julián!


Al otro día los sirvientes de Don Diego rastrearon todo el Albaicín para encontrarle, pues las autoridades de la Alhambra le requerían algún asunto importante. Cuando lo hallaron bajando la cuesta del Chapiz le anunciaron que el Alcaide de la Alhambra lo esperaba, mas en ese instante se percató de olvidarse la espada en la casa de la hetaira, por lo que dio media vuelta, girando sobre sus pasos.

Llamó a la puerta pero nadie le abría. Así que aporreó la madera hasta despertar al vecino de enfrente, que sin dar crédito a lo que estaba advirtiendo, se le aproximó para explicarle que la vivienda permanecía desocupada desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, Don Diego desconfiaba de él y le pidió que abriese la casa para comprobarlo.


—Perdonar mi señor. Dudo que no conozca que cuando se rebelaron los moriscos de este barrio contra el confesor Cisneros, los cristianos ahorcaron en la rambla del Beiro al rico moro propietario de esta mansión. El populacho se ensañó con el inmueble, saqueándolo y prendiendo fuego. A consecuencia del incendio murió su hija, la cual según decía la gente era de una belleza excepcional. Finalmente, la justicia se encargó de sellar la entrada y después me encomendó que guardase para siempre la llave.

—Consiéntame el favor de pasar adentro, deseo revisar los aposentos.


El vecino le miró receloso, temiendo que hubiese perdido la razón, aunque accedió a su ruego y contempló su intrépido paso cruzando el umbral por el jardín todo recto hacia delante, topándose con un paisaje desmoronado y carente de huellas de actividad humana alguna.

Al cruzar la fuente del patio estaba la puerta oscura del cuarto de la atractiva mora con la que cohabitó toda la noche. Entró dentro, todo permanecía arrasado por el fuego.


—¿Qué le sucede, mi señor? Le está cambiando el color de la cara, ahora se ha vuelto tan pálido como una azucena y su cabello parece aún más bermejo.

—¡Oh, mire hacia allí! El haz de luz que atraviesa la rendija del ajimez de la cúpula desciende sobre la empuñadura de mi espada y acentúa el brillo de su pedrería.

—¡No es posible!


Todo hizo presagiar que la verdad acabase por imponerse a la incredulidad, debido a lo cual Don Diego cayó de rodillas tomando la espada. Luego buscó la cruz del mango para besarla, musitando tembloroso una plegaria.





*Enviéndola: castellano antiguo.

*carmen: un tipo de vivienda urbana típica de la ciudad de Granada.



Nota del Editor:

La casa del Chapiz es un singular edificio, situado en la ciudad española de Granada, en comunidad autónoma de Andalucía, declarado Bien de Interés Cultural. Debe su nombre al de sus propietarios, los moriscos Lorenzo ‘El Chapiz’ y Hernándo López ‘El Ferí’. Desde 1932 es la sede de la Escuela de Estudios Árabes.


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