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La letra pequeña -Apuntador Mudo

—Toma Antuan —dijo antes de arrojarle el rifle por encima del Jeep descapotable—. Espero que recuerdes cómo funciona. Antuan se desequilibró para atrapar el Remington al vuelo. —Sabe de sobra que prefiero mi inseparable pistola HK —respondió ufano Antuan—. Además, si lo ha revisado usted, está perfecto. —En este jodido continente, con ese juguete tuyo, solo podrás asustar liebres salt… —dijo y las risas apagaron sus últimas palabras—. Venga, súbete al todoterreno, vamos a encender la Aurora. —Espero que no solo hagamos eso y merezca la pena el madrugón —respondió. Y sentándose apagó un bostezo con la mano. —Hoy mataremos un gran depredador, Antuan —susurró torciendo el gesto, y arrancó el coche—. Espero no decepcionarte. Los grillos festejaban la temporada seca desde hacía semanas. El todoterreno salió del campamento, iluminando la pista, dando pequeños botes. Traqueteando las dos sombras sentadas en sus asientos delanteros. El polvo canela del camino desaparecía engullido por la oscuridad salvaje que los acosaba. —No reconozco el camino… ¿dónde me lleva? —dijo Antuan rascándose la frente. —A una pequeña charca que aún mantiene algo de agua. —¿Está lejos? —preguntó inquieto, y acto seguido se dio un manotazo en el brazo—. Este ya no volverá a clavar su aguijón. —Llegaremos antes del Alba. Avanzaban raudos dando trompicones por la sinuosa pista. Dejaban atrás acacias de copa plana y termiteros enormes como baobabs a un lado y a otro. Las primeras luces dibujaron sombras entre matorrales espinosos. La serpiente de polvo flotante y el sonido húmedo de la sabana eran las huellas dejadas al paso del Jeep. —Por cierto... ¿Qué tal mis ahijadas? —interrogó mientras esquivaba un socavón. —Bien, casi unas mujercitas —respondió Antuan cortante. Y sujetando el fusil con una mano se colocó el miembro en la entrepierna. Por evitar un agujero enorme en la pista se salieron del camino dando brincos entre el pasto durante unas decenas de metros. Un par de volantazos los devolvieron a la pista. —Luego le envío una foto por bluetooth, están preciosas —siseó esbozando una sonrisa—. Al regreso podemos parar en aquel poblado a divertirnos con un par de negritas, ¿no? —No quedan preservativos. —Da igual, las que elegimos son vírgenes. —¿En la Sabana?... ¿virgen... por ese precio? Esas nenas están cosidas. —¿Y qué más da? —Se te va a caer la picha a trozos y… —dijo tajante. Pero las risas de Antuan apagaron sus palabras. El Jeep paró a un centenar de metros de un humedal con una charca en el centro. La aurora estaba en su esplendor, reflejada en la superficie rizada del agua, donde los primeros búfalos abrevaban ya. Una familia de elefantes se acercaba con precaución pero las risas de una hiena atrajeron la atención del macho. —Ten, carga tu fusil —dijo y le dio una caja de munición mientras se bajaba del todoterreno. —¿Cuántas le pongo? —Las que quieras. —Mierda. ¡No ve que no lo recuerdo, joder! —Hasta que hagas tope. Lo entiendes ¿no? —dijo mientras montaba su fusil y lo encaraba—. Luego ponle el seguro y sepárate del vehículo. —¿Cuánto? —Lo suficiente para vernos. Después avanzaremos al unísono hacia la charca en contra del viento —explicó mientras se agazapaba—. Por cierto. ¿Qué pasó en el último trabajo que te encargué? Antuan revisaba el fusil cabizbajo. —¿En el matarile del fiscal? —No, el tema de asustar al comisario… y su familia. —masculló mientras avanzaba sin perder de vista a Antuan. —Nada, todo fue como la seda. Antuan palpó la pistola en su riñonera. —¿De verdad? —dijo deteniéndose. —Bueno, ya sabe. Hubo que maquillar el asunto… esas cosas pasan. —Violar a su mujer y sus dos hijas. A eso llamas tú… ¡maquillar! —gritó. Pero percibió que Antuán se había escondido—. ¿Antuán?... ¿A qué estás jugando? —preguntó cadenciosamente sin emoción. Sonó el cerrojo del fusil, y un clic apagado. Luego otra vez el cerrojo sonó al meter la bala en la recámara. —¿Antuán? —susurró orientándose hacia el sonido. Otro clic del percutor al golpear el proyectil sin fulminante. El cerrojo sonó de nuevo. —¿Qué quieres hacer... Antuan? —siseó. Antuan se levantó entre dos arbustos de espinos. El sol lo cegó por un instante, solo vio una sombra con un aura brillante. Clic otra vez. Arrojó el fusil y corrió entre los arbustos. Los disparos asustaron a una bandada de estorninos que levantó el vuelo desde unas acacias próximas. Cuando se volvieron a posar, la serpiente de polvo inició de nuevo la persecución del rugiente todoterreno que se alejaba.

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