LA CELEBRACIÓN Un grupo de amigos había organizado un brindis, para homenajear a Richard Méndez, escritor que había alcanzado una venta récord en la publicación de su último libro. Todos estaban de acuerdo en que había conquistado gran número de lectores, porque su temática es atrapante y cargada de metáforas. El protagonista de esta obra, es capaz de trasmitir con gran talento y amor, cómo educar a un hijo en la experiencia directa de la naturaleza; escenario sin límites para esa tarea. Richard, hace unos años que escribe ficción, pero con una búsqueda muy acentuada de los valores humanos, y es capaz de llegar con su sensibilidad a los rincones más apartados. Este libro, llamado “El elefante en el cielo”, tiene la riqueza de lenguaje que lo caracteriza, la certeza que va directo al corazón, que conmueve con profundas palabras. Habían concertado el encuentro en un lugar tranquilo, conocido por todos. Al atardecer comenzaron a llegar grupos de personas que se ubicaban en los primeros lugares, conversando con gran animación y entusiasmo; muchos con el libro en la mano, creando en el ambiente una atmósfera especial. Todos buscaban ansiosos al homenajeado, para abrazarlo, felicitarlo, cuando alguien se dio cuenta, que él y su compañera Lía aún no habían llegado. ―Hace una hora que avisaron la salida desde su casa. ―Entonces, ¿qué pasó?, del pueblito hasta acá quedan unos veinte minutos. ―Sí, algo les sucedió. ¡Vamos a averiguarlo! En eso comenzaron a sonar los teléfonos celulares de manera ininterrumpida. Van llegando uno tras otro los mensajes que los familiares les enviaban: “Lía y Richard accidentados en la ruta”, “Richard y Lía accidente muy grave”. “Las ambulancias ya salieron” Aquello fue un aguijón clavado en el pecho de la concurrencia. Abrazos, llanto, mucho dolor. Era difícil aceptar la realidad, pasar de la alegría al sufrimiento con tanta rapidez. Él, falleció en el acto; ella, quedó inconsciente, con traumatismo de cráneo. Pasaron los días y no lograban consuelo por la muerte del amigo que se fue tan pronto. La última vez que estuvieron juntos hablaron de proyectos para ejecutar este año, sin más postergación. Se los veía muy felices, porque, tanto trabajo, al fin, estaba dando sus frutos. Él como escritor, ella con su taller de “Artesanías del tiempo de la abuela”. Todos acongojados querían ver a Lía despierta, pero a la vez pensaban, cómo reaccionaría ante la tragedia. Costó mucho su recuperación; fue lenta, después de la cirugía. Pero la amnesia era casi total. Pedía agua y no hablaba más que en monosílabos. La psicóloga aseguraba que con mucha paciencia volvería a ser la misma. Todos la recordaban como una mujer de buen carácter, trabajadora y excelente compañera. Las amigas la llevaban a pasear, le contaban historias, pero ella se mantenía siempre ausente, como que no comprendía los hechos. No mostraba interés por ningún tema. No le interesaba socializar. Tampoco hacía preguntas que la volvieran a la realidad. Ese comportamiento angustiaba a las amigas y familiares, que se mostraban muy ansiosos y consternados. Algunos resolvieron juntarse frente a la pantalla gigante para buscar la manera de conmoverla, de sacarla de la indiferencia. Pasaban fotos de acontecimientos felices de su vida: quince años, graduación, viajes. Pero poco o ningún efecto causaban esas imágenes. De pronto, sin previo aviso, a alguien se le ocurrió mostrar las fotos de aquel día tan aciago. Fue un acto impulsivo, donde todos se posesionaron al unísono, como respondiendo a un mandato sobrenatural. Comentaban, recordando lo sucedido; las imágenes parecían aún más patéticas. Todos estaban compenetrados, aturdidos con el hecho; algunos lloraban, otros se abrazaban, pero nadie detenía la ronda macabra. No se dieron cuenta que en determinado momento, Lía, fijó la atención en una foto, donde se veía un coche totalmente destrozado y que conservaba intacto su número de matrícula. Al momento sus ojos se humedecieron y agitando los brazos gritaba enloquecida: ―¡Richard! ¡Richard! ¿Dónde estás, mi amor?, ¡Richaaard!… Tras aquel grito desgarrador, cayó sin sentido, ante el asombro de sus acompañantes...
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Hola Esther, me gusto tu relato, nos deja ese sentimiento de perdida y desesperación que sintió Lía al recordar a Richard. Un relato bastante triste muy bien logrado. Saludos
Gracias por comentar mi relato y disculpa tardara tanto en corresponderte.
Hola María Esther, lo malo de llegar tarde, muuuy tarde, es que ya casi todo está dicho.
Además de lo que te han comentado, con muy buen sentido, los compañeros, me llama la atención que la temática del libro de Richard Méndez resulte atrapante (pese a estar cargada de metáforas), cuando normalmente se huye de lo excesivo metafórico para atrapar la atención.
Concuerdo en que las palabras propuestas están bien insertadas.
Has creado expectativa en torno a la llegada de Richard y Lía, con esas noticias que van llegando y que pone el corazón en un puño. Las frases muy cortas prestan velocidad, especialmente en la parte del accidente y el internamiento de Lía.
El detonante de la memoria perdida…
Gracias Pepe por tus elogios al cuento y a mi nombre. Aunque hayas llegado tarde valen igual.
Gracias Irene. Bueno,. Yo prefiero la sinceridad, no siempre podemos decir que nos gusta un relato. La crítica igual se puede hacer si quieres.
Buenas, Esther.
¡Ay! Qué relato más trágico. No podría decir que me ha gustado, pero me ha puesto el corazón en un puño. Es una situación que no le deseo a nadie. Hay algo que me ha llamado la atención: traumatismo de cráneo. No sé si es un término correcto. Siempre he escuchado traumatismo craneoencefálico, lo otro me suena muy raro.
Nos leemos.
Un saludo.
+Hola, Esther (qué nombre más bonito), llego tarde, muy tarde, demasiado tarde. Tan tarde que ya te lo han apuntado todo los compañeros. Creo que has escrito un texto muy potente por el sentimiento que desprende. La amnesia recordada por la propia tragedia es en sí algo de lo que se puede sacar mucho, cosa que tú has hecho con loable pericia. Las palabras obligadas encajan bien, la única que me pareció forzada es la del aguijón, pero es solo parte de mi forma de pensar.
En general un muy buen relato, que te hace sentir vivo y del que se aprende que por muy bien que vayan las cosas en cualquier momento se pueden torcer.
Un saludo.