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LA HERRERÍA ASOMBRADA - Esther - (R)


La herrería de José, es una construcción de piedra, que conserva todos los elementos de trabajo. En el centro, el banco de madera dura ennegrecida por el tiempo y el uso, la bigornia o yunque, marrones, pinzas, martillos, morza, corta fierros, punzones y al fondo la fragua con el fuelle. ¡Qué belleza!

El recuerda la emoción palpitante en su pecho, cuando el abuelo encendía la fragua con carbón de piedra, que hacía gran chisporroteo y mucho humo. Se oía el sonido sordo del fuelle que soplaba hasta brotar el fuego muy rojo y un olor metálico embriagador lo envolvía todo. Luego con unas pinzas enormes colocaba un trozo de hierro en medio del carbón ardiente, lo cubría hasta desaparecer entre las llamas y brasas. Cuando creía suficiente el tiempo transcurrido, usando las herramientas, sacaba el hierro transformado al rojo vivo, irradiando un calor sofocante. Rápidamente, lo ponía en la bigornia y comenzaba a golpear.

Allí el artesano movía con destreza sus brazos y su cuerpo, al compás tintineante del martillo en el yunque sonoro.

Mientras tanto, José, con los ojos desorbitados no podía creer que era verdad lo que veía. Y aún no estaba terminada la pieza; ya con forma de herradura volvía a su lecho ardiente por unos minutos más. Luego otra vez a la bigornia, donde un punzón llevado con rapidez y precisión por la mano firme y musculosa del abuelo, hacía los agujeros para los clavos. Al final, metía la pieza en el agua bermeja del tanque, estallando en un vaho prolongado hasta que perdiera calor.

El nieto, después de aquella revelación, estaba obsesionado con la idea de ser herrero como él.

Pasó el tiempo y el sueño fue tornándose realidad, al lado del gran maestro de la fragua. José era feliz, aprendía el oficio con dedicación y esmero. Pero quiso el destino que el abuelo enfermara gravemente.

Toda la familia se dedicó a asistir al enfermo, principalmente José, hasta su fallecimiento. Luego, sin entender la razón no pudo retornar al oficio de herrero. Agobiado por el dolor se alejó de su pueblo a otros lugares, decidido a cambiar de trabajo.

La herrería quedó cerrada, nadie lo sustituyó en tan hermosa tarea.

Cuenta la leyenda que después de un tiempo, al pasar frente a ella por las noches, se oía muy claro el sonido penetrante del martillo en el yunque. Al principio nadie comentaba nada, por temor, o respeto al muerto.

Pero la historia comenzó a correr de boca en boca desde la ladera del cerro hasta recorrer todos los ranchos y casas del pueblo. Los viajeros, los caminantes todos hablaban de la herrería embrujada. Decían que el alma del anciano había quedado allí, para enseñarle a su nieto muchos secretos que aún no le había trasmitido.

Otros, que eran los menos, dudaban de esos sucesos.

Estos comentarios llegaron a oídos de José, que quedó muy preocupado creyendo que era el culpable de los mismos, por haber abandonado lo que tanto le gustaba. Sin pensarlo dos veces, conversó con su mujer, contándole lo que se decía y lo resuelto respecto al trabajo. Quería reencontrarse con su pasado, aclarar su pensamiento, comprender por qué lo abandonó de esa manera. Siempre tuvo presente el recuerdo del abuelo y sus enseñanzas.

Fue así que regresaron al pueblo en un carro tirado por dos caballos, José, su mujer y dos niños Juan y Teresa. Se ubicaron en la vieja casona de piedra, a los fondos de la herrería.

Se armó gran alboroto entre los vecinos. Los viajeros fueron recibidos con mucha alegría al saber de quienes se trataba.

Al otro día se juntaron para ver con sus propios ojos cómo se desvelaba el misterio.

José abrió el portón. Todos se agolparon.

Cada cosa estaba en su lugar con polvo y telarañas. Las paredes oscuras teñidas por el humo guardaban el olor característico.

Se hizo silencio con miradas interrogantes, luego murmullos, conversaciones.

José, con los ojos brillantes de felicidad miraba y no podía creer que él hubiera abandonado lo que tanto quería.

Enseguida buscó a su mujer y sus hijos. La niña vino corriendo y dijo:

—Papá, ¿es cierto que vas a trabajar en esta herrería que está llena de fantasmas?

—¿Quién te dijo eso Teresa?

—Andan diciendo ahí. ―dijo, señalando a la gente.

―No te preocupes, cuando me vean ,todos esos fantasmas desaparecerán.

Martillo en mano se dirigió al yunque, comenzó a golpear y el sonido acompasado se liberaba más intenso que nunca llenando el ambiente de júbilo.




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