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La leyenda de Villadiurna - Verso Suelto - (R)


En Villadiurna nadie sale de casa en mitad de la noche. Algunos días, las calles desaparecen al ponerse el sol y no vuelven a su sitio hasta que los primeros resplandores brincan por encima del horizonte. El origen de la villa se remonta a los tiempos en que los romanos esquilmaban el mineral de hierro de la península ibérica. Cerradas las últimas minas en los años 70, el pueblo languidece: apenas si queda una veintena de vecinos.

Al tener noticia de esta leyenda, el que suscribe, Fermín Lodudo, reportero del vespertino La verdad y nada más que la verdad, y Matías Carrete, fotógrafo, nos dirigimos a los responsables de la Diputación Provincial al objeto de encontrar el origen de tan fantasiosa como estravagante historia.

Nos recibe en persona el jefe de los servicios técnicos , el geólogo Don Justo Cantalapiedra, buen conocedor de la zona.

Transcribimos la entrevista con el experto.

― Sr Cantalapiedra, ¿qué nos puede decir de la leyenda de Villadiurna?

― Pues eso que es una leyenda sin más fundamento que el de haberse transmitido de padres a hijos.

― Pero ¿y lo que afirman los vecinos?, ¿ese paisaje que surge donde antes había calles?: las praderas, los bosques, las cascadas… Todo eso ¿de donde sale?

― Eso, amigo mío solo puede salir de un sitio, de la imaginación de las gentes.

― ¿Y el vaho rojizo que aseguran precede a la transmutación del mobiliario urbano?

― Un simple fenómeno atmosférico. Seguramente, en determinadas condiciones de presión y temperatura se desprende esa neblina. Tenga en cuenta que la tierra de la zona es rica en sales ferruginosas y si ha llovido y el terreno está húmedo pues...También pueden ayudar los bermejos atardeceres, habituales por estos pagos.

Tras despedirnos de Cantalapiedra, recorremos los escasos kilómetros que nos separan de la otra cara de la noticia. Un paisano con boina, apostado en un banco a orilla de la carretera, nos señala con el garrote la taberna del pueblo, casa Braulio, donde nos recibe Genaro Llano que, a sus ochenta y tres años, es el habitante más joven del pueblo y su alcalde pedáneo.

― Don Genaro, cuéntenos, que ocurre en Villadiurna algunas noches.

― Pues muy sencillo, que desaparecen las calles y todo lo que hay en ellas.

― ¿Pero, cómo es eso posible?

― Pues siendo hijo, pues siendo; a mi no me diga como, yo solo sé que donde había una farola aparece un alcornoque o un par de fresnos y que hasta las ovejas, de las que nunca se vio una por aquí, pastan donde antes solo había asfalto.

― Pero ¿usted lo ha visto?

― ¿Está usted loco?, ¡yo qué voy a ver!, al que lo ve se lo lleva el espíritu y se queda tan ancho.

― ¿El espíritu?, ¿Que espíritu?

― Pues ¿cuál va a ser? el espíritu de la tierra.

― ¿Y cómo se lo lleva?

― ¡Anda este! pues igual que se llevó al Indalecio, que abrió la ventana para mirar al espíritu y se quedó tieso pa los restos, con los brazos en el poyete y la cara como si hubiera visto al mismo diablo. ¡A ver quién es el guapo que mira ahora al espíritu!

― Y, entonces, ¿cómo se dan cuenta de que el espíritu ese se hace el amo de la calle?

― Mire, joven ―baja la voz―, al atardecer, se levanta un vaho rojizo, como bruma, del color de este clarete que me estoy bebiendo, y las cosas se encienden con una aureola de fuego.

Genaro hace una seña al Braulio para que nos escancie unos chatos.

―¿Y luego? ―pregunto mientras miro a Matías, blanco como la pared.

― ¿Y luego qué?

― Que qué hace el espíritu después de poner los árboles y todo eso.

―Luego, si usted se atreve, va y lo ve; pero no se lo aconsejo: mejor que el bueno del Indalecio le espere mucho tiempo, allá donde esté.

― Ya ya― respondo.

Nos bebemos el vino, escuchando al pedáneo lamentarse de lo abandonado que está el pueblo.

Hasta aquí dos testimonios: el de la ciencia y el de la creencia popular.

Ya en el coche, mientras Matías mete la primera, le pregunto.

― ¿Tú que crees?

― Yo no sé ¿y tú? ―responde

― ¿Yo? ― me quedo pensativo mientras veo que el crepúsculo tiñe el cielo de rojo por el oeste ― ¡Que aceleres coño! ¡que aceleres!

Fermín Lodudo para La verdad y nada más que la verdad




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