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La espera - Amadeo- (R)



Un joven estudiante, a punto de recibirse de arquitecto, estaba un domingo a la vera del río Sena, pensando en su futuro: si regresar a su país natal, Uruguay, y ejercer allí o intentar hacer una buena carrera en Paris, dónde tenía amigos entrañables y novias alternativas. Odolf no podía quebrar tal indecisión y para liberarse, pensó en retomar la lectura de una novela sentado en un bar muy cercano al Ópera Palis Garnier. Con la cerveza servida y el libro abierto fue cuando vio a una mujer joven que, sentada en una mesa contigua, lo obser-vaba en forma inquisitiva, con miradas profundas como si lo conociera. Odolf le devolvió el vistazo y con voz algo fingida, le consultó primero en francés y de inmediato repitió la pregun-ta en español:

—¿Me conoces?

—No, pero me interesaría —respondió ella, en igual idioma, sumando una sonrisa.

Sin dudarlo Odolf, cerró el libro, echó una ojeada general a su alrededor y se ubicó en la mesa de ella. Conversaron sobre sus vidas, sus intereses, nombres, estudios y viajes realizados. En muchos aspectos tenían experiencias similares. Mayra, colombiana, estudiante en los primeros años de medicina, residía en una pensión universitaria y estaba muy ocupada por tantas horas de clase al día.

Ya anochecía cuando notaron que había un acercamiento de sus corazones, que algo nuevo surgía entre ellos. Se sentían felices y decidieron continuar con tal aventura.


Comenzaron a salir los fines de semana y algunas esporádicas noches, a pasear por las cercanías del Ponts des Arts y con frecuencia al museo Louvre, pues les atraían las pinturas antiguas. Otra salida obligada era asistir a misa en Notre-Dame. Tomados de las manos, sin urgencias, combinaban sus sentimientos y entusiasmos, para fortalecer el cariño en desarrollo. El intercambio de miradas aseguraba sus futuros juntos.

Una noche de domingo, a la salida del cine, ambos con ropa oscura decidieron tomar un vino rojo en el bar del primer encuentro, vivenciando el paisaje del Sena. En un momento, al finalizar las bebidas, Mayra, se paró y le dijo:

—Querido, ya vengo… vi algo. Esperame y completamos el festejo de esta preciosa salida… Nos lo merecemos.

—Te espero —respondió Odolf excitado, imaginando lo por venir.


Odolf esperó. Cada tanto miraba el reloj. Nervioso y luego irritado, pensaba lo peor. A la madrugada, sin novedades, desde el bar corrió desesperado, perdió un zapato, no le importó y al llegar al destacamento policial hizo la denuncia. Aportó datos de ella y los propios de la relación amorosa. La policía le aseguró llegar a buen fin. Pasaron días, semanas y a Mayra la declararon desaparecida. La búsqueda se redujo al mínimo y al mes, pocos se ocupaban.


Cada domingo, a la hora de la desaparición de su amor, Odolf tomaba algo en el bar y la esperaba con deseos actualizados y cierta seguridad de que, esa noche, ella volvería y el abrazo sería intenso.

Durante once años, sin haber roto dicha rutina de espera y convencimientos positivos, Odolf subsistía haciendo simples proyectos o reformas de casas, pues tantos pensamientos puestos en Mayra le impedían ocuparse de obras importantes. El aspecto personal de él, se había deteriorado: no cuidaba su alimentación, nada de deportes ni salidas recreativas. Sus amigos lo alentaban a iniciar otra etapa de su vida, que olvidara a Mayra, pero a él le era imposible y volvía a parecerse a un jubilado que. cada domingo, desde un bar contemplaba las aguas del Sena


—¡Acá estoy! —exclamó Mayra, jovial y hermosa, con su vestido negro escotado que había usado aquella noche en que avisó que en minutos volvía—. Fui a saludar a una monja amiga, al verla pasar frente a la vidriera. ¿Vamos querido? —preguntó y al observar los ojos desorbitados de él, gritó guturalmente, pálida.

—¡Querida! —exclamó Odolf y atónito, balbuceando pudo agregar— ¡Demoraste!— y comenzó a reír, mientras se paraba.

El abrazo fue sentido y amoroso. El beso prolongado. Las miradas de aceptación se repetían y el corazón agitado, confirmaba amor.

Tras minutos de silencio contemplativo, ella propuso:

—Vamos querido, vamos a tu residencia universitaria, esta noche quiero ser tuya… pa-ra siempre. Vamos.

—Después te explico —dijo Odolf conmovido—. Ahora vamos a un hotel… después te explico lo de estos once años en soledad. Vamos.

Mayra, sin comprender tan breve explicación, si bien veía cambiado el rostro a su hombre, le restó importancia.

—Vamos —dijo ella y extendió su mano para tomar la de él.

*




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