LA FUGA George miraba la ventana, llovÃa esta mañana del frio invierno, sufrÃa con el dolor de rodilla, se levantó con dificultad ¿Qué estará haciendo Rosita? Seguro que prepararse para bajar a desayunar aunque más joven con sus 85 años pero comparados con mis 90 tampoco es gran diferencia. El cuidador nos llama a la puerta de la habitación para bajar al comedor, siempre con prisas, tranquilo ya nos moriremos cuando nos llegue la hora, mi compañero de habitación aún no está vestido, sà tarda se queda sin desayunar. Rosita y yo nos conocimos en la residencia de ancianos a la que nuestras familias nos habÃan depositado como si fuéramos cajones vacÃos, ese mismo dÃa en recepción rellenando papeles de ingreso nos miramos, nos caÃmos bien, nos asignaron las habitaciones compartidas por supuesto con otros residentes y quedamos en comer juntos si nos dejaban. Colocamos nuestro equipaje y después de comer siempre vigilados por los asistentes paseamos por el jardÃn contándonos nuestras vidas a ella le impresione con mi oficio de deshollinador y ella me contó que habÃa sido camarera en el restaurante de un polÃgono industrial , mucho trabajo para sacar a sus hijos adelante ya que enviudo joven, pasan los años llega la jubilación y se mantiene sola hasta que no puede estarlo, los hijos con su propias familias que mantener deciden llevarla a esta residencia en la que no le queda más remedio que internarse. Mi historia algo parecida con la diferencia de que yo no tengo hijos, mi esposa murió hace tiempo, siempre la recordaré y decido internarme ya que no me puedo valer por mà mismo. En la convivencia de la Residencia Rosita y yo nos entendemos bien, paseamos, hablamos, leemos libros de la biblioteca , los comentamos y a veces estamos en desacuerdo, pero el otro dÃa a Rosita se le ocurrió algo que me pareció una locura. —Escapemos de aquà podemos vivir por nuestra cuenta con nuestras pensiones. —Estás loca en la residencia tenemos cubiertas nuestras necesidades porqué nos vamos a marchar. —Fuera de aquà seremos libres no te das cuenta George, soy más joven que tú y entre los dos todavÃa tenemos camino que recorrer juntos sin que nadie nos diga lo que tenemos que hacer, buscarÃamos una casita donde vivir. Yo miraba el bastón en el que se apoyaba Rosita sin creer del todo lo que me estaba proponiendo. Me pareció una idea descabellada pero esta noche me lo he pensado y quiero hablar con ella para organizar nuestra fuga. — ¿Cómo saldremos de aquà sin que se den cuenta? —Veras George, preparamos una bolsa, con poca ropa, ya tendremos tiempo de equiparnos cuando vivamos solos y libres, le entregamos las bolsas al mensajero para que las facture a la dirección de mi amiga Asun, nosotros nos marcharemos cuando esta gente este distraÃda. —Pero el vigilante se dará cuenta al salir por la puerta. —Lo hacemos cuando vaya al comedor al medio dÃa. George miraba la foto colgada en el hall de la residencia preguntándose por qué una avispa clavaba su aguijón en la frente del elefante. —El próximo lunes es el dÃa elegido—le dijo Rosita —De acuerdo pero baja la voz que van a oÃrnos aquà hay ojos y oÃdos por todas partes. Prepararon las bolsas con la dirección de Asun, las entregaron al mensajero, se las prometÃan muy felices la libertad estaba a la vuelta de la esquina. Llego el dÃa D y la hora H pero Rosita no apareció, una de esas veces que perdÃa la memoria coincidió con el dÃa de la escapada truncando las ilusiones de George que habÃa puesto sus esperanzas en lo planeado con Rosita. Esta vez habÃa fallado pero el plan de George y Rosita seguÃa adelante ya habrÃa otra ocasión.
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